domingo, 12 de febrero de 2012

El regreso de Malvinas



El abordaje de Malvinas suponía, en tiempos de desmalvinización, hablar en sordina por los pasillos de la política; “a ver si alguien se cree que somos malvineros cuando no lo somos”. Y para los que orgullosamente lo eran, hablar de Malvinas y su causa soberana, implicaba tirarse cuerpo a tierra, avanzar en zig-zag, dar un rodeo antes de la meta y vestirla con ropaje de etiqueta para que pueda ingresar a los salones de la alta política.
En pleno siglo XXI las cosas han cambiado. Hablar de Malvinas es ponerse de pie, pasar al frente, ligar el concepto de soberanía nacional con el de soberanía popular; significa, definitivamente, hacer política en una clave tan eterna como novedosa.
Equivocado está el que crea que Malvinas es sólo un par de islas en el mar austral. Malvinas es la costilla que nos arrancaron. Es una metáfora dolida de nuestra propia identidad. Malvinas no está quieta, se mueve todo el tiempo. Y lo que es más pasional y desafiante: una vez que se desata, echa a andar por sus propios medios y se mete en las casas, en los hospitales, en las iglesias, en el comité y en la unidad básica, en la academia y en el club del barrio, en los colectivos y en las estaciones.
Señoras y señores, público presente, Malvinas ha regresado a la escena política nacional. Lo hace esta vez en democracia. Y ello supone un desafío nuevo: armarse de argumentos para rebatir al colonialista y al colonizado de cabotaje que vive entre nosotros.
Porque si bien Malvinas se proyecta al mundo como la sustancia misma de la política exterior, en verdad es la parte fundante de nuestra política nacional, de la política interna, la cotidiana, la del café, la de la Casa Rosada y el Parlamento.
Ningún territorio de la patria se administra y gestiona desde las Naciones Unidas. Malvinas tampoco. Sólo que como el Reino Unido de Gran Bretaña posó allí sus garras hace 179 años, es el canciller y no el ministro del interior, el que atiende y reclama su recuperación.
Es preciso poner en un lugar correcto la causa Malvinas, porque de no hacerlo, algún distraído podrá pensar que es una cortina de humo, un impasse en el trajinar de la vida cotidiana, un punto de apoyo para no se sabe qué proyecto. Y no.
En esta democracia, Malvinas es un sustantivo como el trabajo, la Asignación Universal por Hijo, el presupuesto educativo, la movilidad jubilatoria.
Hay tres actores imprescindibles para que esta vez la causa soberana tenga un final victorioso: el pueblo argentino, el gobierno democrático y la América Latina y el Caribe.
Vivir en una democracia que no cambia nada, libera al ciudadano del compromiso de asumir a pleno su defensa. Antes bien, lo conmina a sacudir el árbol para que caigan frutos.
Pero vivir en una democracia que rompe el protocolo y la agenda del poder establecido, obliga a ejercer el oficio ciudadano de cargarse al hombro cada cambio cultural, cada conquista social, cada reparación de derechos.
Malvinas nos precisa a todos participando y armados de buenos argumentos para defenderlas.
Mucho más cuando es elocuente que se ha lanzado una operación de “inteligencia” contra nuestras filas. Las del gobierno y el proyecto nacional y popular, pero también contra las filas de los que defienden esta causa, piensen como piensen partidariamente.
¿O acaso podríamos creer que son casualidades la golpiza cobarde al diputado Díaz Bancalari, la transmisión en vivo y en directo de TN agitando fantasmas del pasado, el bombardeo mediático del Grupo Clarín y “La Nación” desde las propias islas y el ataque a granel contra la Presidenta?
Desde que recuperamos la política con Néstor y Cristina, las casualidades no existen; o valen sólo para asuntos de entre casa.
Desde esta operación desmalvinizadora echaron a rodar la teoría del “tercer actor”, los kelpers y la de su presunta legitimidad de “autodeterminación”.
Está claro que, como sucede en toda operación de magnitud, están en la primera fase de ablandar el terreno donde pisa el gobierno argentino, trastocando la ecuación agresor-agredido.
Ahora resulta que la Argentina es agresor porque habría dejado sin bananas al ciudadano británico que ocupa ilegalmente nuestras islas. Y resulta así que el inglés que depreda nuestros recursos naturales y agrede nuestra soberanía se convierte en agredido porque no tiene bananas.
Lo escribimos así para poner en grotesco y absurdo lo que simplemente lo es.
Además, aclaremos que Argentina no implementó ninguna restricción para los isleños. Habría que pensar seriamente en instalar en las islas un plan “Banana para todos” para poder compartir, al menos en un rubro, la política de inclusión que gobierna en el continente de los argentinos.
Malvinas es la sintonía fina del Bicentenario. O una porción importante de la historia que venimos recuperando en estos últimos años. Llegó para quedarse en nuestra agenda diaria. Ni qué hablar de este 2012 y el próximo cuando se cumplan 180 años de la ocupación colonialista.
Nos ayudará, como faro que es, a descubrir o redescubrir héroes como el Gaucho Rivero y el maestro soldado Julio Cao, héroes solitarios como Miguel Fitzgerald y héroes colectivos como los militantes que, encabezados por Dardo Cabo, llegaron hasta Malvinas a izar la bandera azul y blanca, cantar el Himno Nacional y reafirmar que esa tierra también es Argentina, como lo es Jujuy, Río Gallegos, La Matanza, Ushuaia o Curuzú Cuatiá.
La Argentina no reclama por los que comen bananas. Sólo reclama el territorio que le robaron.
Y le reclama al dueño y al capitán de la corbeta “Clío”, no a sus polizontes. No hay tercero en discordia, además, porque los kelpers son ciudadanos británicos que juran por la reina.
Clarín baja línea a los cipayos y sale a buscar voceros que sostengan esa línea.
Pero están fuera de foco. Atacan las políticas de inclusión de Cristina pensando en los noventa, hacia adentro y en la Europa actual, hacia afuera.
Lo triste no es eso. Lo triste es ver dirigentes que echan su honra a los perros repitiendo lo que dice Clarín.
Más temprano que tarde, Malvinas nos juzgará.

Miradas al Sur, domingo 12 de febrero de 2012

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