lunes, 8 de junio de 2009

¿Y VOS, POR QUIÉN VAS A VOTAR?

Los días vuelan raudos como una bandada de pájaros en el cielo.
El 28 de junio asoma en el horizonte cual territorio de certezas e incertidumbres.
Todos los telones se han corrido. Los primeros actores están en escena.
Se muestran tal cual son.
Con sus historias militantes o con sus prontuarios de delincuentes.
El protagonista, que es usted, deberá juzgar en las urnas, en apenas tres semanas, si aprueba un modelo de trabajo y producción para su futuro y los suyos o redobla la maldita profecía del país Macondo y otros cien años de soledad por delante.
“¿Y vos, por quién vas a votar?” es la pregunta de muchos.
La experiencia indica que un gobierno, si es mediocre, si sólo exhibe muestras de fracasos en su gestión, si no cuida las cuentas del pueblo ni su empleo ni su plato de comida, debería abstenerse de aparecer públicamente en elecciones o si no hay más remedio, pedir de rodillas otra oportunidad para empezar de nuevo.
Así ocurrió en el reciente pasado de nuestra joven democracia.
En las vísperas de un incendio, los malos gobernantes se van de vacaciones.
Sin embargo, el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner se muestra como es. Se pone a prueba día a día. Aquí y allá trajina el calendario como en el primer minuto de gestión. El Estado posa suavemente su mano reguladora y articuladora allí donde antes hubo ausencia de derechos sociales y derrame de injusticias por doquier. A este modelo de Estado le interesa defender el trabajo de los argentinos. No busca intervenir por intervenir. Pero guay con tocar un empleo en nombre de la ganancia empresarial sin escrúpulos.
Hay Estado. Las fábricas recuperadas hoy llevan de timonel a las políticas de gobierno. Donde antes había una necesidad, vuelve a haber un derecho. Donde había desesperanza, vuelve a campear el futuro. Allí están los números y la vida cotidiana para demostrarlo. Por eso el Gobierno, y sus candidatos, se muestran al descubierto. No se esconden ni disimulan.
O se los aprueba o se los rechaza.

Dos peligros acechan sobre este presente: la conjura de los necios y la vuelta de los corruptos en la peor de sus especies, el narcotráfico.
Como si fuese una segunda parte del conflicto de la patronal rural, suenan ahora los tambores de guerra de aquellos poderosos industriales a quienes parece importarles por igual fabricar acero o caramelos. Son cuentapropistas sin identidad de nación. No les importa nada que sus pares de las pequeñas y medianas industrias hoy recuperen a pasos firmes todo lo perdido durante la fatídica noche del neoliberalismo.
Como bien señala la presidenta del Banco Nación, Mercedes Marcó del Pont, esos grupos concentrados de la economía que pretenden atenazar al gobierno, desde una visión muy noventista, pretenden usar al Estado para sus ganancias pero lo rechazan, cuando de garantizar la equidad social se trata.
Aunque faltan muchas injusticias para desandar, nadie puede negar honradamente que en esta sociedad, todos viven un poco mejor con este modelo de gobierno. Y que los empresarios no están nada peor de lo que estuvieron antes del 2003.
La conjura de los necios es por pura razón política. No pueden tolerar que en una democracia plena, el gobierno popular sea el que, efectivamente, gobierna; tendrán que aceptar, tarde o temprano, que ya no son los lobbies empresariales ni los grandes medios los que dictan la agenda en este país de todos.
El posible gobierno de las cofradías corruptas, con mucho poder y dinero, mezcladas con negocios turbios y con el narcotráfico, ya no constituye una pesadilla exclusiva de otros lugares del mundo. Sólo basta leer los diarios del día para saber de quién y de qué hablamos.
Hay que dejar actuar a la Justicia en cualquier tiempo y lugar.
¿O acaso si alguien delinque puede evadir la larga mano de los jueces sólo porque es candidato o legislador o todo junto?
Una campaña electoral no es un aguantadero de mafiosos.
Ni la cobertura cómplice de quienes son descubiertos con las manos en la lata.
O en un celular imprudente.
Habrá que recordar todas estas cosas para saber responder, con orgullo, por quién vamos a votar en estas elecciones.



(Jorge Giles. El Argentino. 8.06.09)

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