Habrá que decir que a lo largo de estos años, pocas coyunturas políticas fueron tan profundas como esta.
Habrá que anotar en la memoria, que esta vez la primavera vino cargada de presagios de un nuevo tiempo para la democracia.
Con la Ley de Comunicación que se debate a duelo en el Senado, se recuperarán del olvido las voces del niño de la Puna, del gran Chaco y de la Patagonia, del obrero peleando por un trabajo digno, de la maestra, del profesional, del artista, del intelectual, del artesano, de los pueblos originarios.
Por eso es importante que sigamos observando las diferentes posturas que los legisladores asumen en el debate parlamentario y en la puesta en escena que realizan a través del desfile por los medios.
Están dictaminando en nuestro nombre. Aunque no parezca cuando algunos se enardecen defendiendo los intereses de las empresas monopólicas y se olvidan que están allí para defender el bien común, empezando por el bien público.
En defensa de esta primavera habrá que inscribir la próxima sanción de la Ley.
Algunos logros ya se pueden ir anotando en el tablero de la pugna por más o por menos democracia en las comunicaciones.
Cuando empezó a correr este reloj que hoy marca nuestras horas, eran muchos los que negaban la existencia de monopolios. Y hoy, como dijo Cristina, ya se discute sobre cuál es el peor de los monopolios.
Antes de esta discusión que atraviesa toda la sociedad, el titular de un gran diario, la imagen desolada y despueblada de una pantalla televisiva, más la voz latosa y gangosa de una radio de alcance universal, eran la verdad absoluta, un pesebre de deidades indiscutibles, una sentencia y un dogma a seguir a pie puntilla.
Sin embargo hoy, aprendimos el arte de desconfiar en defensa propia, de mirar la marca antes de consumir a ciegas, de leer la fecha de vencimiento, de ligar la fuente con lo que se afirma.
En definitiva, sabemos que nos mienten o al menos no nos dicen toda la verdad.
Que es más o menos lo mismo.
Un gigantesco avance para la cultura de un pueblo inteligente y soberano. Pequeñas batallas ganadas que anteceden al triunfo final.
El fútbol para todos y la decisión presidencial de eliminar el delito de calumnias e injurias para la prensa, para que todos puedan ver, oír y decir lo que les venga en ganas, es un triunfo de la democracia, que vino de la mano de este Gobierno y esta sociedad capaz de discernir sobre su propia suerte.
En defensa de esta primavera habrá que anotar que la Argentina volvió al concierto de las 20 grandes naciones del mundo en un pie de igualdad. Pero con una diferencia respecto a un siglo atrás, cuando se era potencia y granero del mundo al precio de ser “la más preciada joya del imperio británico” como dijo un ministro de la vieja oligarquía.
Esta vez, por el contrario, entramos por la puerta grande del mundo sin arriar las banderas del pleno empleo, la producción, la democracia, los derechos humanos, la inclusión social, el multilateralismo.
Y la unidad inquebrantable con los países hermanos de América Latina.
Como dice Néstor Kirchner, “vaya con la diferencia entre un centenario y otro”.
Este domingo primaveral hay motivos para encender la esperanza. Pero también para estar alertas. Faltan apenas días para llegar al 7 de octubre y sacarnos las mordazas del monopolio de la información.
¿Leyó usted algún titular con la formidable noticia que la economía volverá a crecer en este último trimestre? ¿Y leyó en alguna tapa, a todo color, que la Argentina forma parte del nuevo polo mundial donde se discuten las nuevas reglas del juego democrático internacional?
Por el contrario, bombardean diariamente con un crónico pesimismo y con la infamia de un “país aislado”. Son ellos ese país que está solo y al que nadie espera.
Que nadie permanezca indiferente en esta hora crucial. Es casi un mandato de la historia.
Y una forma de devolverle una flor a esta primavera que recién comienza.
Jorge Giles. El Argentino. 27.09.09
1 comentario:
La primavera empieza con frío, mucho frío, don Jorge. No se ilusione tanto.
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