La realidad es un todo como producto histórico. Armónico y caótico al mismo tiempo.
¿O no hay correspondencia entre aquel acto donde el Presidente Kirchner ordenó descolgar los cuadros de los dictadores y esta decisión de la Presidenta impulsando un Proyecto de Ley de Comunicación para desterrar definitivamente la “ley” de la dictadura?
¿O acaso no hay un hilo conductor entre el lockout de las patronales rurales y la oposición violenta contra el mencionado Proyecto oficial?
Todo encaja a la hora de juntar los pedazos dispersos y fragmentados de la realidad. En una orilla como en la otra.
La semana transcurrida puso en marcha el dispositivo parlamentario para el debate que la democracia se debía desde hace 26 años en el recinto del Congreso de la Nación.
Será el eslabón final de una larga marcha iniciada en pleno terrorismo de estado.
Como si Rodolfo Walsh enviara a la última redacción que le quedaba en la lista de ese 24 de marzo de 1977, la copia final de su Carta Abierta y volviera sano y salvo a su casa y se sacara los mocasines gastados, mientras su compañera servía un vaso de ese vino que le gustaba tanto.
“Millones quieren ser informados. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad”, invitaba Walsh.
En la génesis de esta democracia, la política estableció un pacto secreto, no escrito ni declarado, con la corporación mediática.
Que esto no se dice, que esto no se hace, que esto no se toca. Resume la poesía de Serrat.
Pero los medios no tuvieron siquiera necesidad de escribir un código para ponerle los límites al campo de juego de la democracia. Fueron muchos los dirigentes que, de boca en boca, autocensuraban y limitaban su acción, de acuerdo a lo que “vendiera” mejor a la prensa, a lo que daba más rédito mediático, a lo que mejor convocaba a los medios.
Frases como “si no sale en Clarín, no existimos” o “nadie resiste un bombardeo de cinco tapas seguidas de Clarín”, fueron un núcleo inevitable del ejercicio político en estos 26 años de democracia.
Como si la política imitara, para contrarrestarlos, a los nuevos y masivos métodos de dominación comunicativa que ejecutan las corporaciones mediáticas, a través del despliegue de sus fuerzas. Con fina o grosera precisión, es lo de menos.
Pero como los actores políticos son pasajeros del poder institucional, mas nunca propietarios de los grandes medios, a excepción de Berlusconi y De Narváez claro está, terminaron cautivos o cooptados o anulados por los verdaderos dueños del poder mediático.
Una antigua prédica enseña que cuando uno copia o acata dócilmente las reglas del adversario, termina pareciéndose a él y lo que es peor, a expensas de caer abatido cuando menos se lo espera.
Este pacto es el que se está quebrando en estos días, rompiendo las ataduras que ataron la democracia a las conductas “políticamente correctas” dictaminadas por el monopolio comunicacional, cuyos rostros visibles son Clarín y sus repetidoras televisivas y radiales.
Para sincerar el debate, que es cultural y político al mismo tiempo, hay que reconocer, aunque duela, que muchas de las movilizaciones políticas y sociales de los sectores más combativos y radicalizados, se volvieron expertas en el arte de entonar las consignas y agitar las banderas y tronar los redoblantes no en cualquier momento, sino cuando se encendían las cámaras de los movileros de la televisión, como en un gran show en vivo y en directo. No lo decimos como condena de nada ni de nadie, sino intentando descifrar o ayudar a descifrar qué cosas pasaron en estas décadas y qué cosas están pasando en la Argentina y por qué pasan y cuál es la correlación de fuerzas sobre las que se sustentan estos movimientos, desnudando la cultura de época donde nos estamos moviendo.
En este marco, pareciera cierto nomás que con los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, por primera vez en democracia, se empiezan a cuestionar los cimientos económicos, políticos, culturales y comunicacionales que rigieron tanto al sistema institucional como a la sociedad argentina.
Es de un reduccionismo berreta, si se nos permite el término, analizar la coyuntura afirmando que “asistimos sólo a una batalla entre Kirchner y Clarín”, que el oficialismo intenta imponer a los empujones y apresuradamente la “ley de medios K”, que el fantasma de Hugo Chávez está atrás de esta situación, que todo es fruto de la picaresca peronista que encarna Kirchner, etc.
Es mucho más que todo esto. Son miles los protagonistas públicos y anónimos de esta gesta.
Es una batalla cultural de una dimensión histórica semejante a la del esclavo rompiendo su sometimiento a pura voluntad y que una vez liberado, descubre que afuera de esos muros hay vida y que es más bella que la que él conoció, encadenado y amordazado.
Es la política la que saltó los muros. Y esta situación es de tal dramatismo que no hay vuelta atrás en la decisión de liberarse.
El tratamiento y la segura sanción de la Ley de Comunicación de Servicios Audiovisuales que trata el Congreso de la Nación, será el nuevo DNI de esta bocanada de libertad que estamos dando. El desarrollo de este proceso político es lo que queremos resaltar superlativamente.
La Ley, trascendente e histórica, será la feliz consecuencia de una causa originada en la voluntad de miles de organizaciones populares y en el proyecto nacional y popular, transformador y progresista del Gobierno nacional.
A tal punto es así, que antes que suceda la promulgación de la Ley, ya el propio desarrollo de este proceso produce el adelanto del fútbol para todos, la ruptura de la fusión entre Cablevisión y Multicanal, el Convenio con Brasil y Japón para las nuevas técnicas digitales y la ampliación de la señal satelital del canal público a todo el territorio nacional.
Ahora ¿por qué sucede en este tiempo?
Por el agotamiento de la estrategia de acumulación de las fuerzas opositoras, a partir de la misma noche del 28 de junio pasado.
Todo lo acumulado hasta ese día, lo dilapidaron en la comilona obscena de sus inconductas y discursos soberbios y violentos con que siguieron después.
A partir de allí se vieron superados ampliamente por la recuperación veloz, firme y flexible al mismo tiempo, con densidad institucional y con representación genuina de las demandas sociales, que desarrolló el Gobierno de Cristina y el frente político que conduce Néstor Kirchner.
Esta nueva oleada en el proceso político, armoniza con los procesos que viven todos los países de la región de manera inédita en la historia. Es posible que estemos próximos a una etapa signada por la aceleración del tiempo histórico. Agotados los viejos paradigmas que rigieron el mundo desde la última parte del siglo XX, estaríamos, al menos, en la introducción del texto de los nuevos paradigmas.
Esta situación de avance de las fuerzas progresistas son posibles por tres elementos ligados íntimamente entre sí: un nuevo clima social ascendente, una intuición y voluntad gobernante que lo interpreta correctamente y un viento internacional que sopla en la misma dirección que los nuestros.
En esta perspectiva no hay tercera vía consensual entre los dos modelos de país en pugna. O se aprueba la Ley de Comunicación de la democracia o se mantiene la “ley” de la dictadura.
Los opositores de la progresía tendrían que estar atentos a no sucumbir ante ningún canto de sirena del monopolio o de sus testaferros políticos, para no convertir su buena voluntad en involuntario colaboracionismo con el viejo poder dominante.
El momento para la transformación superadora de la democracia es óptimo si tenemos en cuenta, además, que la derecha ya perdió a una de sus dos únicas cartas presidenciables, Carlos Reutemann, y está a punto de deshilachar a la otra que le queda, Julio Cobos. No sólo por las rencillas permanentes en el seno del Acuerdo Cívico radical, sino por la inocultable ausencia de voluntad de poder que demuestran día a día. No presentan propuestas alternativas ni mística ganadora. Son sólo oposición. Con un dato letal para sus aspiraciones, configurado por el debilitamiento vertiginoso del bloque social agro ganadero demostrado en el deslucido último lock out patronal.
Desde el subsuelo de esta realidad, avanzan a paso acelerado las fuerzas del cambio encarnadas por el amplio frente político que está convocando Kirchner en cada uno de los diálogos territoriales que viene manteniendo en estos días.
La democracia sigue amaneciendo. Ya nadie podrá reponer en una vieja pared cuartelera, al menos sin costos, los cuadros de los dictadores.
Así tampoco, nadie podrá creer de aquí en más, en la voz “independiente y veraz” del monopolio de la palabra y la imagen que encarnó durante décadas, Clarín, La Nación y los medios que le son afines ideológica o económicamente.
Por estas razones se dice que es el momento que eligió la democracia para convocarnos.
Jorge Giles. Miradas al Sur. 06.09.09
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