domingo, 26 de febrero de 2012

Los querellantes del país injusto


Vivimos en un país que no da respiro ni en los carnavales.

Como si el pasado más oprobioso de los argentinos se empeñara en seguir agitando todos sus fantasmas entre nosotros.

Ocurre de vez en cuando, pero ocurre.

En un puñado de días se juntaron en el aire, por un lado el genocida Videla y por otro, los argentinos desalmados que firmaron una carta de apoyo al colonialismo británico.

A las diversas expresiones del pensamiento nacional, les surgió la oposición que se merecen: los cipayos de la Carta Colonialista.

La tragedia ferroviaria en la Estación de Once también es parte de ese pasado que cuando pisa, pisa fuerte.

Es evidente que el modelo nacional y popular le queda grande de talle a ese triste pasado que insiste en meter sus garras donde encuentra un hueco. Habrá que ajustar los puntos para que la aguja que zurza la sintonía fina se meta entre los rieles y los trenes y deshaga al mismo tiempo, los remiendos indolentes de la mala costura.

Se lo merecen los muertos, los heridos, los familiares, los argentinos todos y el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

Se lo merecen los miles de pasajeros que viajan día a día a su lugar de empleo o de estudio. Mucho más ahora que volvió el trabajo y la inclusión educativa es universal.

Nos acostumbraron a observar y analizar las partes de la realidad como si fueran un todo absoluto. Al Grupo Clarín y los medios dominantes les conviene que nos extraviemos en cada una de las partes, para olvidarnos del todo.

Así ocurrió con la tarjeta SUBE y con el tan meneado Proyecto X.

La ministra Nilda Garré fue muy clara en su informe final; los denunciantes, los lenguaraces de los medios y esa progresía que cacarea siempre por si las moscas, pusieron en duda un valor que este gobierno le agregó a la democracia: el conflicto social no se criminaliza.

Buscan desesperadamente abrir grietas por donde fugue la energía social acumulada en este nuevo país.

¿Es posible preguntarnos en qué país sucedió esta tragedia del Once? ¿Alguien pensó, seriamente, que por ese tren se fugaban todas las conquistas sociales y derechos reparados en estos últimos años? ¿Alguien creyó que ese tren de la muerte era la metáfora del país que reconstruimos desde Néstor Kirchner hasta aquí? ¿Alguien, bienintencionado, creyó que ese andén era el ojo de la cerradura por donde debía mirarse el país real de los argentinos?

Es peligroso caer en el juego que más le gusta a los enemigos de la democracia y de la vida: aturdirnos, confundirnos, enredarnos entre nosotros mismos.

Estamos en las antípodas de ese juego letal. No porque obviemos la parte, la coyuntura, el suceso cotidiano, ni el bueno ni el dramático. Sino porque nos negamos a que los mismos sectores que chocaron el país en la década infame del neoliberalismo sean hoy los “salvadores” de la moral y la seguridad pública.

Y porque tenemos memoria.

La tragedia nos enluta, nos interpela, nos exige avanzar construyendo más cambios.

Pero también desnuda una Argentina que ya no pide a los gritos que “hay que privatizar todo porque el Estado no sirve para nada”. Al contrario, la unanimidad se logra, por convicción, por oportunismo o por mala leche incluso, al exigir la anulación de la concesión privada a la empresa TBA y la recuperación de la administración por parte del Estado de un ferrocarril que, aclaremos, sigue siendo del Estado. Como dicen los queridos blogueros: “Gracias Néstor”. Porque de esta desgracia se saldrá con una cultura política nueva asentada en la revalorización de lo público. No es poca cosa.

Los que recorren el camino inverso, diametralmente opuesto al que sigue la sociedad mayoritariamente, son los cráneos del liberalismo conservador mitrista encabezados por Beatriz Sarlo. Explícita y obscenamente son la expresión del viejo poder que ha quedado vacío de promotores políticos. Por eso despotrican contra la oposición legislativa y partidaria; ellos querrían contar con una oposición lisa y llanamente golpista y pro británica.

Creen que con ese documento infame que difundieron enfrentan al gobierno de Cristina pero en verdad, enfrentan la historia de los argentinos, la sangre derramada por nuestros pibes y soldados que dejaron sus vidas en Malvinas, enfrentan una causa nacional que es sagrada para este pueblo, mal que les pese y ofenden la memoria de Arturo Illia, el presidente constitucional que supo tejer aquel texto inteligente y perenne que dio lugar a la Resolución 2065 de la ONU en 1965.

Lastimaría el alma de la buena gente que se les otorgue patente de “intelectuales argentinos que piensan diferente”. Son cipayos. Los hubo siempre. Si vivieran en tiempos de Rosas abordarían los barcos de la flota anglo francesa que luchó contra el heroico Ejercito del General Mansilla en la Vuelta de Obligado, el 20 de noviembre de 1845.

Llamaron al gobierno de los argentinos a “abdicar de la intención de imponerles una soberanía, una ciudadanía y un gobierno que no desean” los isleños.

Aquí no abdica nadie. Abdican los reyes. No los hombres y mujeres elegidos por el pueblo.

¿Por qué llegamos a este punto de inflexión en la Argentina? ¿Por qué podemos discutir recién ahora los grandes temas que forman parte de la estructura y el destino del país? Simple y profundo: por que desde el 2003 gobierna el modelo nacional, popular y democrático.

El avance continuo y sostenido de ese proyecto político hace que todas las fallas e imperfecciones no se escondan bajo la alfombra, sino que queden expuestas a la luz del día.

Además, se vienen afectando viejos y poderosos intereses que reaccionan y patalean contra el cambio.

Que nadie baje la guardia, sigue siendo una consigna.

Videla y los genocidas están presos, condenados y en juicio. Las Malvinas son argentinas. Falla el sistema de transporte y el Estado se hace cargo de su responsabilidad, tomando partido por el pueblo, sin encubrir a nadie por importante que sea.

Desde hace rato los querellante del país injusto son los millones de argentinos que protagonizan este proyecto de país inclusivo.

Nunca menos, es la otra consigna.

Miradas al Sur, domingo 26 de febrero de 2012

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