domingo, 3 de abril de 2011

Hacer memoria es mirar para adelante



La Argentina viene atravesando un cambio estructural en lo económico, en lo cultural y en lo político. Pero la dirigencia opositora no se dio por enterada que la sociedad entró en ebullición desde hace unos cuantos años, que ha roto diques, que ha perdido el miedo, que avanzó y retrocedió sin cambiar el rumbo. Y que sabe lo que quiere y lo que no quiere desde que tiró por la borda el modelo de país impuesto por la dictadura. Suceden estos cambios muy de vez en cuando, en la vida y en la historia. Pero cuando suceden no hay que andar abriendo la boca ni cazando moscas. Hay que salir al ruedo sin llevar en el morral más que la voluntad, la conciencia, las convicciones y la memoria. La irrupción del Yrigoyenismo, cuando amanecía el siglo XX, obedeció al agotamiento de un modelo de país y al surgimiento de nuevas clases sociales que no cabían en el esquema anterior de los conservadores. Hipólito Yrigoyen supo leer la realidad correctamente y convocó a sumarse al primer movimiento popular de la era moderna. Representaban el cambio no porque se lo propusieran, sino porque expresaban el cambio que ya se había operado en las capas más profundas de la sociedad. Por eso aglutinó a los sobrevivientes del federalismo, el alsinismo, el último dorreguismo, el autonomismo, con los inmigrantes y su descendencia. Los comerciantes de zapato fino, con los zapateros remendones. Esos actores sociales no tenían cabida en las estructuras perimidas del “régimen” oligárquico. Por el contrario, el “régimen” los negaba, los ninguneaba, los expulsaba. Si Yrigoyen asociaba la “causa” radical con la patria, no será por sectarismo ni reduccionismo. Sino porque la patria, para el viejo caudillo, era una patria en movimiento, en desarrollo, en crecimiento. Y esa era su “causa”. ¿Cómo mutilaron ese primer intento de desarrollo en el siglo pasado? Con tres variantes que van a estar presentes durante todo el siglo, con sus matices y diferencias, pero en esencia, iguales. Esas variantes fueron: a) el golpe cívico-militar; b) la traición y la fractura interna y c) el aislamiento de la “opinión pública”. Y así pasaron, el general fascista Uriburu. Marcelo T. de Alvear y la domesticación del radicalismo. “Personalistas” versus “Antipersonalistas”. “El Peludo”. “Ese viejo corrupto lleno de dinero bajo los colchones, autista, parco, casi mudo”. Es una ligera lista de nombres y circunstancias para desempolvar la historia y ver a don Hipólito en toda su estatura, muriendo empobrecido y humillado, por derecha y por izquierda, por la prensa “seria” y por la “amarilla”. El segundo movimiento nacional y popular, después de la capitulación radical, será el peronismo. ¿Dónde cabían esos miles y miles de nuevos trabajadores que brotaban del interior profundo en busca de cubrir una vacante a lo largo del cordón industrial? ¿Dónde se expresaría esa nueva clase media de administrativos, docentes, bancarios, pequeños y medianos productores, artistas populares que surgían ante la demanda generada por un Estado de bienestar que latía a doble corazón como una madre en cinta? El peronismo no fue un partido que se propuso el cambio. Fue la expresión política cultural del cambio que se había producido en el vientre de la sociedad. Por eso mismo perdura, porque su obra sigue inconclusa y el desarrollo de las fuerzas productivas y la potencialidad del país que soñó, todavía siguen inconclusas. Como a Yrigoyen, a Perón también lo destituyeron con un golpe cívico-militar. Claro que antes de Aramburu y Rojas, sus verdugos finales, esos que se robaron el cadáver de Evita, fusilaron, torturaron, bombardearon viejos, pibes y maestras en Plaza de Mayo, antes decía, aislaron a Perón y al peronismo de vastos sectores de la clase media, le fracturaron el frente interno y lo destrozaron en las tapas de los diarios. Pero ni el cambio de estructura que representó Yrigoyen, ni la nueva Argentina que condujo Perón, fueron sustituidos por un cambio de calidad superior. Todo lo contrario. Fueron la plaga contra la cosecha, la muerte contra la vida, el odio contra el amor. Es tan fuerte esta historia que viene escribiendo el pueblo, que el viento de los cambios siguió, pese a la destrucción causada por las dictaduras y los gobiernos ilegítimos que se sucedieron luego. La dictadura cívico militar del 24 de Marzo de 1976 encontró un país con una deuda externa de 7 mil millones de dólares y cuando se van, en 1983, la dejan con 45 mil millones sobre las espaldas de la sociedad. El desempleo era del 3 % y la distribución de la renta se compartía casi fifty fifty entre trabajadores y empresarios. Contra los cimientos de ese país de raíz peronista se ejecuta el genocidio. No fue contra Isabel ni contra la guerrilla. Que nadie se confunda. Si el golpe se dio en llamar “proceso de reorganización nacional” fue porque venían a cambiar el modelo de acumulación a favor del capital financiero. Aquí en el sur, las dictaduras y Martínez de Hoz. Allá en el norte, Kissinger y Rockefeller. Ese modelo antisocial es el que la movilización popular de diciembre de 2001 hizo estallar por el aire. De allí surge el tiempo histórico que explica a Néstor Kirchner y a Cristina Fernández de Kirchner, leyéndolo correctamente y conduciendo victoriosamente el tramo futuro de la historia. Y de nuevo surgen las preguntas: ¿Dónde cabían los expulsados de la vida y el sistema democrático? ¿Dónde se expresaba el grito desgarrado de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo? ¿Dónde los descreídos de la política y de los políticos? ¿Dónde los jóvenes del pos neoliberalismo? ¿Dónde los trabajadores y empresarios nacionales? Por eso este cambio es estructural, porque surgió de abajo hacia arriba, como vino Kirchner desde la pantorrilla patagónica de la patria subiendo hasta su garganta para decirnos para siempre: “Yo no vine a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. Ya no están ni Uriburu ni Aramburu ni Videla. Ese es el drama de los poderosos. Y al mismo tiempo, es la felicidad de un pueblo que volvió a nacer.


Miradas al Sur, domingo 3 de abril de 2011

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