La democracia está consolidada y la paz social garantizada. El país sigue creciendo a paso firme. Los trabajadores se movilizaron masivamente en defensa del modelo nacional gobernante y del mejor salario latinoamericano, que es el salario argentino.
La Presidenta continúa subiendo en las encuestas. Los jóvenes se siguen multiplicando con su participación política en el proyecto kirchnerista. Crecen las inversiones en la industria. Crece el empleo, la producción y el consumo interno. Argentina se consolida en el campo internacional ocupando espacios de representación como nunca antes.
En síntesis, la Patria está viva.
Permitámonos jugar con algunas imágenes al sólo efecto de graficar didácticamente nuestro modesto entendimiento sobre lo que viene pasando en este año en el que habrá que renovar el contrato social de los moradores de la Casa Rosada.
En este orden de ideas, si una contienda electoral se asemejara a un campo de batalla entre distintos pensamientos y proyectos, como debiera ser en una democracia moderna y participativa, podríamos ver con relativa facilidad que ese campo hoy está vacío en el flanco derecho, allí donde debería estar alistado el frente opositor, en cualquiera de sus variantes.
Las únicas tiendas de campaña que se ven iluminadas, son las que están ubicadas en el flanco que va del centro hacia la izquierda, es decir allí donde se afirma el frente nacional y popular. Con sus discusiones políticas, con sus programas de formación, con sus obras de gobierno, con sus festivales de música, con sus convicciones, ocupan todo el espacio que les corresponde por historia y por derecho propio.
El adversario político partidario, en términos múltiples y caóticos, aún no se hace presente a escasos meses de la definición de rumbos.
El tiempo pasa. Las agujas del reloj no se detienen. El movilero que cubre el escenario se vuelve loco; mira el frente kirchnerista y lo encuentra compacto, decidido, unido en su diversidad, con una sola jefatura nacional, un solo liderazgo, un mismo proyecto de país, un mismo modelo de sociedad y de estado.
Pero cuando agudiza la vista para mirar a los adversarios, para saber dónde están los que quieren desandar todo lo logrado en estos últimos 8 años, se encuentra con el campo desierto y observa, en cambio, a los distintos jefes opositores corriéndose de un lado a otro, chocándose entre ellos, sin poder fijar un lugar definitivo para la próxima batalla.
Este es el panorama a escasos seis meses de las elecciones presidenciales del 23 de octubre próximo.
Sería de una miopía letal confiarse en esta realidad coyuntural, apreciando solamente a los actores políticos que expresan a la oposición.
El manual de las buenas costumbres aconseja que no hay que mencionar la palabra “enemigo” en un análisis político, porque se supone que en un sistema democrático no debería existir la lógica “amigo-enemigo”. Pues bien, convengamos que todos los actores de la vida democrática que juegan sus respectivos destinos cumpliendo a rajatabla la ley y los códigos de la convivencia y/o de la disputa democrática, son adversarios, nunca enemigos. Pero demostrado está que desde adentro y desde afuera del país empiezan a estudiar con mucha curiosidad y extrañeza esta verdadera anomalía del sistema político argentino y que consiste en la fragmentación y casi evaporación de las fuerzas opositoras. Para decirlo suavemente, el adversario del gobierno está disperso.
Ahora, el enemigo del desarrollo, de la inclusión, de la industrialización, de la soberanía, de los derechos humanos ¿también está disperso?
Creemos que no.
Es cierto que ese enemigo del pueblo y la democracia inclusiva, para hablar sin eufemismos ni falsas cortesías, está afectado en el caracú del poder real que ejerció durante décadas. Pero no está roto. Continúan resistiendo al gobierno popular porque no pueden admitir que en este período histórico entramos todos los argentinos, sin exclusiones, a los jardines del paraíso terrenal. Esta vez no entrarán solamente ellos. No habrá carteles de “Prohibido pasar” a la hora del disfrute colectivo.
En las sombras y en el ejercicio del poder real, ese enemigo está y seguirá estando, con sus grandes medios, con sus grandes empresas, con su poder de lobby y sus gerentes políticos. Esto explica la resistencia a caer en cualquier conducta triunfalista por parte del frente kirchnerista.
Que nadie baje la guardia. Que nadie se duerme en las vísperas de la batalla, ni después tampoco.
Se hace un deber patriótico desplegar todas las banderas de la argentinidad para poder engrosar y asegurar la profundización del modelo de desarrollo en curso. Ya no se trata de adoctrinar entre “los propios” solamente; se trata de salir a campo abierto, hablar con cada ciudadano, con cada ciudadana, piense como piense, para compartir la idea que un país más justo sólo es posible si nos jugamos todos por un proyecto de nación como el que hoy tenemos.
Aquella vieja máxima de Perón, “No es que seamos muy buenos sino que los que vinieron después fueron muy malos”, no es valida para la ocasión.
Si la oposición es muy mediocre cuando se muestra o cuando se esconde, es porque el proyecto oficialista es muy eficiente en su militancia política y en la gestión de lo público.
Hay que decirlo así.
No hay derecho a la siesta para aflojar los tientos, porque lo que falta andar es mucho; parece ser la consigna que se impone en esta hora.
Lo dijo con meridiana claridad Carlos Zannini en el acto de homenaje a Néstor Kirchner, el 27 de abril pasado, dirigiéndose especialmente a los jóvenes: “Sean transgresores, que el tiempo no los transforme en políticos edulcorados y sigan sus sueños”.
Quienes acompañan a Cristina saben como pocos, por formación política y por experiencia de gestión, que los procesos populares suelen agotarse por su propia impericia, por sus divisiones internas o por su envejecimiento y burocratización.
Nada de esto ocurrirá esta vez.
La memoria popular es una buena costurera para que ninguna victoria caiga en saco roto.
Miradas al Sur, sábado 30 de abril de 2011
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