domingo, 30 de mayo de 2010

Los días más felices los alumbra el pueblo

PANORAMA POLÍTICO
Cada vez que recordemos a Fito cantando en el Paseo del Bicentenario, a Fuerza Bruta recreando el nacimiento de la heladera Siam que inventó el peronismo (“porque con Perón y Evita los trabajadores tuvieron por primera vez leche, manteca, carne y verduras para conservar”, según la pedagogía militante de Germán Abdala), a Lito Nebbia, Víctor Heredia, a León Gieco cantando “Como la Cigarra”, volveremos a llorar emocionadamente.
Como si los ausentes nos pidieran que lloremos todo de una vez y callemos para siempre.
Pero la urgencia de encender faroles nos sigue provocando. Generosamente, sin apurar conclusiones, sin ejercer mezquindades que huelen a viejo; pero sin la pereza del que lo sabe todo y en su soberbia, todo lo cree superado.
La disputa por el sentido común sigue en pie.
Bergoglio, Grupo Clarín, Macri, Cobos, Duhalde, Aguad mediante.
La historia se entiende por ciclos, como los ríos por sus cuencas.
Aunque los iluminados a menudo lo olvidan, entonces- “¡oh, sorpresa!” -cuando un suceso los asombra de repente.
Ni la Revolución de Mayo de 1810 fue un brote espontaneísta ni la Revolución del Bicentenario fue un sueño imprevisto, como pretenden hacernos creer los desesperanzados.
El decreto presidencial 278 del 18 de febrero del 2008 creó el ámbito institucional a cargo del Secretario General de la Presidencia, Oscar Parrilli, que debía organizar y garantizar la realización de los festejos del Bicentenario. Desde entonces, nada quedó al azar, salvo la participación popular. A suerte o verdad.
O el pueblo se adueñaba de su Fiesta o triunfaba el colonialismo mental de los monopolios.
Las huellas que quizás ayuden a entender lo acontecido en estos días, habría que buscarlas en las movilizaciones previas acontecidas desde el mes de marzo; en la Ley de Medios y la Asignación Universal por Hijo; en la atención pública a los desbordes verbales e institucionales cometidos por la oposición desde diciembre del 2009 cuando literalmente asaltaron por la fuerza las comisiones que le correspondían al oficialismo en el Congreso; en la agraviante campaña opositora de los medios monopólicos del grupo Clarín; en la necesaria comparación entre las noticias que llegan desde el exterior informando de un mundo en llamas y una situación económica nacional que, por el contrario, no deja de crecer; en la vuelta a América Latina; en la detención de Martínez de Hoz, los juicios a los genocidas y el esclarecimiento de los hijos presuntamente apropiados de la dueña de Clarín.
Todo esto vive en el conciente y el inconciente colectivo.
Un hecho histórico de esta magnitud humana, no puede escindirse de la complejidad y el entramado social que lo rodeó previamente.
Ya está.
La Argentina real es esa, la que paseó su emoción y sus llantos y sus banderas y sus risas y el himno cantado como nunca antes durante los días de la Patria. Todo lo demás, lo que pintaron los medios masivos de comunicación desde que la Presidenta inició el camino de profundización de la democracia y la política de redistribución del ingreso, la crispación y el odio tan mentado que transmitían los lenguaraces del poder y los políticos bajo su órbita, se demostró falso de toda falsedad.
Para dimensionar correctamente lo ocurrido, no alcanza con repetir mecánicamente que “todo lo construyó el pueblo”. Quienes sí tienen autoridad política y moral para afirmarlo de ese modo, son quienes apostaron a este suceso histórico y se cargaron al hombro la organización y la convocatoria. Pero aquellos sectores de la política y del poder económico mediático que se aventuraron a vaciar los festejos, que lo boicotearon hasta un día antes y durante esos días incluso, deberían guardar al menos un pudoroso silencio hasta elaborar su propia autocrítica.
No somos muy optimistas a la luz de las declaraciones de algunos periodistas y dirigentes. La máquina de impedir, como los llama Néstor Kirchner, funciona con piñón fijo.
Cometieron muchos errores estratégicos.
Desde considerar livianamente que “el kirchnerismo ya fue” después del resultado electoral adverso del 28 de junio de 2009, hasta no poder entender, quizás porque no están en condiciones de hacerlo, que los partidos políticos ganan o pierden en una puja electoral, pero los proyectos de país encarnados en el pueblo, no dirimen su suerte definitiva en una elección.
La relación de fuerzas entre proyectos antagónicos de nación se mide por el alma de los contendientes, no sólo por las urnas.
El gobierno nacional y popular de Cristina Fernández de Kirchner desplegó en el último año toda su capacidad de iniciativa, instrumentando políticas de transformación estructural de esta Argentina heredada del neoliberalismo.
Así se llegó a este momento donde por primera vez las capas sociales vuelven a reacomodarse en la base misma, bajando verticalmente los niveles de pobreza e indigencia hasta lograr parámetros semejantes a los obtenidos en 1974.
La Argentina ya es el país más igualitario de América Latina y el que lo sabe en carne propia, es el pueblo.
Cuando la derecha advirtió que no podía impedir el avance del modelo ni detener las agujas del reloj, se dieron a la campaña de boicotear los festejos de mil maneras distintas y que fueron públicas y notorias. Llegado el momento, diagnosticaron que era sólo un festín partidario y sectario. Se prepararon entonces para una batalla política cortoplacista.
Pero el pueblo se descolonizó como lo hizo siempre, cantando.
Seis millones de personas demostraron que fue una batalla cultural, no partidaria, de largo aliento, rescatando en la calle, la otra historia, la que estaba negada por el historicismo liberal impuesto por las minorías del privilegio.
La estrategia desplegada en estas horas de apropiarse de la Fiesta Maya, de hablar “en nombre de todos”, subestimando una vez más a un pueblo que refrendó masivamente un modelo de país para el futuro y una historia nacional que le pertenece por derecho propio, es el camino al destierro que elige esa oposición.
No aprenden más.




Jorge Giles. Miradas al Sur, 30 de mayo de 2010

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