domingo, 6 de diciembre de 2009
La encrucijada histórica en su banca legislativa
El proceso de transformación política y social en la Argentina, ha entrado en una nueva fase de desarrollo.
Quizás más compleja y menos lineal, pero con mayor posibilidad de alumbrar un ordenamiento político más claro.
Dependerá de aquellos actores del cambio, consustanciados con la defensa de un proyecto de país antes que con un espejo narcisista.
El análisis de la nueva realidad expresada con el recambio parlamentario, está asociado íntimamente a la situación que vive América latina y a la diáspora crónica que sufre el arco opositor.
El escenario nacional, configurado en la noche del 28 de junio pasado y que se tradujo en la mayoría circunstancial de la sesión preparatoria de la Cámara de Diputados, no es muy diferente del que afrontan los procesos de cambio en los distintos países de la región en que pueblos y gobiernos como el de Cristina Fernández de Kirchner, se enfrentan a las respectivas derechas nativas.
Que al unísono festejen Macri, Duhalde, De Narváez, Carrió, Aguad, Stolbizer, Pino Solanas y asociados, está indicando que la derecha alcanzó un triunfo más efímero que un bicho canasta.
La política debe dar cuenta de esta situación objetiva; o para avanzar en los cambios o para detenerlos y hacerlos retroceder.
A estar por las conductas expresadas en estos días, son dos los grandes actores que demuestran tener plena conciencia de este cuadro de situación: el gobierno, por un lado, y la derecha, por el otro.
Pareciera ser éste, el verdadero bipartidismo en pugna.
Es la historia y sus circunstancias las que llevan a esta encrucijada y no una mirada reduccionista del paisaje social.
Un comentario puntual merecen las expresiones minoritarias, autoreferenciadas como “progresistas”, que actúan como tropa efectiva de los partidos de centro derecha. Resulta inexplicable su extravío, incluso, sobre el rol del Estado en un proceso de cambio como es el actual. Con su conducta, esta progresía de viejo cuño, aunque se vista de nuevo, favorece a los sectores de la política que reniegan del Estado como regulador del desarrollo económico con redistribución equitativa del ingreso para favorecer el injusto orden del mercado.
Quienes como Pino Solanas y sus aliados, conformaron el llamado “grupo A” en Diputados, deberán cargar de acá en más con el certificado de admisión al selecto club de los monopolios mediáticos y los partidos que los representan.
En la encrucijada, apuntaron contra el Estado y contra el gobierno democrático y festejaron el nuevo conglomerado de fuerzas conservadoras asociadas por la sola voluntad de debilitar al proyecto conducido por Cristina y Néstor Kirchner.
Ya otras veces, el devenir de un proceso de cambio nacional y popular asistió a circunstancias semejantes.
La derecha siempre se aprovechó de estos sectores, para usarlos en posiciones de vanguardia.
La centro-izquierda deberá evitar caer en la trampa de antagonizar con ellos, pero sin optar tampoco por su reverso, abrigando falsas expectativas.
Habrá que desenmascararlos, convencidos que la que conduce la contrarreforma, es la derecha en sus distintas expresiones.
Frenar su avance, como algunos dirigentes auténticamente progresistas plantean, es correcto desde todo punto de vista.
Tal vez no alcance con utilizar la palanca de freno.
Avanzar hasta construir un frente que exprese todo el potencial de diferentes fuerzas que hoy se expresan en el Frente para la Victoria y en otros espacios decididos a profundizar el actual proceso de cambio que encara el Gobierno nacional, sería una meta deseable por la sociedad que los acompaña.
Al menos, deberían construir puentes articuladores que tornen más previsibles y sustentables los acuerdos de coyuntura y los de largo plazo.
La necesidad está, la posibilidad también.
Lo que los une no es tan sólo la voluntad política, imprescindible por cierto.
En verdad, lo que los liga es una mirada común sobre el modelo de país a construir.
Con sus matices y sus diferencias.
El desafío para el movimiento popular y progresista, sigue siendo como desde hace 20 años a esta parte, concentrar el esfuerzo en lograr la unidad en la diversidad. Porque decir que sólo se está junto al otro cuando hay acuerdos, es casi una obviedad. El verdadero reto es edificar un amplio espacio que cobije, reasegure y permita profundizar los vientos de cambio que soplan en el país desde mayo del 2003.
Habrá que apelar a la madurez y la experiencia acumulada para convivir en un proyecto de transformaciones que recoge lo mejor de la historia de lucha de este pueblo y que además, pequeño detalle, ejerce la responsabilidad de gobernar el país.
Siempre será más útil y digno para los intereses populares, ser parte de un frente transformador aunque venga con algún conservador adentro, antes que ser parte de un frente conservador, aunque exhiba en la vidriera algún progresista extraviado.
En la cinchada contra el gobierno, la derecha demostró tener número suficiente para juntar músculos. A la hora de construir campamentos comunes, no necesariamente demostrarán una inteligencia común.
Esa es la diferencia cualitativa con los sectores nacionales, populares y progresistas que deberán elegir el momento y las circunstancias para ejercer su propia mayoría a través de los proyectos legislativos que expresen un salto de calidad en la profundización del modelo de país gobernante y al mismo tiempo, construir y ampliar la base política de ese cambio.
La derecha no tiene ni un liderazgo común ni personería unificada ni posibilidad cierta de obtenerla en lo mediato. Mientras que el arco político del centro hacia la izquierda, tiene un liderazgo, un eje ordenador y un horizonte donde hay mucho por sembrar y cosechar al mismo tiempo.
De todos modos, no es el Gobierno el que debe poner las barbas en remojo por la ofensiva de la derecha, sino los amplios sectores sociales que son tributarios de la política de cambio que inició Néstor Kirchner y hoy continúa Cristina.
Esa es la cuestión.
Jorge Giles. Miradas al Sur. 06.12.09
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