No es una metáfora de ocasión decir que la democracia está con la cara llena de lágrimas. Es así. Estamos todos tristes y conmovidos por la muerte de Raúl Alfonsín, el primer Presidente de la Democracia que supimos conseguir después de la larga noche de la dictadura.
No es hora de detenernos en el trazo fino de la evaluación histórica. O quizás sí.
Pero decir más fuerte que nunca, que fue el único mandatario de las democracias emergentes en América Latina que luego del genocidio contra los pueblos que se cometieron, con la anuencia del Departamento de Estado, de la CIA y de Henry Kissinger, sometió a juicio a los comandantes que en la Argentina cometieron los crímenes de lesa humanidad contra nuestro pueblo.
Y recordar cuando en los jardines de la Casa Blanca se le plantó al mismísimo y temible Ronald Reagan, para estamparle en la cara su orgullo de demócrata argentino ante la mirada atónita del entonces presidente norteamericano que minutos antes, lo había intentado humillar en público.
Pero estamos de duelo. De verdad. Ya empezamos a extrañarlo, con sus rabietas de gallego tozudo, el de las manos entrelazadas y en lo alto, con sus errores y con sus aciertos.
Los que venimos de cuna obrera y peronista, aprendimos a respetarlo con nuestras diferencias. Que se hicieron hondas con las leyes que favorecieron la impunidad de los dictadores. Allí fuimos y aún somos, dolorosamente críticos. Pero en este último adiós, queremos repasar la vuelta de las cárceles y de los exilios y encontrarnos con su victoria, inesperada para muchos, aquella noche de octubre de 1983.
Todos o casi todos los militantes peronistas lloraron por primera vez una derrota en las urnas. Mi padre, un viejo ferroviario y militante de la Resistencia peronista, consolaba a sus compañeros de la Unidad Básica del conurbano bonaerense, de la que fue su fundador y presidente, diciéndoles con voz calma que “aprendimos con Perón y Evita, que el pueblo no se equivoca”.
Y respetaron el triunfo de Alfonsín y honraron al mismo tiempo, su propia derrota electoral.
Me acuerdo hoy como nunca, tanto de mi padre como de mi madre, diciendo al final de la jornada, “nos ganó porque fue el más peronista de todos”
Creo que en la sencillez de esa melancólica reflexión, estaba la clave para entender lo que había pasado ese día en que las urnas dejaron de estar “guardadas” por los dictadores.
El día de su asunción, fuimos unos cuantos los que sin ser radicales nos mezclamos entre la gente que lo fue a saludar en su asunción en el Cabildo de la Patria.
Cuando pesan en el cuero propio, las heridas abiertas por la dictadura, saludar a Alfonsín se parecía bastante a saludar a nuestra libertad y a la democracia recién nacida.
Muchos años después tuvimos, junto al Senador Marcelo Fuentes, la oportunidad de hablar largamente con él en un largo viaje hasta México, donde año tras año se realiza el Foro por la Democracia y la Equidad, que se realiza en Michoacán.
Aprendimos en el mano a mano durante esos días, cuánto de cierto había en lo que se decía sobre su persona. Era por sobre todo, un hombre bueno. Lo acompañaba un entrañable amigo suyo, el doctor Aldo Neri.
Recuerdo su puño crispado cuando nos contó hasta el último detalle el día que en 1988 los patrones rurales lo silbaron en la Sociedad Rural. Era una espina atragantada. Un cachetazo en la honra de un demócrata. Pero no dobló sus rodillas ante la afrenta. Tampoco dobló su memoria.
Aquella vez y mientras recrudecía la silbatina, apenas se escuchó su voz cuando dijo dignamente que “Algunos comportamientos no se consustancian con la democracia, porque es una actitud fascista no escuchar al orador”.
Ese es el Alfonsín que vamos a reivindicar siempre, más allá de las legítimas diferencias.
Pero hoy compartimos el dolor de su perdida, porque tenemos el dolor adentro nuestro. Y con ese dolor vamos a vivir hasta volver a encontrarnos con Don Raúl en algún lugar de la memoria.
Hasta siempre, Presidente Alfonsín.
No es hora de detenernos en el trazo fino de la evaluación histórica. O quizás sí.
Pero decir más fuerte que nunca, que fue el único mandatario de las democracias emergentes en América Latina que luego del genocidio contra los pueblos que se cometieron, con la anuencia del Departamento de Estado, de la CIA y de Henry Kissinger, sometió a juicio a los comandantes que en la Argentina cometieron los crímenes de lesa humanidad contra nuestro pueblo.
Y recordar cuando en los jardines de la Casa Blanca se le plantó al mismísimo y temible Ronald Reagan, para estamparle en la cara su orgullo de demócrata argentino ante la mirada atónita del entonces presidente norteamericano que minutos antes, lo había intentado humillar en público.
Pero estamos de duelo. De verdad. Ya empezamos a extrañarlo, con sus rabietas de gallego tozudo, el de las manos entrelazadas y en lo alto, con sus errores y con sus aciertos.
Los que venimos de cuna obrera y peronista, aprendimos a respetarlo con nuestras diferencias. Que se hicieron hondas con las leyes que favorecieron la impunidad de los dictadores. Allí fuimos y aún somos, dolorosamente críticos. Pero en este último adiós, queremos repasar la vuelta de las cárceles y de los exilios y encontrarnos con su victoria, inesperada para muchos, aquella noche de octubre de 1983.
Todos o casi todos los militantes peronistas lloraron por primera vez una derrota en las urnas. Mi padre, un viejo ferroviario y militante de la Resistencia peronista, consolaba a sus compañeros de la Unidad Básica del conurbano bonaerense, de la que fue su fundador y presidente, diciéndoles con voz calma que “aprendimos con Perón y Evita, que el pueblo no se equivoca”.
Y respetaron el triunfo de Alfonsín y honraron al mismo tiempo, su propia derrota electoral.
Me acuerdo hoy como nunca, tanto de mi padre como de mi madre, diciendo al final de la jornada, “nos ganó porque fue el más peronista de todos”
Creo que en la sencillez de esa melancólica reflexión, estaba la clave para entender lo que había pasado ese día en que las urnas dejaron de estar “guardadas” por los dictadores.
El día de su asunción, fuimos unos cuantos los que sin ser radicales nos mezclamos entre la gente que lo fue a saludar en su asunción en el Cabildo de la Patria.
Cuando pesan en el cuero propio, las heridas abiertas por la dictadura, saludar a Alfonsín se parecía bastante a saludar a nuestra libertad y a la democracia recién nacida.
Muchos años después tuvimos, junto al Senador Marcelo Fuentes, la oportunidad de hablar largamente con él en un largo viaje hasta México, donde año tras año se realiza el Foro por la Democracia y la Equidad, que se realiza en Michoacán.
Aprendimos en el mano a mano durante esos días, cuánto de cierto había en lo que se decía sobre su persona. Era por sobre todo, un hombre bueno. Lo acompañaba un entrañable amigo suyo, el doctor Aldo Neri.
Recuerdo su puño crispado cuando nos contó hasta el último detalle el día que en 1988 los patrones rurales lo silbaron en la Sociedad Rural. Era una espina atragantada. Un cachetazo en la honra de un demócrata. Pero no dobló sus rodillas ante la afrenta. Tampoco dobló su memoria.
Aquella vez y mientras recrudecía la silbatina, apenas se escuchó su voz cuando dijo dignamente que “Algunos comportamientos no se consustancian con la democracia, porque es una actitud fascista no escuchar al orador”.
Ese es el Alfonsín que vamos a reivindicar siempre, más allá de las legítimas diferencias.
Pero hoy compartimos el dolor de su perdida, porque tenemos el dolor adentro nuestro. Y con ese dolor vamos a vivir hasta volver a encontrarnos con Don Raúl en algún lugar de la memoria.
Hasta siempre, Presidente Alfonsín.
(El Argentino. 1.04.09)
4 comentarios:
en todo de acuerdo sin olvidar:
la ley mucci
modart
mantequita Y LLORON AL REPRESENTANTE DE LA CLASE TRABAJADORA ARGENTINA
la casa esta en orden
el persaltum
la obediencia debida
el punto final
la economia de guerra (el salario como enemigo)
a vos no te va mal gordito
la teoria de los dos demonios
el paseo por la tablada
Jorge :lo respeto a usted por la grandeza de su corazòn ,porque usted perdona sin rencor
me olvidaba la perversa teoria de los dos demonios
Jorge, es lo mas equilibrado que he leído.
Dentro de unas horas, cuando el 1 de abril empiece a despuntar nos aprontaremos a levantarnos, encender el televisor, la radio o leer los diarios del día y presenciar una alocada batalla de posicionamientos a ver quien vende más. Será también la oportunidad de los opinadores políticos de ocasión para aprovechar la avidez de los medios y salir al ruedo con la mejor opinión, en estos días preelectorales una circunstancia así no debe ser desaprovechada. ...
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http://ciudadadobe.blogspot.com/
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