ENTRE MÓNICA Y ARECO, INUNDADOS DE DOLOR

Cuando reía, se le notaban todos los dolores.

Se llamaba Mónica Carranza y había dedicado su vida a la solidaridad con los más pobres entre los pobres.

Desde el Comedor "Los Carasucias" que ella misma había construido, repartía su amor como podía.

Luchó incansablemente, casi siempre a la intemperie.

Desde ayer, el cielo le dará un descanso.

Aunque no lo quería, pero lo veía venir.

"Justo ahora me tenía que pasar esto", solía rezongar entre sus íntimos.

Contaba su historia personal y era en verdad la historia universal de los vulnerables que no se rinden.

Alguna vez supo decir que una cosa era hablar del hambre y otra muy distinta, sentirlo en las entrañas.

Y lloraba mientras lo contaba.

La que se está yendo entregó lo que no tenía para brindar su amor. Vendió su casa como vendía los ramitos de flores en las calles del desamparo en los años noventa.

Y todo para poder mantener la ración diaria de comida para ese chiquilín de Bachín multiplicado por mil que se refugiaba entre sus brazos.

Ese hambre del chico de la calle no le era ajeno. Era también su propio hambre.

En sus últimos años se sintió más protegida, cuidada, valorada por un Estado que antes estuvo demasiado tiempo ausente para los pobres.

La última vez que la vio sin cámaras a la vista, le contó a la Presidenta de la Nación y a la Ministra de Desarrollo Social, que valoraba toda la ayuda oficial que había llegado al Comedor del barrio de Mataderos, pero nada valoraba más que ese piso caliente que le habían construido para los chicos en las noches de frío.

"A mí me salvó el Amor, ponelo así con mayúsculas", declaró otro día.

Cuando el reloj marcaba las 5 de la mañana de ayer, se tomó de las manos de su hijo, y desde su lecho de enferma le susurró al oído las que fueron sus últimas palabras:

"Negrito, quedate con los chicos, dale para adelante"

El otro dolor colectivo es San Antonio de Areco y los pueblos vecinos.

Y duele por varios costados de nuestra humanidad.

Como si la realidad, por sentirse impotente e insatisfecha con mostrarse tal cual es para que los hombres puedan transformarla, escribiera esta cruel metáfora argentina de la inundación en los pagos de Areco.

A ver si así entendemos de una vez por todas cuál es la Argentina que nos dejaron.

La llanura que hace tiempo conocimos ya no está como era entonces.

La sojización es una oleada verde que lo cubre todo sin pedir permiso. La mentada siembra directa hace lo suyo y los suelos no se rotan para seguir viviendo. Las cicatrices que dejan los canales sobre el terreno descargan todos los vendavales que sean necesarios descargar.

"Y a mi qué me importa si se inundan los del pueblo", parecieron decir quienes en su angurria de riqueza fácil no dudaron en tajear el suelo cuantas veces fuese necesario para sus ganancias.

Todo está diciendo que el crecimiento de la riqueza de unos pocos, es la causante de muchos de nuestros males climáticos de hoy.

Así en la Argentina como en el mundo.

Mientras el dios mercado ayudó a provocar la inundación de pueblos enteros, el Estado se hace presente para remediar lo que sigue en pie.

Esta vez no hay discursos huecos.

Allá está la ministra Alicia Kirchner y el ministro Julio De Vido, allá anda el gobernador Scioli, por allá Cristina Alvarez Rodríguez.

Todos con el agua hasta la cintura, haciendo su trabajo.

Hace poco decíamos que gracias a los poderosos mensajes del monopolio mediático, los victimarios de la sociedad relatan su historia desde el papel de víctimas.

¿No es esta consecuencia la que está sufriendo hoy el pueblo de San Antonio de Areco?

Que la justicia castigue con todo el peso de la ley a los culpables de tanto dolor.

Y que este drama colectivo ayude en estas horas a no ser tan egoístas, sino por el contrario, nos ayude ser tan solidarios y comprometidos como enseñó con su propia vida, Mónica Carranza.


Jorge Giles. El Argentino. 29.12.09
http://www.elargentino.com/nota-71641-Entre-Monica-y-Areco-inundados-de-dolor.html