La vida vale en tanto haya una razón de vivir, como dice Víctor Heredia en una de sus más bellas canciones.
La democracia, como la vida, también vale en tanto sirva para vivir mejor, para profundizar la justicia social y tener la palabra liberada y sin mordazas.
Invocamos esta canción al empezar una semana que será trascendente para el camino que viene recorriendo desde hace 26 años la Ley de Comunicación.
Atrás, la dictadura. Ahora, la democracia.
Todo lo que se haga para demorar la sanción de la nueva norma legislativa olerá a negocios turbios. Devolver el proyecto de Ley a Diputados, sonará a derrota popular y triunfo de los intereses exclusivamente monopólicos.
¿Quieren más tiempo para qué?
¿Para especular con la continuidad de los monopolios?
No hay nada que no se pueda contemplar en la promulgación y la reglamentación de una Ley por parte del Poder Ejecutivo.
Es lo que sucede después del paso parlamentario de una Ley. De ésta y de cualquier otra.
Sanciona el Senado, pasa al Ejecutivo, la promulga, la reglamenta, se constituyen las autoridades de aplicación previstas por el texto legal, se reúnen y recién allí fijan los plazos del calendario, otorgando audiencias a los presuntos afectados para acordar los plazos más convenientes.
Todo ese trámite lleva mucho más de un año. Esa es la verdad.
No hay más excusas.
Por eso, para frenar la Ley el monopolio tendrá que tener de su lado a voluntades legislativas complacientes. ¿Les alcanzará?
Son aquellos que se desvelan por los presuntos “derechos adquiridos” de las corporaciones, pero “no dicen ni mu” por los derechos vulnerados a las organizaciones libres del pueblo.
¿O las radios comunitarias, las cooperativas telefónicas y los pueblos originarios clamaron por no tener la Ley así como está?
Se lo vamos a responder a los senadores de la oposición, que el viernes brillaron por su ausencia: todos, absolutamente todos los sectores populares y profesionales de los pequeños y medianos medios de comunicación dijeron que quieren ya la nueva Ley.
Y dicho con todo respeto ¿No sentirán un poquito de vergüenza haberse rasgado las vestiduras senatoriales para que el Proyecto sea debatido, no en una como marca el Reglamento, sino en cuatro comisiones del Senado y cuando éstas se constituyen, dejan las sillas vacías?
¿O sólo están cuando se trata de defender a los monopolios?
¿O sólo hablan cuando están las cámaras de la televisión en vivo y en directo?
¿O creerán que las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo hoy pedirán más tiempo? ¿Los sindicatos que irán pasando por la Audiencia Pública, los de la CGT y los de la CTA, reclamarán por un punto y coma del texto para que vuelva hasta el infinito a Diputados?
Ya pasaron por otras Audiencias y fijaron su posición a favor de la Ley.
¿Qué les pasó a los senadores opositores para tirar su honra a los perros y actuar cual fieles abogados defensores de los monopolios?
En un prestigioso programa de radio, por la media noche, le preguntaron a Víctor que sentía por la actitud de los senadores radicales, y respondió lacónico y tajante: “tristeza”.
“Para aligerar este duro peso de nuestros días, esta soledad que llevamos todos, islas perdidas. Para descartar esta sensación de perderlo todo, para analizar por donde seguir y elegir el modo. Para aligerar, para descartar, para analizar y considerar, sólo me hace falta que estés aquí con tus ojos claros…ay fogata de amor y guía, razón de vivir mi vida…”
La poesía se adelantó al debate de la democracia, en el deseo de tener las herramientas para que se escuchen todas las voces populares que aligeren, descarten, analicen y consideren nuestra razón de vivir.
Claro, un monopolio no está en condiciones de tener ni perder un unicornio azul.
Un monopolio sólo sabe de intereses económicos. No sabe de canciones ni poesía.
Esas son cosas del pueblo y sus cantores populares.
¿Lo entenderán igual los senadores?
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