La histórica decisión de la OEA respecto a Cuba es mucho más que un acto de merecida justicia para con el pueblo cubano. Nos animamos a pensar que es el último dato y quizás el más preciso, que da cuenta del nacimiento de los nuevos paradigmas que están alumbrando otra época en América y en el mundo.
No es una medida aislada. Es parte sustancial de un nuevo contexto internacional, inversamente proporcional al bloqueo de 1962, que está dando, dramáticamente, sus primeros pasos en medio del estrépito de la más grave crisis del capitalismo en toda su historia.
Alguien dijo que ayer terminó definitivamente la llamada “Guerra fría”.
Una etapa signada, en verdad, por la confrontación caliente entre los EE.UU. y la extinta Unión Soviética, desde los años 60 y 70 del pasado siglo, con su larga secuela de dictaduras genocidas y campos de entrenamiento para dictadores sudamericanos.
Habrá que decir también que, con la resolución de la OEA, se ha derribado otro muro de discordia tan anacrónico como lo fue el de Berlín y más recientemente, el muro del Consenso de Washington.
El mundo que viene será, posiblemente, un mundo más integrado, más inclusivo, más horizontal y multilateral. Un mundo mejor, sin dudas.
Pero es preciso destacar, por sobre otras consideraciones pertinentes, que esta vez nuestro desarrollo como nación y como pueblo va en la misma dirección de estos nuevos vientos que soplan en todo el continente. Y éste no es un dato pueril.
Por el contrario, significa que el modelo nacional que alumbra después del derrumbe neoliberal, se asienta, por circunstancias históricas y políticas, sobre los cimientos de más producción, más trabajo, mas consumo, más articulación entre lo público y lo privado, más y mejor Estado en su rol articulador, regulador y garante de los derechos sociales del conjunto.
Estamos siendo testigos y protagonistas de un giro copernicano en toda América. Porque el cambio de sustancia en los modelos de acumulación y redistribución del ingreso, están comenzando precisamente en nuestro continente.
La vieja Europa, en gran medida, sigue calzando las mismas y ya gastadas botas que le fueron legadas por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los adalides del fin de la historia del neoliberalismo dominante durante décadas.
Es América, de sur a norte, ida y vuelta, la que primero se sacude el sayo de lo viejo para alumbrar y hacer crecer un modelo que le devuelve la lógica a la reproducción del capital y el trabajo, en un marco de justicia social y democracia cada vez más participativa.
Los gobiernos que apuestan al cambio, no buscan salvar al neoliberalismo para remendar sus burbujas financieras hechas añicos. Impulsan, desde otra concepción, un sistema donde la racionalidad y la eficiencia signifiquen mayores niveles de empleo y de inclusión social.
Pero ningún cambio de época es gratuito. Es este un mundo tan grávido de esperanzas como plagado de acechanzas. Lo vemos en nuestro país a diario, en las manifestaciones de intolerancia de los opositores, en ese heterogéneo y conflictivo abanico partidario y mediático.
Son aquellos que ante la inminencia de una posible derrota en las urnas, apelan a la permanente injuria y ofensa como lo hiciera nuevamente desde un estilo soez, Alfredo De Angeli y antes, desde un estilo más recoleto, otros patrones rurales o bien, como irresponsablemente declaran Carrió y De Narváez, alertando sobre un nuevo cuco: un insólito e imposible fraude electoral. Otro agravio a la democracia.
El relato interpretativo de la coyuntura electoral ya se dirimió a favor de quienes sostienen que el 28 de junio habrá que elegir entre el modelo de inclusión que expresa el Gobierno nacional o la vuelta al modelo neoliberal en cualquiera de sus dos expresiones, la de la alianza cívica radical de Carrió y Stolbizer y el conglomerado impulsado por Macri y Duhalde, con Francisco De Narváez y Gabriela Michetti de candidatos.
“Se recalienta la oposición”, debieran decir los programas televisivos para ajustarse a la verdad. Porque no es cierto que todos los candidatos actúan con la misma intolerancia. Los que expresan al oficialismo, como Néstor Kirchner y Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires y Carlos Heller y Tito Nenna en la Capital, vienen dando muestras sobradas de apostar al dialogo cuando otros sólo saben descalificar y agredir.
No se trata de hacer partidismo sino de decir la verdad y nada más que la verdad.
(Jorge Giles - El Argentino, 04.06.09)
No es una medida aislada. Es parte sustancial de un nuevo contexto internacional, inversamente proporcional al bloqueo de 1962, que está dando, dramáticamente, sus primeros pasos en medio del estrépito de la más grave crisis del capitalismo en toda su historia.
Alguien dijo que ayer terminó definitivamente la llamada “Guerra fría”.
Una etapa signada, en verdad, por la confrontación caliente entre los EE.UU. y la extinta Unión Soviética, desde los años 60 y 70 del pasado siglo, con su larga secuela de dictaduras genocidas y campos de entrenamiento para dictadores sudamericanos.
Habrá que decir también que, con la resolución de la OEA, se ha derribado otro muro de discordia tan anacrónico como lo fue el de Berlín y más recientemente, el muro del Consenso de Washington.
El mundo que viene será, posiblemente, un mundo más integrado, más inclusivo, más horizontal y multilateral. Un mundo mejor, sin dudas.
Pero es preciso destacar, por sobre otras consideraciones pertinentes, que esta vez nuestro desarrollo como nación y como pueblo va en la misma dirección de estos nuevos vientos que soplan en todo el continente. Y éste no es un dato pueril.
Por el contrario, significa que el modelo nacional que alumbra después del derrumbe neoliberal, se asienta, por circunstancias históricas y políticas, sobre los cimientos de más producción, más trabajo, mas consumo, más articulación entre lo público y lo privado, más y mejor Estado en su rol articulador, regulador y garante de los derechos sociales del conjunto.
Estamos siendo testigos y protagonistas de un giro copernicano en toda América. Porque el cambio de sustancia en los modelos de acumulación y redistribución del ingreso, están comenzando precisamente en nuestro continente.
La vieja Europa, en gran medida, sigue calzando las mismas y ya gastadas botas que le fueron legadas por Margaret Thatcher y Ronald Reagan, los adalides del fin de la historia del neoliberalismo dominante durante décadas.
Es América, de sur a norte, ida y vuelta, la que primero se sacude el sayo de lo viejo para alumbrar y hacer crecer un modelo que le devuelve la lógica a la reproducción del capital y el trabajo, en un marco de justicia social y democracia cada vez más participativa.
Los gobiernos que apuestan al cambio, no buscan salvar al neoliberalismo para remendar sus burbujas financieras hechas añicos. Impulsan, desde otra concepción, un sistema donde la racionalidad y la eficiencia signifiquen mayores niveles de empleo y de inclusión social.
Pero ningún cambio de época es gratuito. Es este un mundo tan grávido de esperanzas como plagado de acechanzas. Lo vemos en nuestro país a diario, en las manifestaciones de intolerancia de los opositores, en ese heterogéneo y conflictivo abanico partidario y mediático.
Son aquellos que ante la inminencia de una posible derrota en las urnas, apelan a la permanente injuria y ofensa como lo hiciera nuevamente desde un estilo soez, Alfredo De Angeli y antes, desde un estilo más recoleto, otros patrones rurales o bien, como irresponsablemente declaran Carrió y De Narváez, alertando sobre un nuevo cuco: un insólito e imposible fraude electoral. Otro agravio a la democracia.
El relato interpretativo de la coyuntura electoral ya se dirimió a favor de quienes sostienen que el 28 de junio habrá que elegir entre el modelo de inclusión que expresa el Gobierno nacional o la vuelta al modelo neoliberal en cualquiera de sus dos expresiones, la de la alianza cívica radical de Carrió y Stolbizer y el conglomerado impulsado por Macri y Duhalde, con Francisco De Narváez y Gabriela Michetti de candidatos.
“Se recalienta la oposición”, debieran decir los programas televisivos para ajustarse a la verdad. Porque no es cierto que todos los candidatos actúan con la misma intolerancia. Los que expresan al oficialismo, como Néstor Kirchner y Daniel Scioli en la provincia de Buenos Aires y Carlos Heller y Tito Nenna en la Capital, vienen dando muestras sobradas de apostar al dialogo cuando otros sólo saben descalificar y agredir.
No se trata de hacer partidismo sino de decir la verdad y nada más que la verdad.
(Jorge Giles - El Argentino, 04.06.09)
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