La tragedia sufrida por el ex jugador de fútbol, Fernando Cáceres, nos duele y conmueve a todos, mereciendo la solidaridad con la víctima y el repudio generalizado contra la delincuencia.
Pero el abuso mediático de este nuevo drama y el reiterado repicar de las voces de la falanges que vuelven a la carga con las consignas de la mano dura y la pena de muerte, sinceramente provocan repugnancia y estupor.
Las estadísticas más veraces indican que la Argentina es uno de los países más seguros de la región. No hay un incremento de la inseguridad, como determinados medios desinformativos pretenden instalar, usando inescrupulosamente cada crimen cometido, para crear zozobra en la población.
El último Índice de Seguridad de América Latina elaborado por Latin Business Chronicle durante el 2009, basado en datos oficiales y privados, estudió la incidencia de la recesión económica mundial en la situación de seguridad hemisférica y concluye que Argentina se ubica entre los cinco países más seguros de América.
El debate es otro y hay que sincerarlo.
Que levante la mano el que pretenda la opción de ofrecer más muerte a la muerte.
Que lo hagamos también quienes pensamos que la mejor política social es la mejor política de seguridad.
Esas siguen siendo las dos opciones que atraviesan la sociedad en los momentos dramáticos.
Desde ya que la historia demuestra que los argentinos, en su inmensa mayoría, apuestan por la vida y desde esa base, apoyan las políticas de inclusión social para construir una sociedad más igualitaria, donde la esperanza sea parte del territorio cotidiano y el horizonte posible para todos.
El ejemplo contundente son los familiares de las 30 mil personas desaparecidas durante el genocidio de la dictadura. Con todo el horror que ocasionaron los dictadores, no hay ningún caso de justicia por mano propia. Ni las Madres ni las Abuelas de Plaza de Mayo exigieron jamás la pena de muerte para los asesinos de sus hijos.
En esa fuente de amor debemos inspirarnos, desoyendo la cadena de odios que una minoría aprovecha a repetir en circunstancias dolorosas como ésta.
La justicia más implacable es la que juzga, castiga y repara cuanto sea posible hacerlo, no la que convierte a los miembros de una sociedad en lobos cazadores de lobos.
La asignación universal por hijo dispuesta por la Presidenta de la Nación, la recuperación de millones de puestos de trabajo y el plan de creación de miles de cooperativas que darán empleo a cien mil personas del conurbano en una primera etapa, están cimentando el andamiaje de una nueva sociedad inclusiva.
Insistimos en la necesidad de ejercitar una pedagogía que revierta el bombardeo de desesperanza, desconfianza, de pesimismo, de tristeza patológica, que desde sectores muy poderosos han lanzado desde hace tiempo contra las medidas del gobierno nacional.
Lamentablemente y como otras veces en la historia, le hacen el coro ciertas voces de la progresía opositora, los partidos de centro derecha y la intemperancia del clientelismo radicalizado.
Sin ningún pudor, ayer cortaron la Av. 9 de Julio, transitada por millones de laburantes, profesionales, comerciantes, taxistas, motociclistas.
El Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, fue contundente a la hora de calificarlos como un nuevo stalinismo clientelar que pretende reemplazar el rol intransferible del Estado en la implementación de los planes de seguridad social y de pleno empleo.
Nada les viene bien a esa oposición; cortada por la misma tijera, diría una vecina.
Que cinco millones de chicos empiecen a gozar del derecho a una asignatura universal les importa un comino, a los monopolios mediáticos y a esa oposición destructiva.
Que el salario haya aumentado casi un 13 %, que el índice de actividad económica registrara en septiembre un incremento del 3,2 %, que las fábricas de maquinaria agrícola trabajen horas extra por las optimas perspectivas de mayor producción, son para ellos, apenas susurros en la oscuridad.
Jorge Giles. El Argentino. 03.11.09
http://www.elargentino.com/nota-64397-De-la-tragedia-a-la-esperanza-colectiva.html
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