Faltan apenas siete meses para el festejo del Bicentenario patrio.
Un suspiro en la historia.
Llegaremos a ese día con un país signado por la adrenalina propia de un Mundial de fútbol; por los primeros pasos en la implementación de la Ley de Comunicaciones que nos devuelve la voz a todos por igual; por la implementación del plan social de empleos “Argentina trabaja” que permitirá la incorporación a la cultura del trabajo a casi medio millón de compatriotas; por el avance en la consolidación de la unidad latinoamericana y los nuevos rumbos estratégicos en el intercambio con la India, China, Rusia y el África; por el apuro en resolver los problemas de inclusión social en miles de hogares; por la puesta en marcha de un sistema moderno de partidos políticos que le devuelva la decisión jerarquizada a los ciudadanos y no a las transas de las cúpulas partidocráticas.
Todo junto a la vez. La democracia en su plenitud.
Sin dudas será un festejo de mayorías, a diferencia del primer centenario.
De todos modos, la pugna entre los dos modelos de países continuará y los que resisten al cambio seguirán con sus agravios y difamaciones.
Si la nave del Estado y el Gobierno democrático avanzan sin torcer su hoja de ruta, la Argentina estará más cerca de convertirse definitivamente en una nación soberana, igualitaria, democrática y desarrollada.
Para lograrlo, tendrá que escapar de todos los señuelos y emboscadas que le tiendan los enemigos del pueblo.
En el relato de nuestra historia criolla encontraremos las huellas para seguir.
Cada vez que se atacó al movimiento nacional, popular y democrático, los agresores enarbolaban la razón y el iluminismo de la barbarie civilizadora.
Agredían al pueblo, pero el pueblo era el culpable.
Torturaban, desaparecían, encarcelaban, violentaban la convivencia social, pero lo hacían en nombre de la “pacificación nacional”. Venían a desorganizar, desguazar, descuartizar y deshacer un país, pero lo hacían a nombre de un “proceso de reorganización nacional”.
La lógica siempre fue la misma. El violento siempre se victimiza.
¿Qué es lo que viene ocurriendo en la Argentina sino un remedo de aquellas doctrinas de ese pasado antagónico que los argentinos queremos dejar atrás para siempre?
Allí está como el caso más emblemático y doloroso, la desaparición de Julio Jorge López, testigo de los juicios contra los genocidas que alentó decididamente este proyecto político que gobierna desde el 25 de Mayo del 2003.
Allí está el asesinato del maestro Fuentealba en manos de la policía salvaje del ex gobernador derechista, amigo de Macri y De Narváez, Jorge Sobisch.
Allí está el desabastecimiento de la patronal rural en el conflicto del año pasado y el centenar de agresiones físicas sufridas por Agustín Rossi, Patricia Vaca Narvaja y otros legisladores oficialistas.
Sin embargo, siguiendo el manual de instrucciones que utilizan, la derecha se presenta como una dulce palomita torcaza y pintan a los gobernantes como crispados, agresivos, provocadores. Es toda una táctica la de ellos. Tiran la piedra y esconden la mano. Provocan todo el tiempo en generar un clima de hostilidades en un país que precisa de la paz para crecer como del aire para respirar.
En esa trampa nadie que se precie ser parte del proyecto nacional deberá caer.
La paz es una categoría política de los pueblos.
Y la fuerza es el derecho de las bestias, como decía sabiamente Perón.
Cuántas verdades brotaban del Negro Fontanarrosa aquel día que disertó sobre “las malas palabras”, no las que pronuncia el Diego, sino las que dice Elisa Carrió cuando trata con cariño un posible crimen de los genocidas y ofende a las Abuelas de Plaza de Mayo y a quienes fueron elegidos por la voluntad popular.
Pongamos las cosas en su lugar. En este país, las víctimas de la violencia siempre estuvieron del lado del pueblo. Hay 30 mil razones para fundamentarlo.
Que nadie tenga la desvergüenza de transfigurar tamaña verdad histórica.
Jorge Giles. El Argentino. 19.10.09
http://www.elargentino.com/nota-62359-La-paz-es-una-categoria-politica.html
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