domingo, 5 de febrero de 2012

Malvinas: El ADN de nuestra soberanía




Venimos hablando en esta columna de los pájaros patagónicos malvinenses que surcan el cielo de nuestro sur en una ida y vuelta incansable, de costa a costa, como si fueran aves del mismo nido.
Hablamos de delfines y ballenas, de los millones de peces que están siendo atrapados en las inmensas redes de los barcos depredadores con patentes de piratas o destrozados por las excavadoras petroleras que navegan por “el fin del mundo” que, en verdad, es el principio azul y blanco de nuestro mar austral.
Venimos hablando de un litigio desigual con el poderoso Reino Unido que invadió las islas en 1833 y que desoye cualquier sentencia del derecho internacional para que devuelvan lo que les pertenece por legalidad y legitimidad a los argentinos.
Ahora llegó el momento de mostrar y demostrar que también por línea sanguínea y por presencia física, esas islas fueron, son y serán argentinas.
Alguien se acercó un día a Rodolfo Walsh y le dijo: “Hay un fusilado que vive”.
De allí nació una de sus obras maestras, “Operación Masacre”, relatando la verdad sobre los fusilamientos de la “revolución libertadora” de Aramburu y Rojas, contra militantes peronistas en los basurales de José León Suárez.
Salvando las distancias, nosotros también nos proponemos bucear en la historia con las huellas que dejaron aquellos primeros argentinos de Malvinas, porque son ellos, no los que fueron intrusados, el verdadero pueblo original de nuestras islas.
Allí nació una niña, hija de María Sáez y el gobernador Vernet, a la que llamaban “Malvina” en honor a la tierra donde vio la luz, de nacionalidad “natural de la República Argentina” según consta en el Certificado de Bautismo.
Y hubo decenas de gauchos que se alzaron al interior de las islas, campo adentro, para no ser prisioneros de los ingleses cuando nos invadieron en 1833.
Otros quedaron trabajando en faenas y quehaceres de peón rural. Entre ellos, un tal Antonio Rivero, un criollo entrerriano que anduvo resistiendo con lo que tenía a mano. Tomó la comandancia de las islas, arrió la bandera de los colonialistas e izó la bandera argentina, como correspondía. Luego de varios meses, los ingleses lo apresaron. Liberado tiempo después, se enroló en las filas del Ejército que comandaba el General Lucio Mansilla, durante el gobierno de don Juan Manuel de Rosas, muriendo heroicamente en la Batalla de la Vuelta de Obligado, guerreando contra la flota anglo-francesa en 1845.
De esa épica venimos los argentinos, de una historia que conforma el ADN inapelable de nuestra soberanía en Malvinas.
Ahora que el gobierno inglés apela al único argumento de los conquistadores, enviando poderosos destructores armados con misiles de largo alcance, al príncipe heredero en ejercicios bélicos, a Cameron ofendiendo a la memoria y el buen gusto en la medieval legislatura británica, para justificar la muletilla de la “autodeterminación de los kelpers”, es hora que expongamos a cielo abierto todas las evidencias que demuestran nuestra legítima soberanía en las islas.
En todos los planos de la vida.
En 1810 la Primera Junta de la Revolución de Mayo ordena con la firma de Cornelio Saavedra y Juan José Paso asistir económicamente a los gastos que demanden las Malvinas, “como si fuesen un navío nuestro en alta mar”.
En 1816, a un mes de la declaración de nuestra Independencia, el General José de San Martín ofrece la libertad a los prisioneros en Patagonia y en Malvinas, a cambio de alistarse en el Ejército de la patria.
En 1820 el gobierno argentino ocupa plenamente el archipiélago y nueve años después, nombra a don Luis Vernet, comandante y gobernador de las Islas.
Antes, en 1824, fue comandante militar de Malvinas, un indio guaraní llamado Pablo Areguatí.
Un día como hoy, 5 de febrero, pero de 1830, nace Malvina Vernet.
Hubo argentinos y argentinas, antes y después de la ocupación colonialista.
La esposa del gobernador cuenta en su diario íntimo: “Es domingo 30 de agosto (1829). Muy buen día de Santa Rosa Lima y por lo que determinó Vernet tomará hoy posesión de la Isla en nombre del gobierno de Buenos Aires, a las doce se reunieron los habitantes se enarboló la Bandera Nacional a cuyo tiempo se tiraron veintiún cañonazos, repitiéndose sin cesar el ¡Viva la Patria! Puse a cada uno en el sombrero con cinta de dos colores que distinguen nuestra Bandera, se dio a reconocer el Comandante”
Por si no alcanza el testimonio propio, diremos que hubo un inglés prestigioso que llegó a las islas en 1833.
En marzo de ese año, Charles Darwin, autor de “El origen de las especies”, escribió desde Malvinas: “Hacia miles de años que estas islas estaban deshabitadas, hasta que el gobierno de Buenos Aires tomó posesión de ellas y envió colonos. El mes pasado el HMS Clío llegó para anexarlas en nombre de los británicos…los pobladores huyeron hacia el interior, asustados por la violencia…”
Fue allí donde Darwin apreció “la destreza de aquellos gauchos”, los resistentes que aun quedaban en pie y comió con ellos “un verdadero manjar: el asado con cuero”.
¿De dónde vienen sino esas voces castellanas que se escuchan aun hoy en las Malvinas?
Alexander Betts, un argentino que nació y vivió en las islas, relata en su libro “La verdad sobre las Malvinas. Mi tierra natal”:
“Todo el mundo en las islas sabe de lo que se está hablando cuando se dice alazán, zaino, malacara, manchau, rosillo o moro picaso…bozal, cabestro, soga-cincha, maneas, tientos y pretal…es el legado de los gauchos que anduvieron por allí. Hay nombres castellanos como Rincón Grande, Bombilla, Cantera, Horqueta, Dos Lomas, estancia, cerritos…y hay una marca más de la influencia gaucha: el vocablo ché”.
El imperio colonial del Reino Unido expulsó a los argentinos en 1833.
Pero quedaron aquellas palabras como si fueran combustible de un faro que sigue echando luz para que nadie se pierda.
Además, con un gobierno que rescató la verdadera historia, como fue el de Néstor Kirchner y el de Cristina ahora, no habrá colonialismo que tuerza el destino de un pueblo libre, como es el pueblo argentino.

Miradas al Sur, domingo 5 de febrero de 2012

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