El cronómetro electoral comenzó a marcar su propio tiempo.
No será una elección destinada al olvido ni al arcón de los archivos. La disputa es entre modelos de país. Buenos y malos hay en todos lados.
En cada lista legislativa, harán su nido. El proyecto nacional y popular de un lado y el viejo país conservador y desigual del otro.
El neoliberalismo dominante en los noventa impuso la exclusión social, el achicamiento del Estado y la atomización política. De allí vienen las formas organizativas que posibilitaban la feria interminable de elecciones nacionales, provinciales y municipales. Quisieron descuartizar la idea de nación, haciéndonos creer que la suerte de un municipio era exclusiva consecuencia de la conducta de sus vecinos y no de la imposición de un modelo excluyente a escala nacional. Estas elecciones de junio ponen las cosas en su lugar. El proyecto de nación se dirime en elecciones nacionales.
La democracia siempre da revanchas.
Aquel modelo que se exhibió en carruaje triunfante en el primer centenario patrio y que, con interrupciones, dominó la escena durante un siglo hasta culminar sus días en las revueltas del 2001 y el 2002, tendrá otra chance en las urnas.
El otro modelo de país, el que apuesta al trabajo, la producción y el consumo interno, saldrá a revalidar sus títulos, ganados siempre en elecciones libres y democráticas.
Las viejas antinomias de los argentinos no pueden ser saldadas en un país dual. Mientras haya pobreza, desigualdad y exclusión, la armonía social será una quimera o una máscara de la injusticia. Está en la genealogía de nuestros peores dramas. Por eso regresan los conflictos más añejos de nuestra historia, porque no está resuelta la cuota de distribución del ingreso y la riqueza de manera equitativa y porque sigue primando la ley del más fuerte, de aquellos que se resisten a formar parte de un modelo de desarrollo que los incluye, pero desde una perspectiva distinta al modelo agro exportador y dependiente que sustentan.
La decisión de adelantar las elecciones, más que inaugurar una coyuntura, ordena una situación instalada desde el mismo día que Cristina Fernández asumió su mandato y anunció que venía a profundizar el modelo inaugurado por el ex presidente Néstor Kirchner. La Resolución 125 disponiendo las retenciones móviles fue el detonante para que los sectores más enriquecidos por la ecuación soja, glifosato y siembra directa, salieran a dar batalla en defensa, no sólo de sus riquezas inmediatas, sino fundamentalmente del esquema productivo que les permitió dominar el mercado y determinar la agenda de la gobernabilidad.
El mandato de Cristina recién arrancaba, cuando en marzo de 2008, la patronal rural irrumpió con sus exigencias, resistiendo a la medida oficial. Desde ese momento, fueron el principal sostén del arco opositor. A medida que escalaba el conflicto, las posiciones políticas y las definiciones conceptuales, fueron dejando a un lado los reclamos sectoriales para adentrarse de lleno en el modelo de país que realmente estaba en disputa. Hemos escuchado en este tiempo, definiciones que parecían enterradas, pero que estaban allí, sin necesidad de mostrarse mientras no hubiese necesidad. Es la sobriedad del viejo poder. Quienes rápidamente saltaron a las rutas fueron, precisamente, los nuevos ricos de la Federación Agraria. Los que mutaron su condición de pequeños y medianos agricultores a la de enriquecidos productores sojeros. Pensaron, como otros opositores, que el proyecto gobernante se agotaba en la pura cosmética y que el kirchnerismo llegaba a su techo a partir de la asunción como presidente del PJ de Néstor Kirchner. Lejos de eso, el gobierno sostuvo la pulseada, profundizó sus acciones, modificó y corrigió los pliegos que fueron necesarios corregir y en la retirada de ese conflicto desigual, que resultó perdidoso por el voto de Julio Cobos, conquistó el cambio estructural más profundo de todos, con la recuperación de la administración estatal de los fondos jubilatorios y la eliminación de las AFJP.
En el enfrentamiento, una buena parte del progresismo cayó presa de sus dudas y terminó por ser funcional a la derecha. En una hipotética reparación, tendrían que recordar que cuando un proyecto nacional enfrenta, pacífica y democráticamente, a los intereses más concentrados del poder y a los multimedios de comunicación que los representan, esos intereses riegan con ácido todo campo sembrado de neutralidad y obligan a optar drásticamente. Y no hay que temer, hay que elegir.
Habrá que ir hasta “Perón o Braden” de 1946, o “Liberación o Dependencia” de 1973, o cuando se rescató la democracia en 1983, para encontrar antecedentes de la magnitud histórica con que se presentan estas elecciones próximas.
De un lado estarán quienes representan al proyecto que gobierna desde el 2003 y del otro, las dos expresiones partidarias opositoras, el radicalismo aliancista y el peronismo de derecha, en su versión duhaldista y menemista.
Es tan vertiginoso el proceso político que en el arranque nomás, ya asoman los primeros perdedores: Julio Cobos, que se quedó sin juego político; Elisa Carrió, que está a punto caramelo de perder su target de presidenciable en el 2011 y Felipe Solá, que abdicó su petulancia para terminar siendo el segundo de Francisco De Narváez.
La prudencia aconseja andar con cuidados, cuando se dirime poder. Sin crispaciones, pero con memoria. La oposición de derecha, oferta la “racionalidad” del país que ya fue, mientras del otro lado, convocan a la mística de un país que quiere ser más justo.
Ambos hemiciclos opositores terminaron por refugiarse en sus propias retaguardias, sin poder romper sus viejas lógicas y fronteras. Enamorar políticamente desde el resabio menemista o aliancista, es toda una antitesis de la utopía.
El amplio y heterogéneo espacio del proyecto nacional y popular, tendrá de aquí en más, la responsabilidad de gobernar y convertir estas elecciones en una nueva gesta colectiva, para defender y profundizar el modelo gobernante. Y ese será su propio desafío.
(Miradas al Sur. 29.03.09)
No será una elección destinada al olvido ni al arcón de los archivos. La disputa es entre modelos de país. Buenos y malos hay en todos lados.
En cada lista legislativa, harán su nido. El proyecto nacional y popular de un lado y el viejo país conservador y desigual del otro.
El neoliberalismo dominante en los noventa impuso la exclusión social, el achicamiento del Estado y la atomización política. De allí vienen las formas organizativas que posibilitaban la feria interminable de elecciones nacionales, provinciales y municipales. Quisieron descuartizar la idea de nación, haciéndonos creer que la suerte de un municipio era exclusiva consecuencia de la conducta de sus vecinos y no de la imposición de un modelo excluyente a escala nacional. Estas elecciones de junio ponen las cosas en su lugar. El proyecto de nación se dirime en elecciones nacionales.
La democracia siempre da revanchas.
Aquel modelo que se exhibió en carruaje triunfante en el primer centenario patrio y que, con interrupciones, dominó la escena durante un siglo hasta culminar sus días en las revueltas del 2001 y el 2002, tendrá otra chance en las urnas.
El otro modelo de país, el que apuesta al trabajo, la producción y el consumo interno, saldrá a revalidar sus títulos, ganados siempre en elecciones libres y democráticas.
Las viejas antinomias de los argentinos no pueden ser saldadas en un país dual. Mientras haya pobreza, desigualdad y exclusión, la armonía social será una quimera o una máscara de la injusticia. Está en la genealogía de nuestros peores dramas. Por eso regresan los conflictos más añejos de nuestra historia, porque no está resuelta la cuota de distribución del ingreso y la riqueza de manera equitativa y porque sigue primando la ley del más fuerte, de aquellos que se resisten a formar parte de un modelo de desarrollo que los incluye, pero desde una perspectiva distinta al modelo agro exportador y dependiente que sustentan.
La decisión de adelantar las elecciones, más que inaugurar una coyuntura, ordena una situación instalada desde el mismo día que Cristina Fernández asumió su mandato y anunció que venía a profundizar el modelo inaugurado por el ex presidente Néstor Kirchner. La Resolución 125 disponiendo las retenciones móviles fue el detonante para que los sectores más enriquecidos por la ecuación soja, glifosato y siembra directa, salieran a dar batalla en defensa, no sólo de sus riquezas inmediatas, sino fundamentalmente del esquema productivo que les permitió dominar el mercado y determinar la agenda de la gobernabilidad.
El mandato de Cristina recién arrancaba, cuando en marzo de 2008, la patronal rural irrumpió con sus exigencias, resistiendo a la medida oficial. Desde ese momento, fueron el principal sostén del arco opositor. A medida que escalaba el conflicto, las posiciones políticas y las definiciones conceptuales, fueron dejando a un lado los reclamos sectoriales para adentrarse de lleno en el modelo de país que realmente estaba en disputa. Hemos escuchado en este tiempo, definiciones que parecían enterradas, pero que estaban allí, sin necesidad de mostrarse mientras no hubiese necesidad. Es la sobriedad del viejo poder. Quienes rápidamente saltaron a las rutas fueron, precisamente, los nuevos ricos de la Federación Agraria. Los que mutaron su condición de pequeños y medianos agricultores a la de enriquecidos productores sojeros. Pensaron, como otros opositores, que el proyecto gobernante se agotaba en la pura cosmética y que el kirchnerismo llegaba a su techo a partir de la asunción como presidente del PJ de Néstor Kirchner. Lejos de eso, el gobierno sostuvo la pulseada, profundizó sus acciones, modificó y corrigió los pliegos que fueron necesarios corregir y en la retirada de ese conflicto desigual, que resultó perdidoso por el voto de Julio Cobos, conquistó el cambio estructural más profundo de todos, con la recuperación de la administración estatal de los fondos jubilatorios y la eliminación de las AFJP.
En el enfrentamiento, una buena parte del progresismo cayó presa de sus dudas y terminó por ser funcional a la derecha. En una hipotética reparación, tendrían que recordar que cuando un proyecto nacional enfrenta, pacífica y democráticamente, a los intereses más concentrados del poder y a los multimedios de comunicación que los representan, esos intereses riegan con ácido todo campo sembrado de neutralidad y obligan a optar drásticamente. Y no hay que temer, hay que elegir.
Habrá que ir hasta “Perón o Braden” de 1946, o “Liberación o Dependencia” de 1973, o cuando se rescató la democracia en 1983, para encontrar antecedentes de la magnitud histórica con que se presentan estas elecciones próximas.
De un lado estarán quienes representan al proyecto que gobierna desde el 2003 y del otro, las dos expresiones partidarias opositoras, el radicalismo aliancista y el peronismo de derecha, en su versión duhaldista y menemista.
Es tan vertiginoso el proceso político que en el arranque nomás, ya asoman los primeros perdedores: Julio Cobos, que se quedó sin juego político; Elisa Carrió, que está a punto caramelo de perder su target de presidenciable en el 2011 y Felipe Solá, que abdicó su petulancia para terminar siendo el segundo de Francisco De Narváez.
La prudencia aconseja andar con cuidados, cuando se dirime poder. Sin crispaciones, pero con memoria. La oposición de derecha, oferta la “racionalidad” del país que ya fue, mientras del otro lado, convocan a la mística de un país que quiere ser más justo.
Ambos hemiciclos opositores terminaron por refugiarse en sus propias retaguardias, sin poder romper sus viejas lógicas y fronteras. Enamorar políticamente desde el resabio menemista o aliancista, es toda una antitesis de la utopía.
El amplio y heterogéneo espacio del proyecto nacional y popular, tendrá de aquí en más, la responsabilidad de gobernar y convertir estas elecciones en una nueva gesta colectiva, para defender y profundizar el modelo gobernante. Y ese será su propio desafío.
(Miradas al Sur. 29.03.09)
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