“Las retenciones a la soja son el nombre de la equidad social y la redistribución del ingreso”, había expresado la Ministra Giorgi. “No hay avances porque no se bajan las retenciones a la soja y el tiempo es escaso”, le retruco Eduardo Buzzi al salir de la reunión con el Gobierno. Caramba. Era como sospechábamos. Poderosa la transgénica, ¿no? Mucho más que las economías regionales y todos los productos agropecuarios juntos. Más que la solidaridad con el resto de los argentinos. ¿Será el alma reciclada del país de los estancieros? ¿No será mucho?
Hace un siglo, la Argentina se preparaba para los festejos de su primer Centenario. Se construían hoteles, monumentos y paseos, esperando la llegada de los visitantes extranjeros a Buenos Aires. Era el país del mugido y las espigas, el que ponía y sacaba ministros y presidentes y aplastaba a sangre y fuego las rebeliones obreras.
Los dueños de la tierra se adueñaban del país, ostentando el poder con mano de hierro, metáfora industrial de excepción para una clase social preocupada sólo por sus ganados y sembradíos. La oligarquía, es su nombre genealógico.
Cuarenta años más tarde, el país empezaba a ser otro, más inclusivo y soberano, con una economía que apostaba al empleo, la industria nacional y la justicia social. Fue tan fuerte el arraigo de esa nueva Argentina, que aquel modelo de Estado, habría de perdurar, hecho jirones, un tiempo después de ser derrocado por la “Revolución Libertadora” en 1955.
El golpista Juan Carlos Onganía, desfilando en la Sociedad Rural con levita y galera victoriana, no pudo retomar el país primario de principios de siglo, al que extrañaban tanto.
La primavera de una nueva generación habría de empezar a dar sus primeros brotes el 11 de marzo de 1973 con la victoria de Héctor J. Cámpora, preludio del retorno definitivo del General Juan Domingo Perón. Fuimos felices por un rato apenas. Pero fuimos muy felices, y eso no se olvida, quedó allí, en el aire, en las calles, en la canción que aún arde por las noches, en la voluntad de volver a ser felices nuevamente, quizás más sabios y prudentes, pero sin perder los sueños en ninguna recova ni en el sillón mullido del reposo que seguirá esperando.
Tres años después, todo se regó de tristeza. La dictadura hizo su faena con un patriarca de los terratenientes, Martinez de Hoz, al frente de genocidas que contaron con el despliegue incondicional de los medios que oficiaron de lenguaraces mediáticos de ese país injusto que “achicaba el Estado para agrandar la Nación”.
El menemismo, ya en democracia, coronó la obra maestra del terror que habían iniciado los genocidas. Desaparecidos los cuerpos, le llegaba el turno del fusilamiento al patrimonio de la Nación. Liquidaron los ferrocarriles, los puertos y la flota soberana, el petróleo, el gas, las comunicaciones, la Junta de Carne y la de Granos, Aerolíneas; y la tierra sufrió como nunca antes. La invasión de soja transgénica, irrumpió de la mano de Menem, Cavallo y Felipe Solá, hasta cubrir el 60 % de los cultivos, arrinconando en las quintas del desamparo, el país del tomate, del arroz, de la papa, de las verduras y las frutas, de la diversidad alimentaria de los argentinos. Más de 150 mil pequeños productores fueron quebrados y desplazados del campo a los cordones de pobreza urbana. Pero ningún empresario rural salió a cortar las rutas. Caramba.
Así llegamos hoy. El mundo en llamas y esta Argentina que recupera el Estado para defenderse; la Unasur y el MERCOSUR consolidan su unidad; se creó el Consejo de Defensa Sudamericano y en su primera declaración, reclaman a los EE.UU. el fin del bloqueo a Cuba; la Presidenta y el Canciller Taiana reúnen por primera vez en la historia nacional a todos los embajadores argentinos para elaborar una estrategia ante la crisis mundial y el Gobierno que reitera la voluntad en seguir dialogando para elaborar todas las medidas necesarias para las economías regionales y los distintos sectores productivos. Pero la soja “es una bandera irrenunciable”, dijeron los ruralistas, reavivando el conflicto, con movileros que dirigen escénicamente los cortes de rutas y calles y plumas patricias que ordenan la línea a seguir por la infantería opositora.
Se trata de marchar a un país de iguales o retroceder al viejo país injusto del primer centenario. El país del monocultivo sojero o el país de la diversidad y la soberanía alimentaria.
Quizás la primavera ya no vuelva a brillar entre nosotros. No importa tanto, mientras los humildes vuelvan a ser, un poquito más felices.
Hace un siglo, la Argentina se preparaba para los festejos de su primer Centenario. Se construían hoteles, monumentos y paseos, esperando la llegada de los visitantes extranjeros a Buenos Aires. Era el país del mugido y las espigas, el que ponía y sacaba ministros y presidentes y aplastaba a sangre y fuego las rebeliones obreras.
Los dueños de la tierra se adueñaban del país, ostentando el poder con mano de hierro, metáfora industrial de excepción para una clase social preocupada sólo por sus ganados y sembradíos. La oligarquía, es su nombre genealógico.
Cuarenta años más tarde, el país empezaba a ser otro, más inclusivo y soberano, con una economía que apostaba al empleo, la industria nacional y la justicia social. Fue tan fuerte el arraigo de esa nueva Argentina, que aquel modelo de Estado, habría de perdurar, hecho jirones, un tiempo después de ser derrocado por la “Revolución Libertadora” en 1955.
El golpista Juan Carlos Onganía, desfilando en la Sociedad Rural con levita y galera victoriana, no pudo retomar el país primario de principios de siglo, al que extrañaban tanto.
La primavera de una nueva generación habría de empezar a dar sus primeros brotes el 11 de marzo de 1973 con la victoria de Héctor J. Cámpora, preludio del retorno definitivo del General Juan Domingo Perón. Fuimos felices por un rato apenas. Pero fuimos muy felices, y eso no se olvida, quedó allí, en el aire, en las calles, en la canción que aún arde por las noches, en la voluntad de volver a ser felices nuevamente, quizás más sabios y prudentes, pero sin perder los sueños en ninguna recova ni en el sillón mullido del reposo que seguirá esperando.
Tres años después, todo se regó de tristeza. La dictadura hizo su faena con un patriarca de los terratenientes, Martinez de Hoz, al frente de genocidas que contaron con el despliegue incondicional de los medios que oficiaron de lenguaraces mediáticos de ese país injusto que “achicaba el Estado para agrandar la Nación”.
El menemismo, ya en democracia, coronó la obra maestra del terror que habían iniciado los genocidas. Desaparecidos los cuerpos, le llegaba el turno del fusilamiento al patrimonio de la Nación. Liquidaron los ferrocarriles, los puertos y la flota soberana, el petróleo, el gas, las comunicaciones, la Junta de Carne y la de Granos, Aerolíneas; y la tierra sufrió como nunca antes. La invasión de soja transgénica, irrumpió de la mano de Menem, Cavallo y Felipe Solá, hasta cubrir el 60 % de los cultivos, arrinconando en las quintas del desamparo, el país del tomate, del arroz, de la papa, de las verduras y las frutas, de la diversidad alimentaria de los argentinos. Más de 150 mil pequeños productores fueron quebrados y desplazados del campo a los cordones de pobreza urbana. Pero ningún empresario rural salió a cortar las rutas. Caramba.
Así llegamos hoy. El mundo en llamas y esta Argentina que recupera el Estado para defenderse; la Unasur y el MERCOSUR consolidan su unidad; se creó el Consejo de Defensa Sudamericano y en su primera declaración, reclaman a los EE.UU. el fin del bloqueo a Cuba; la Presidenta y el Canciller Taiana reúnen por primera vez en la historia nacional a todos los embajadores argentinos para elaborar una estrategia ante la crisis mundial y el Gobierno que reitera la voluntad en seguir dialogando para elaborar todas las medidas necesarias para las economías regionales y los distintos sectores productivos. Pero la soja “es una bandera irrenunciable”, dijeron los ruralistas, reavivando el conflicto, con movileros que dirigen escénicamente los cortes de rutas y calles y plumas patricias que ordenan la línea a seguir por la infantería opositora.
Se trata de marchar a un país de iguales o retroceder al viejo país injusto del primer centenario. El país del monocultivo sojero o el país de la diversidad y la soberanía alimentaria.
Quizás la primavera ya no vuelva a brillar entre nosotros. No importa tanto, mientras los humildes vuelvan a ser, un poquito más felices.
(El Argentino. 11.03.09)
3 comentarios:
"El país del monocultivo sojero o el país de la diversidad y la soberanía alimentaria".
El viernes estamos en Rosario del Tala (ER), charlando con Jorge Rulli.
GENIOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!!!!!
felicitaciones jorge. Un texto sencillo para comprender y profundo para reflexionar.
Un placer leerte.
Un abrazo compañero, desde el feudo San Luis
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