Está culminando el peor año de la crisis internacional.
Mientras en el hemisferio norte sufren con sus respectivos déficits y los brutales índices de desempleo, la Argentina logra el consumo navideño más alto de los últimos 20 años, sostiene su superávit fiscal y comercial y avanza en la recuperación del empleo, en la baja vertical de la indigencia y la pobreza y en la profundización de la democracia, con la Asignación Universal por Hijo, la política económica y la nueva Ley de Medios, entre otras iniciativas.
Pero lo mejor está por venir.
Hay en el horizonte inmediato una épica que espera y que será crucial para el destino colectivo.
¿De qué razón, de qué relato, de qué intereses, de cuáles sueños de patria será el Bicentenario?
¿Quedará anclado en el imaginario de aquel primero, vestido de oropeles ostentosos?
¿O será el modesto pero definitivo inicio de una patria para todos?
Los campos en disputa han quedado configurados, con sus propios perfiles y sus claroscuros, para esa batalla cultural.
La invocación de la épica original con la que se construyó esta Nación, será la ocasión para dirimir fuerzas entre aquellos que añoran y reivindican el territorio de unos pocos bien atendidos y quienes hoy pugnan por construir un país inclusivo en lo social, de rasgos industriales y complementarios en lo económico, democrático en todos los pliegues donde se manifieste la política.
Será entonces un año donde un Estado recuperado para las mayorías, el nuevo modelo económico y social, la cultura, la educación y la salud, el trabajo decente, la plena soberanía y el modo de integrarnos al mundo, le entreguen el renovado DNI al cumpleaños mayor de los argentinos.
Está claro que el año termina en condiciones que ni el análisis más optimista podría haber previsto para el gobierno.
Argentina, y el gobierno de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, acaban de echar por tierra la teoría del “pato rengo”.
Paradójicamente, quienes así parecieron quedar, fueron las fuerzas opositoras que no pudieron demostrar la certeza de ninguna de sus predicciones apocalípticas, ni articular una alternativa superadora a las políticas de Estado y lo que es peor, fueron incapaces de conformar un frente sólido y creíble ante la sociedad que los acompañó con su voto.
El pasado vuelve a parecerse a sí mismo.
Cobos se parece a De la Rúa y Duhalde, el prematuro de la vieja política, a Carlos Menem.
El desprestigio de Mauricio Macri después de sus continuos desaciertos de gestión, Palacios, Chamorro y Posse mediante; la controversia insalvable en el mundo radical entre Carrió, Cobos, Stolbizer; la permanente y ya indisimulada puja entre los caciques del pejotismo duhaldista, no auguran un final feliz para los campamentos opositores.
El temple de un gobernante, sus convicciones, su claridad de metas y el proyecto histórico del que da cuenta a través de sus acciones, se demuestra en la adversidad antes que en el apogeo de su gestión.
De igual modo, las fuerzas que pugnan por alcanzar el gobierno, demuestran su capacidad al momento de administrar inteligentemente la relación de fuerzas acumulada en una coyuntura electoral determinada.
Si partimos de señalar estos conceptos como puntos de referencia que ayuden a entender qué está pasando en la Argentina, qué ocurrió el 28 de junio pasado, y porqué ocurrió lo que vino después, es porque queda claro que el gobierno cumplió con casi todos sus cometidos, recuperó la iniciativa y siguió definiendo la agenda política.
Sin embargo, la oposición no le dio una continuidad productiva a su presunto éxito electoral.
La prepotencia de trabajo demostrada por el gobierno nacional y en particular por las dramáticas medidas impulsadas por la Presidenta, seguramente abona la definición de que estamos en presencia de un gobierno con esa voluntad política que sólo es posible desplegar cuando se es parte de un proyecto de país.
El encuentro en Olivos con casi cien altos empresarios no es un dato menor a la hora de evaluar el poderío de fuego político de cada sector.
El acto convocado por el Sindicato de Hugo Moyano en Vélez Sarsfield, cubre la otra franja del espacio social que cualquier otro presidente hubiese deseado contar en circunstancias semejantes.
El peor error de la oposición de derecha fue caracterizar al último acontecimiento electoral como el día “D” de su lanzamiento sobre las playas kirchneristas y el inicio de su ofensiva final con la ulterior retirada oficial.
La resistencia triunfante contra Posse y la crónica del último semestre demuestran que, por el contrario, allí se agotó la ofensiva que arrancó contra Cristina desde el comienzo de su mandato, Resolución 125 mediante y se fortaleció la iniciativa oficial.
La oposición demostró que puede producir un hecho destituyente y hasta exitoso electoralmente, pero es incapaz de construir una alternativa de gobierno.
En este empate histórico estamos.
La democracia impone que el equilibrio dispar entre la derecha y su costado progresista legitimador, por un lado y las fuerzas del cambio que lidera el gobierno nacional, por el otro, sólo se alterará con la participación del conjunto de la sociedad en el debate colectivo sobre el rumbo a seguir.
El acoso conservador es mayúsculo. El dominio de los monopolios mediáticos les brinda un arma formidable para imponer la defensa de sus intereses concentrados cual si fuesen parte de un relato de víctimas y no de victimarios sociales como realmente son.
El campo popular tiene un gran desafío por delante: organizarse y ampliar y embellecer su palabra.
Ya no alcanza con el “hacer” en una sociedad sitiada por los titulares dominantes del “operativo desánimo”.
También hay que saber “decir” lo que se hace, a fin de complementar la víscera más sensible con la necesaria cuota de sueños y utopías de un pueblo que en las encrucijadas históricas siempre optó por negar su cosificación para enarbolar bien alto sus más dignas banderas.
Y ésta sí que es una tarea de todos.
Jorge Giles. Miradas al Sur. 27.12.09
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