El Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner aprobó la nueva Ley de Comunicación y el Presupuesto 2010, inauguró la ruta al siglo XXI con la misión a la India y ya prepara nuevos rumbos y medidas que darán mucho que hablar en los próximos días.
Recupera la iniciativa, no con golpes efectistas, sino con transformaciones muy profundas.
En simultáneo, se suceden múltiples actividades políticas que le otorgan sustento territorial y cultural al modelo gobernante, en torno al debate de ideas de cara al bicentenario patrio.
Enfrente, hay un verdadero caos de transito entre opositores que dicen y se desdicen todo el tiempo, se pelean, se reconcilian y se vuelven a distanciar ya sin disimulos.
Al no cuajar ningún proyecto alternativo están impedidos de amarrar seriamente un espacio de referencia con algún grado de credibilidad ante la sociedad.
El Acuerdo cívico radical está roto y nada hace suponer que se recomponga; sus partes empujan en direcciones contrarias. Stolbizer contra Carrió, ésta contra Cobos, Cobos contra Gerardo Morales y viceversa.
La derecha explícita de De Narváez, Macri y Solá, estalló por los aires. Era previsible. La confesión de Felipe Solá nos exime de abundar en otras consideraciones: “sólo nos juntamos para las elecciones y ahora Macri es mi adversario”, dijo sin ponerse colorado.
Es la maldición de las alianzas electorales por mero oportunismo.
Pobre de los argentinos si estos rejuntes llegan a ser gobierno algún día.
Duhalde está desconcertado. No tiene ningún piloto para promover. Terminó por proponerse él mismo como candidato, pero sin éxito alguno. Nadie lo llamó ni lo felicitó. Ni siquiera Chiche.
De allí la sana advertencia de no caer en provocaciones ni sumarse a la política de agudización de conflictos, por que es el escenario preferido para el regreso de los que sólo saben pescar tiburones en aguas enrojecidas.
Entramos de lleno en una etapa caracterizada por la revelación de la crisis. Es el resultado de la contradicción, aún irresuelta en términos definitivos, entre los dos modelos de país que disputan la hegemonía. Entre los sectores populares que pugnan por profundizar el modelo de crecimiento y redistribución de la riqueza y los representantes del viejo poder económico y político que resiste al cambio.
Todo está a la vista. Mientras el país sigue creciendo, el poder mediático, desnudo en el escenario, perdió su prestigio de emisor de “la verdad absoluta”.
La caída no sólo es económica por las mermas en sus ingresos millonarios. Es profundamente cultural. Una buena parte de la sociedad ya sabe que mienten, movidos por la defensa de sus intereses. Pero cuidado, resistirán con las peores maniobras que sean capaces de operar desde sus titulares.
El prestigioso programa “678” del canal público muestra con ingenio e inteligencia las consecuencias del bombardeo mediático sobre el sentido común de una parte de la sociedad que repite de modo acrítico los latiguillos que imponen los gerentes informativos y sus movileros.
No obstante, las ideas dominantes que impusieron los monopolios a la sociedad están sentadas en el banquillo de los acusados o al menos bajo sospecha colectiva.
El poder ejercido por los monopolios mediáticos, inconmovible durante décadas, entró en crisis cuando se articularon dos elementos imprescindibles para cualquier transformación democrática: el núcleo activo social que lo cuestionaba y el Estado, que marcha hacia la consolidación de un proyecto de país más inclusivo y participativo.
Es todo un rasgo peculiar de la Argentina de hoy.
En situaciones pasadas, el Estado actuaba de sostén de los viejos poderes establecidos y la sociedad organizada debía batallar en la intemperie para consagrar una etapa semejante a la que hoy vivimos.
La profundidad de este proceso, precisamente, está en que los monopolios informativos, esos que expresan la infantería más poderosa del relato dominante, han perdido una batalla estratégica en el plano cultural, han perdido el prestigio de haber sido “la voz” de ese eufemismo llamado “opinión pública” y han perdido el dominio sobre el Estado. Mientras que los actores sociales múltiples que intervinieron para llegar a esta instancia, lo hicieron junto al propio gobierno democrático.
Todos ellos, con la voluntad del proyecto nacional y popular del gobierno de Cristina y el liderazgo político de Néstor Kirchner, lo hicieron posible.
Ese caos opositor que mencionamos al principio, debe ubicarse en este marco, para poder entenderlo en su justa dimensión. Es muy interesante abordar el análisis de la coyuntura ligando todos los elementos que se corresponden, interactúan y/o se contradicen entre sí.
Las obscenas declaraciones de Elisa Carrió, por ejemplo, hieren la memoria de este pueblo y provocan la indignación de las Madres, Abuelas y las víctimas del terrorismo de estado. Pero también demuestran que los campos de la pugna política empiezan a estar tan demarcados que los opositores necesariamente deben seducir al poder económico mediático para aferrarse al leño que, en su imaginario, los catapultará a posicionarse mejor de cara a las elecciones del 2011. De eso se trata.
De seducir al capital, no combatirlo como afirma la marchita.
En este plano, no habrá que asombrarse porque la derecha haya transformado el comité partidario en un bufete de abogados, sabuesos e investigadores que husmearán sobre toda posibilidad de judicializar la política de acá en más.
Así como habrá que entender las razones de belicosidad que expresan algunos sectores políticos minoritarios que, como otras veces en la historia, ven reducirse sus aspiraciones sectoriales en la medida que el frente político que tiene su columna en el peronismo y que abarca a una amplia gama de expresiones progresistas y de centro izquierda, cubre todo o gran parte del espacio social del campo popular.
A ellos también la etapa les brinda la posibilidad de optar por fortalecer este proceso, con todas sus contradicciones y falencias, o debilitarlo en nombre de las más nobles causas. Es de esperar que no terminen como otras veces, siendo funcionales a los intereses de los enemigos del pueblo.
La coyuntura más que nunca es un retazo de la historia argentina. Por eso es posible afirmar que la recuperación de la iniciativa política por parte del Gobierno no es producto del azar, ni de la impericia opositora, ni de la voracidad de Olivos, como lo presentan Clarín, La Nación y sus socios políticos. Hay componentes diversos sin dudas, pero el cuadro general se entiende en el marco de los vientos de cambio que sacuden América Latina, de la crisis letal que sufren las ideas neoliberales en el mundo y las políticas correctas implementadas por un modelo de gobierno decidido a transformar la Argentina en un país con desarrollo industrial, consumo interno, inclusión social y plena soberanía.
Cuando el modelo nacional y popular gobierna defendiendo y expresando estos intereses, el progresismo acostumbra a acompañar el proceso antes que priorizar sus intereses de sector.
Anteponer la unidad, ahora que los heraldos del neoliberalismo se atomizan, es un deber moral más que político.
Es posible que para la derecha, el kirchnerismo sea el movimiento incorregible que habrá que mellar fuertemente desde ahora y hasta la próxima disputa electoral nacional. La contraofensiva de los medios será despiadada y exigirá pruebas de amor a todo el arco opositor para ubicarlo en cartelera frente al oficialismo. Los opositores, a falta de proyecto y de políticas superadoras, se chocarán entre ellos por ver quién es más y mejor movilero de esos grandes medios.
El disparate de Carrió, el de Aguad, el de Julio Cobos, la incertidumbre ciclotímica de Duhalde, la pobreza intelectual de Macri y De Narváez, pugnarán por desplazar en su fanatismo a Van der Koy y Morales Solá si fuese necesario hacerlo.
Todo vale para el que se quedó sin pueblo.
Es una etapa que preanuncia un salto de calidad en la institucionalidad democrática y en mayores niveles de inclusión y justicia social. Caído el muro mediático caerán todos los muros que impidieron el desarrollo del país hasta el presente. Esto requiere la unidad de todas las fuerzas políticas y sociales que propugnan el cambio en la certeza que, semejante epopeya, no debería ser patrimonio circunstancial de una sola fuerza política. Para ello se requerirá no solo generosidad y apertura, sino evitar que cualquier anacronismo vanguardista en los análisis, haga suponer que este proyecto político es sólo una transición y una circunstancia fortuita de la historia. Es lo que pensó una parte de la izquierda liberal sobre el peronismo, desde 1945 en adelante, para terminar siendo apoyatura del conservadorismo. Siempre se aprende de la historia.
Dijo alguna vez Néstor Kirchner que de Perón y Evita hay que acordarse cuando se gobierna. En tan simple y profunda reflexión está la clave para entender este proyecto que marcha, con nuevas transformaciones, hacia el bicentenario patrio.
Jorge Giles. Miradas al Sur. 18.10.09
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