“De lo único que no se vuelve es del ridículo”. Lo recordamos hoy al asistir al bochornoso espectáculo de la pantalla televisiva del diputado De Narváez, apurando con el conteo de un reloj, la entrega del texto que unas horas antes exigían retrasar para evitar su aprobación.
Ni hablar de las diputadas Giudice y Bulrrich condenando con diptongos mal empleados, el poder legítimo y soberano de un Congreso que ellas mismas integran. Vergüenza ajena.
La derecha cuando se queda sin argumentos, es muy poco creativa; ridícula, incluso. Se inspiran más en Silvio Berlusconi que en Angela Merkel.
Pero mal que les pese, la suerte está echada.
Con la aprobación de los Diputados, la Ley de Comunicación se encamina firme hacia su bautismo en el Senado de la Nación.
Es la hora de avanzar. No hay lugar para el retroceso ni la ambigüedad.
Sin estridencias ni desmesuras, el proyecto nacional y popular arrinconó por primera vez en medio siglo a la expresión más sutil y voraz del poder económico de las corporaciones.
El monopolio mediático, insistimos, es el cancerbero de las demás expresiones del poder. Es “el gran hermano” donde estamos todos a la fuerza y es la voz, dulzona o agresiva según convenga, de intereses muy poderosos, acostumbrados a cubrir con sus titulares, con sus falaces editoriales, con sus movileros todo terreno, a las más sucias operaciones políticas en resguardo de sus oscuros fines.
Ese monopolio es el que “legaliza” a todos los demás poderes.
Reparten ácido, pero juran que es agua bendita, sin ponerse colorados.
Fueron ellos, por poner un ejemplo, los que construyeron la imagen “bonachona y amigaza” de los patrones rurales que se resistían y resisten con prepotencia y soberbia a la política de redistribución de ingreso de la Presidenta de la Nación, convenciendo que el Gobierno era el “malo” y los de la mesa de enlace, los “buenos”.
Contaron, es cierto, con la complicidad de buena parte de políticos y comunicadores que arengaban y arengan hasta el cansancio con la política del miedo que tantos réditos le ha dado a la gran burguesía a lo largo de la historia.
El telón se ha corrido. Todos están a la intemperie, los unos y los otros.
Al final de la jornada, se verá más claro que ganó la democracia.
Un sincero ejercicio intelectual, analizando el mapa político argentino antes de Kirchner y después de Kirchner, valorando con absoluta objetividad y sin apasionamientos partidarios la correlación de fuerzas en pugna y el centro de gravedad de la cultura de la época, nos permite concluir con todo rigor y honestidad, que se ha producido ya un giro copernicano en el escenario nacional.
Hasta el año 2003 el centro de la escena era ocupado por la usina ideológica de la derecha. En cambio, las ideas que iban del centro hacia la izquierda del dial discutían en desventaja las ideas dominantes, las resistían, las combatían, pero en un plano de relativa debilidad y casi siempre, a la defensiva.
Hoy ocurre todo lo contrario. Es el Gobierno de Cristina, con medidas progresistas y transformadoras, el que pone la agenda de la democracia, y es el Congreso de la Nación el que impone la razón de la política por sobre los intereses corporativos del poder económico.
La derecha, y no es una paradoja, también está convencida que es así y por eso se abroquela en defensa del monopolio mediático. No suele equivocarse al momento de caracterizar a sus adversarios y enemigos. Pero mal acostumbrados a golpear cuarteles, se muestran torpes cuando la democracia les marca la cancha y el ritmo.
Hay sectores de la progresía que lamentablemente muestran esa incapacidad crónica de entender el tiempo histórico, de sus circunstancias, del espacio y el tiempo donde transcurren los hechos concretos. Como si vivieran en una caja de cristal, atrapados por su narcisismo y por los pasajes románticos y puros de los clásicos literarios. Actitud regada con una buena dosis de mezquindad política.
Es tan hondo el sectarismo de algunos actores políticos que no pueden aceptar que fue y es la voluntad presidencial la que posibilitó en definitiva el envío y tratamiento del Proyecto legislativo en cuestión, más las modificaciones posteriores que, sobre la marcha, despejaron las malezas discursivas sobre la participación de las telefónicas y la autoridad de aplicación.
Es esa voluntad la que permitió que el fiel de la balanza, entre los intereses monopólicos y los de la democracia, se inclinara a favor de la masa crítica que distintos sectores democráticos protagonizaron durante décadas construyendo esta Ley a punto de alumbrar.
Pero nos interesa resaltar que hoy el cuadro político se ha invertido. Son las ideas progresistas y de centro izquierda promovidas por el Gobierno y acompañadas por un amplio sector político parlamentario, las que ocupan el centro de la escena, por no decir del cuadrilátero, y es la derecha la que, desde la defensiva, resiste como puede semejante ofensiva del campo popular.
Esto no acontece en un tiempo a-histórico, abstracto, ilusorio. Tampoco están las masas movilizadas, exigiendo por izquierda un pliego de reivindicaciones que el poder político no cumple ni deja cumplir.
Es la decisión del proyecto político gobernante el que permitió recuperar la propia autoestima de la política, haciendo sinergia con las demandas sociales más profundas.
Ahí está el giro. En que el Estado, y el Gobierno como su instrumento principal, se animaron a salir a campo traviesa para recuperar la potestad secuestrada desde la dictadura, de producir pensamiento colectivo y democrático, de generar ideas y de brindar las herramientas comunicacionales que lo hicieran posibles.
Ese es el tiempo histórico real y concreto que acontece. Un tiempo que al estar signado por historias de vida como las de Juan Cabandié, desde la desaparición de sus padres y su tortuosa apropiación, hasta este presente de justicia y representatividad popular de su investidura legislativa, validan con creces la autoridad moral del proyecto liderado por Cristina y Néstor Kirchner.
Al salir de este tramo político, de las tensiones que genera la previa del desenlace, seguramente empezará una nueva coyuntura donde las fuerzas progresistas deberán sostener y consolidar la mirada común que en estas circunstancias construyeron juntas. El Gobierno y el bloque legislativo presidido por Agustín Rossi, revalidaron títulos en lo mejor de la historia de transformación de este pueblo. No se incurrió, jamás, en enviar para su aprobación parlamentaria medida alguna que castigue a los sectores populares. Con sus desaciertos, impurezas, imperfecciones, ha inaugurado una etapa de profundas modificaciones estructurales al viejo esquema de poder imperante.
No se equivocan Chavez, Evo, Correa, Lula ni el Pepe Mujica cuando caracterizan al gobierno argentino como un gobierno democrático, amplio, nacional, popular y de centro-izquierda.
Tampoco es casualidad que el ancho movimiento o frente político que encarna el kirchnerismo tenga su medula en el peronismo. Como si el país inconcluso tantas veces declamado, se pusiera de pie, con sus heridas y sus cicatrices y echara a andar nuevamente.
Este escenario será el previsible para los próximos tiempos por dos razones centrales. Por que el Gobierno de Cristina continuará cumpliendo su consigna inaugural de que “el cambio recién comienza” y por que el Congreso que viene tendrá una composición inédita y compleja.
La incorporación del ex Presidente Kirchner al Parlamento seguramente le pondrá un condimento y un dato sustantivo a la hora de esas transformaciones.
Nos animamos a pensar que Kirchner será tan convocante como catalizador del amplio espacio que se constituirá a partir del 10 de diciembre.
El corte de agua suscitado en ocasión de la sesión histórica que dio una media sanción a la Ley de Comunicación, quizá esté adelantando lo que viene en la política argentina.
Es absolutamente falso e intencionado el horizonte pintado por los opositores, con pretendidas mayorías de derecha que harán lo que les venga en ganas, aprobando leyes, desandando otras, imponiendo rumbos al Gobierno.
No habrá que subestimarlos, pero la realidad es una, y las expresiones de deseo, otra.
La confrontación de ideas y de posiciones, en definitiva de modelos de país, acelera el reacomodamiento de las placas más profundas de la historia.
Decía el poeta chileno Vicente Huidobro que cuando todo decanta, se adquiere tal velocidad que “los cuatro puntos cardinales son tres: norte y sur”
Ha entrado en crisis la usina de ideas y creencias dominantes, que abasteció y/o condicionó de manera unilateral a todo el espectro político y principalmente al Estado.
Este es el nudo de la cuestión. Es el poder de la palabra el que está en discusión. O sea, es el poder mismo. Por eso tanto alboroto en sus alturas y en sus profundidades.
Entre ese norte neoliberal y el sur liberador, vuelve a estar la opción de país para los próximos años.
Jorge Giles. Miradas al Sur. 20.09.09
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