La historia
gusta de las paradojas pero no de las medias tintas cuando viene avanzando.
Al pan, pan
y al vino, vino:
*La
Justicia condenó a los genocidas acusados del robo de niños durante la dictadura.
Del terrorismo de Estado al Estado democrático que reparó derechos de la mano
de Néstor y Cristina.
*La
Presidenta dispuso que el Banco Central ordene a los principales bancos del
país que otorguen préstamos a tasas
bajas para la producción de bienes.
*Se puso en
marcha la tunelera “Argentina” que desarrollará la obra más importante en la
historia de los ferrocarriles.
*Se informó
con datos económicos y fundamentos políticos el crecimiento del país ante el
pleno de los diputados a través del Jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina.
Todo esto y
mucho más, pese a Macri y a Scioli que están logrando lo que parecía imposible en
la Argentina nacional y popular: hacer de la Ciudad y la Provincia de Buenos
Aires, cabeceras de playa de la crisis mundial.
Pese a esos
desmadres de gestión, el país sigue su marcha a la velocidad de la “máquina de
dios”, mucho más ahora que identificó su verdadero origen.
Y pese a la
oposición política mediática que trata de obstruir rabiosamente las
transformaciones que encara Cristina en medio de un mundo que está al
garete.
Saben que estamos
sobrellevando la oscuridad global con nuestras propias usinas de energía
alternativa. Y saben que si nos engancháramos al sistema mundial en crisis,
caeríamos fulminados más temprano que tarde.
Pero la
colonización cultural de los medios corporativos y sus políticos afines es tan
fuerte que no tienen reparos ni escrúpulos para que perdamos nuestra propia
autonomía como Nación.
Para ellos
el lema es “cuanto peor, mejor”.
No importa
que el Hospital Durand cierre su Terapia Infantil por desidia del gobierno de
Macri.
No importa
que hagan trizas el derecho al aguinaldo.
No les importa
nada. Primero están ellos, después la gente.
Calma. La
ira y la impaciencia no son buenas consejeras. Lo aprendimos en peores circunstancias;
cuando gobernaban los poderosos que se robaron el país, con niños incluidos.
Venimos a
contramano de las políticas que en el mundo están dejando a la intemperie a
millones de personas, cerrando escuelas y hospitales, destruyendo los sistemas
productivos de naciones enteras, rescatando bancos al costo de hundir los
restos del naufragio del Estado de bienestar.
Esta osadía
soberana tiene un alto precio: la salvaje oposición de Clarín, La Nación y su
club de socios y amigos en distintos campos de acción de la cosa pública y
privada.
El fondo de
la cuestión, no obstante, es que en este transito que va del estallido de la
crisis mundial, que arrancó aquí en el 2001, hasta el día que asome nuevamente
el sol y se hayan disipado los efectos de la tormenta política financiera con
centro en la Eurozona, las fuerzas que se mueven se disputan la moldura del
mundo por venir.
Un mundo
más igualitario y justo.
O un mundo
mucho más injusto y desigual.
En este
trance deberíamos saber que está en plena reconfiguración la división del
trabajo que supimos conocer.
Cuando la
Presidenta defiende a capa y espada la producción y el empleo en el G-20, está
diciendo en la casa de Satán que ella cree en Dios.
Si abdicara
de sus convicciones, la Argentina pasaría a ser parte de un esquema mundial
donde el lugar que nos asignarían serían básicamente dos: receptores de los
residuos tóxicos financieros que pululan en el hemisferio norte y coto de caza
de los recursos naturales de los que carecen los países llamados desarrollados.
Basurero financiero
y huerta saqueada en un solo acto.
La caída
del país sería vertical. Al derrumbe de nuestra economía le seguiría el
derrumbe trágico de nuestra autoestima
como pueblo y nación.
¿Adónde se
destinarían los capitales acumulados con semejante saqueo?
La memoria
colectiva podría dictar cátedras al respecto. Y si miráramos el presente en el
viejo continente, ni siquiera seríamos originales, apenas una mala copia de
España, Italia o Grecia.
Todo esto
es obra de los hombres, de la voluntad humana, de las relaciones de fuerza. No
ocurre por que sí.
Estamos
construyendo sobre los cimientos ya reconstruidos desde el 2003, una nueva y
gloriosa nación, para desde allí participar de la construcción de una
civilización que esté a escala humana y no en el pozo de las madrigueras.
No importa
si Binner, Macri o De Narváez sepan lo que dicen cuando despotrican contra este
proyecto, intentando mellar la credibilidad de la Presidenta con argumentos más
relacionados con la misoginia que con la economía o la política. Importa el
daño que procuran hacer.
No en vano
la filosofía enseña que la misoginia está fuertemente ligada al pesimismo.
El modelo
que gobierna la Argentina, imperfecto e inconcluso, muestra sus grietas allí
donde aún manda la injusticia. A la inversa del modelo que coronó el
neoliberalismo, donde las grietas permitían algún que otro soplo de vida.
Había que
desarmar el modelo injusto y construir otro que nos permitiera caminar hacia el
porvenir. Y en eso estamos todavía.
Si el
capitalismo barrió durante dos siglos con los anteriores sistemas que
organizaron el mundo fue justamente porque prometía el progreso y la modernidad
siempre ascendente de la condición humana. La incertidumbre de hoy a escala
mundial está dinamitando esa razón de ser de toda sociedad que se mueve, que
trabaja y que produce.
Estas son
las cuestiones de fondo que estamos dirimiendo.
No tan sólo
si la inflación subió dos puntos, si el precio de la soja no para de crecer y si
los bancos tendrán que poner sus cajas de caudales al servicio de la
producción.
Todo eso se
explica en esta que es, estratégicamente, la batalla cultural de nuestro
tiempo.
Cuando el 7
de diciembre el Grupo Clarín apague los sets de luz que le vienen sobrando de
hace rato, seguramente el mundo seguirá en crisis y la Argentina seguirá
creciendo como hasta ahora; pero la libertad, si se nos permite, será mucho más
libre y placentera.
Y también
se trata de eso.
Miradas al Sur, domingo 8 de julio de 2012
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