Uno se enjuaga el alma en una marcha popular. Es el milagro de bailar al compás del repique de los tambores que bajaban de La Boca, entonar una consigna con los pibes de la JP, abrazarse con el amigo al que hace mucho no ve, bañarse de sudor con los camioneros y los portuarios y los judiciales y la gente humilde de José C. Paz, Merlo, La Matanza y Avellaneda. Palpar la mirada de los que respondían a la pregunta del presunto cronista “¿qué esperas del discurso de la Presidenta?” “nada especial, que siga así”, “que le meta para adelante” dijo otro; “que profundice el modelo”, “que no afloje”, “que se cuide de los traidores y de los opositores”, siguieron las voces.
Era la representación de la Argentina profunda la que desfilaba a media mañana por la Avenida de Mayo rumbo al Congreso. Hasta que un movimiento de vallas indicó que por una calle lateral arribaba Cristina con su comitiva. Hace mucho tiempo que no vivía esa sensación de correr en multitud. La solidaridad en zapatillas. Todos querían acompañar a la Presidenta en su lento recorrido. Nosotros, por la ilusa vanidad periodística de querer atrapar una primera palabra de la Presidenta, un adelanto, una primicia para el diario del día siguiente. Imposible, por supuesto. Ella saludó a esa multitud y uno era un mortal más entre todos. Una joven, descubriendo nuestra intención, se acercó emocionada casi al oído para preguntarme “¿llegaste a escuchar lo que nos dijo Cristina?” “No la escuché”, respondí frustrado. Y la joven me dio la primera declaración de la Presidenta: “los quiero mucho, los quiero mucho, nos decía mientras saludaba”
Luego, fue auscultar en la calle el impacto del discurso presidencial. Intentar descifrar el gesto de aquel trabajador con su pequeña hija en hombros, para poder contarlo luego; registrar el aplausómetro sobre las palabras de Cristina y develar el motivo de la ovación.
La gente vivó a voz en cuello cuando la escuchó fustigar a los sectores de la política que son benevolentes con los poderosos y exigentes con los maestros y con los que menos tienen; cuando reivindicó la recuperación de los fondos de nuestros jubilados; cuando anunció el envío de proyectos que permitan disponer de los instrumentos que las épocas y los tiempos exigen para preservar el trabajo y la producción, y mencionó entre ellas una nueva Ley de Radiodifusión; cuando se avergonzó por los dirigentes políticos que van al exterior a denunciar a la Argentina, reclamando afuera el apoyo que pierden en el país; cuando denunció la manipulación de algunos medios de comunicación.
En cambio, cuando la Presidenta llamó a la unidad nacional y a la cooperación para sostener este modelo de desarrollo y enfrentar juntos, en un proyecto nacional, sin agravios ni descalificaciones ni violencias, la crisis más profunda que azota al mundo después de la caída del modelo neoliberal, el aplauso se hizo cerrado, prolongado y respetuoso. Pero sin estridencias. Como si todos fuesen concientes que el horno no está para bollos y se precisa entonces de la solidaridad del conjunto de la sociedad. De oficialistas y opositores. Los humildes siempre son, primero, argentinos y recién después, simpatizantes de un partido político.
Lejos estábamos de imaginar el insólito desborde enajenado que mostró unas horas después, la alianza conducida por Elisa Carrió y la UCR de Gerardo Morales. El guante conciliador ofrecido por la Presidenta en el Congreso, literalmente fue pisoteado con palabras tan llenas de odio, como vacías de ideas. Como si pulsearan con sus contrincantes duhaldistas y macristas, para demostrar quién es el más reaccionario. En nombre de esa república que tanto pregonan, deberían al menos guardar un mínimo de decoro ante las palabras de quien fue elegida Presidenta por el voto popular de la mayoría de los argentinos.
Fue el chubasco que cayó después de una hermosa mañana de sol.
Una mañana que culminó con Cristina Fernández saludando a miles de manos que se acercaron para tocarla, saludarla, darle fuerzas. Y entre ellas, vimos las manos de la memoria, en Lilia Ferreira, la compañera de Rodolfo Walsh, y en las del Maestro Norberto Galasso, que no hacían más que sonreír emocionados, mientras los Granaderos acompañaban a la Presidenta al son de una Marcha de San Lorenzo, que siempre nos lleva hasta el patio de la vieja escuela.
Era la representación de la Argentina profunda la que desfilaba a media mañana por la Avenida de Mayo rumbo al Congreso. Hasta que un movimiento de vallas indicó que por una calle lateral arribaba Cristina con su comitiva. Hace mucho tiempo que no vivía esa sensación de correr en multitud. La solidaridad en zapatillas. Todos querían acompañar a la Presidenta en su lento recorrido. Nosotros, por la ilusa vanidad periodística de querer atrapar una primera palabra de la Presidenta, un adelanto, una primicia para el diario del día siguiente. Imposible, por supuesto. Ella saludó a esa multitud y uno era un mortal más entre todos. Una joven, descubriendo nuestra intención, se acercó emocionada casi al oído para preguntarme “¿llegaste a escuchar lo que nos dijo Cristina?” “No la escuché”, respondí frustrado. Y la joven me dio la primera declaración de la Presidenta: “los quiero mucho, los quiero mucho, nos decía mientras saludaba”
Luego, fue auscultar en la calle el impacto del discurso presidencial. Intentar descifrar el gesto de aquel trabajador con su pequeña hija en hombros, para poder contarlo luego; registrar el aplausómetro sobre las palabras de Cristina y develar el motivo de la ovación.
La gente vivó a voz en cuello cuando la escuchó fustigar a los sectores de la política que son benevolentes con los poderosos y exigentes con los maestros y con los que menos tienen; cuando reivindicó la recuperación de los fondos de nuestros jubilados; cuando anunció el envío de proyectos que permitan disponer de los instrumentos que las épocas y los tiempos exigen para preservar el trabajo y la producción, y mencionó entre ellas una nueva Ley de Radiodifusión; cuando se avergonzó por los dirigentes políticos que van al exterior a denunciar a la Argentina, reclamando afuera el apoyo que pierden en el país; cuando denunció la manipulación de algunos medios de comunicación.
En cambio, cuando la Presidenta llamó a la unidad nacional y a la cooperación para sostener este modelo de desarrollo y enfrentar juntos, en un proyecto nacional, sin agravios ni descalificaciones ni violencias, la crisis más profunda que azota al mundo después de la caída del modelo neoliberal, el aplauso se hizo cerrado, prolongado y respetuoso. Pero sin estridencias. Como si todos fuesen concientes que el horno no está para bollos y se precisa entonces de la solidaridad del conjunto de la sociedad. De oficialistas y opositores. Los humildes siempre son, primero, argentinos y recién después, simpatizantes de un partido político.
Lejos estábamos de imaginar el insólito desborde enajenado que mostró unas horas después, la alianza conducida por Elisa Carrió y la UCR de Gerardo Morales. El guante conciliador ofrecido por la Presidenta en el Congreso, literalmente fue pisoteado con palabras tan llenas de odio, como vacías de ideas. Como si pulsearan con sus contrincantes duhaldistas y macristas, para demostrar quién es el más reaccionario. En nombre de esa república que tanto pregonan, deberían al menos guardar un mínimo de decoro ante las palabras de quien fue elegida Presidenta por el voto popular de la mayoría de los argentinos.
Fue el chubasco que cayó después de una hermosa mañana de sol.
Una mañana que culminó con Cristina Fernández saludando a miles de manos que se acercaron para tocarla, saludarla, darle fuerzas. Y entre ellas, vimos las manos de la memoria, en Lilia Ferreira, la compañera de Rodolfo Walsh, y en las del Maestro Norberto Galasso, que no hacían más que sonreír emocionados, mientras los Granaderos acompañaban a la Presidenta al son de una Marcha de San Lorenzo, que siempre nos lleva hasta el patio de la vieja escuela.
(El Argentino. 02.03.09)
5 comentarios:
Fui una de esas manos emocionadas, Jorge. Como puse en mi blog, es un amor que no se vende ni se compra. Y que el gorilaje no entendió, entiende ni entenderá jamás. Y lo que decías es cierto, por delante nuestro solamente hay chillidos de guerra y odio.
Saludos
No se victimicen más, no les dio resultado...es más, predisponen a los millones que no los quieren para meterle más garra para poder echar a patadas en octubre al "gobierno del amor".
siguen mostrando la hilacha estos pobres seguidores de la derecha...
que bien que se desenmascaren de semejante manera
jorge, fui otra de esas manos emocionadas. al leer este post se me puso la piel de gallina. la revolucion es posible.
un abrazo!
Y Cristóbal López quien sería??? el Sargento Cabral???? andaaaaaaá........
Es la primera vez que leo su blog. Vi desde la tele el discurso y tengo tantas ganas de formar parte de algo así, por primera vez.
Será en el Teatro Argentino, hay que hacer valer nuestra elección más que nunca.
Vita
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