Comienzan las sesiones ordinarias en el Congreso mientras se debaten dos modelos de país. Como hace un año, la Presidenta volverá a dirigirse al Congreso
Cuando la Presidenta Cristina Fernández hable desde el Congreso de la Nación, habrá que juntar los pedacitos de realidades con que se llega a este día para entender por qué, hoy más que nunca, este momento nos compromete a todos.
Ya sabemos que la sociedad dual mata, empobrece, violenta, embrutece. Pone un muro de hormigón armado hasta los dientes, entre el rico y el pobre; entre el que navega con su ostentoso yate y el que no tiene nada más que el paco del día; entre el que añora los tiempos donde el silencio era salud y el que revuelve basura en busca de comida; entre la diva multimillonaria que reclama la pena de muerte al grito de “termínenla con los derechos humanos” y la madre pobre de toda pobreza que acuna honradamente a su hijo dormido. La lucha por un país justo no tiene más techo que el cielo del albañil y el que labra la tierra de sol a sol; eso lo saben y asumen los que luchan y gobiernan por un país menos desigual, menos violento y para hacerlo se valen del instrumento que tengan a mano. Sólo con una mirada propia, latinoamericana, es posible entender que una vez más, quizá no serán los mejores ni los más puros los que restañen las heridas de este pueblo. Serán los impuros, los de siempre, los comunes, los que se armarán de la paciencia, la pasión y el coraje necesarios, para romper esa dualidad que lacera el lomo de esta sociedad.
Estamos en esa instancia crucial. O nos dobla el brazo el país autoritario con sus amenazas y extorsiones o avanza la sociedad democrática en defensa de la vida, la inclusión social, la redistribución del ingreso, la justicia, el trabajo, en un país para todos.
La pulseada no es entre el Gobierno y el campo, como venden los medios al público que mira el mundo desde el sofá de su casa. Es entre el país del monocultivo sojero, el del “sálvese quien pueda”, el del corralito, y este otro país que se abre paso como puede, con los sindicatos, los estudiantes, los movimientos sociales, los empresarios nacionales y con el gobierno democrático y popular, con sus aciertos y sus errores. No nos dejaron espacios para la dulce ambigüedad; cada uno elegirá su orilla.
El proyecto político oficial entró en su fase de consolidación institucional. Los actores principales en pugna, lo saben y actúan en consecuencia. Mientras la oposición y el poder real despliegan una buena parte de su batería para resistir, el movimiento político gobernante avanza profundizando el rumbo del modelo de desarrollo con inclusión social, que gobierna desde el 2003.
Las fuerzas enfrentadas históricamente, entre un país inclusivo y otro desigual, se pusieron en movimiento, impactando sobre la realidad cotidiana de los argentinos. La misma noche de su proclamación como Presidenta, Cristina adelantó: “Quiero profundizar los cambios que empezamos en 2003. Es necesario reconstruir el tejido social e institucional. Quiero convocar a toda la sociedad; un país no lo construye sólo un buen gobierno, sino una buena sociedad”.
No apeló a ningún argumento de crisis para anunciar la oquedad de su mandato futuro. Al contrario, anunció la profundización de los cambios iniciados por el ex Presidente Néstor Kirchner. Allí está el origen inmediato de los días que corren.
Los opositores, sin embargo, insisten en la argumentación de la presunta falta de credibilidad en el Gobierno. Los sectores que lo apremiaron a través de la solicitada de los grandes exportadores cerealeros y la Mesa de Enlace, están acostumbrados al manejo fino y grueso del poder. Es iluso pensar que actúan improvisadamente. Fue un mensaje al núcleo del proyecto gobernante advirtiendo que la esencia del modelo del país desigual, no se toca. Para ellos, no importan las economías regionales ni la leche ni la democracia. Trazaron una raya en defensa de la renta total, de los granos acumulados en los silos bolsas, del modo de producción basado en el monocultivo sojero, de la pulseada feroz por sostener su rol determinante en el comercio, interno y externo, en los precios, en el volumen de sus saldos exportables. Son los dueños de la tierra y hacen política, presionando y mostrando cuál es su idea del “progreso social”. Si volvieran a ganar, el Bicentenario será sólo un remedo del primero.
Quienes los acompañan partidariamente, componen la fuerza opositora que amenazó hace unas horas, desde el Congreso, con un golpe parlamentario al modelo en curso. La UCR oficial de Gerardo Morales, la Coalición de Carrió, el duhaldismo de Solá y De Narváez, el Pro de Macri y el socialista Giustiniani, ofendiendo, dicho sea de paso, la memoria del siempre recordado Alfredo Bravo. La cofradía la encabezan, como se sabe, Biolcatti, Buzzi, Llambías y Garetto. Y De Angeli.
Plantaron una pica sobre el modelo de redistribución del ingreso con argumentaciones falaces como esa de que las retenciones a la soja provocarán el éxodo masivo de la “gente del campo” hacia los cordones pobres de las grandes ciudades. Al revés, fue la sojización transgénica la que produjo desde la década del noventa el éxodo de 160.000 campesinos, trabajadores rurales y de oficios relacionados con el agro, hacia el conurbano bonaerense y el cinturón de pobreza que rodea Rosario y la ciudad de Córdoba. No defienden el empleo. Defienden su renta y aquel modelo de país que coronaron con el menemismo, cuando en una acción de pinzas liquidaron la Junta Nacional de Granos, justo un Día de la Lealtad, el 17 de Octubre de 1995, y liberaron después la soja transgénica a través de la Resolución 115/96 firmada por el entonces Secretario de Agricultura de Menem, el siempre leal, Felipe Solá.
Mario Llambías explica que esa fue “la liberación de las fuerzas productivas”, utilizando las mismas palabras de Martínez de Hoz en tiempos de Videla.
La memoria sirve para conocernos mejor.
A todo esto, la crisis mundial muestra su cara más horrible en el xenófobo que en EE.UU. asesinó a dos estudiantes chilenos por su condición de inmigrantes, en Europa con otro crimen semejante y la caída de miles de puestos de trabajo y la CIA que reaparece mostrándonos sus colmillos. El mundo se desploma y es imprescindible que, sin chauvinismos berretas, hoy sean los pueblos los que hagan oír sus voces, defendiendo la paz y la justicia, con una misma bandera y una misma patria para todos.
(Miradas al Sur. 1.03.09)
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