Cuenta
Eduardo Galeano en el primer tomo de su
bellísima obra Memoria del fuego, que en Guatemala, el poeta de un pueblo originario
reunió a todos los niños a su alrededor
para contarles la historia de una batalla heroica de sus antepasados que, aunque
derrotados, dejaron de enseñanza el heroísmo y el valor de la vida de sus padres y abuelos.
Peleaban
contra el conquistador Pedro de Alvarado y “quienes con él vinieron a enseñar
el miedo”, dice Galeano.
Al
finalizar el relato un niño preguntó:
“Y
todo eso, ¿lo viste? ¿Lo escuchaste?”
“Sí”,
respondió el poeta. “¿Estuviste aquí?” preguntaron los niños.
“No.
De los que estuvieron aquí, ninguno de los nuestros sobrevivió”
El
poeta señalará las nubes en movimiento y el balanceo de las copas de los
árboles.
“¿Ven
las lanzas?” preguntará. “¿Ven las patas de los caballos? ¿La lluvia de
flechas? ¿El humo?”
“Escuchen”,
dirá y apoyará la oreja contra la tierra, llena de estampidos. Y les enseñará a
oler la historia en el viento, a tocarla
en las piedras pulidas por el río y a conocerle el sabor mascando ciertas
hierbas, así, sin apuro, como quien masca tristeza.
Hasta
aquí la memoria originaria.
Cuando
pasen los años y a nuestra descendencia le cuenten quiénes fueron sus abuelos y
su procedencia, quizá no haga falta que aprendan a leer los signos de la
historia en el lecho de un río o en el canto de los pájaros para saber lo que
ocurrió en estos años decisivos.
Quizá
alcance con mostrarles una escuela y mil
escuelas más, una ruta nueva, YPF recuperada, un hospital como El Cruce en Florencio Varela,
una decena de universidades nacionales construidas en estos años y un museo del terror donde conservemos
como muestras del pasado anterior, desde las fojas del juicio a los genocidas
del terrorismo de estado hasta la última firma de la antigua democracia aceptando
la deuda y la dependencia con el FMI.
De
esas batallas venimos.
No
olvidarlo jamás, es un deber ciudadano y
un ejercicio vital para la memoria.
“Este
país es tuyo. Saboréalo, disfrútalo, ámalo, defiéndelo contra viento y marea,
con uñas y dientes como hacía tu abuelo, dignifícalo para vos y tu
descendencia, como hizo tu abuela y lo hicieron tus padres y los pares de tus padres y lo hizo tu pueblo”.
Venimos
hablando en el nombre del hijo y del padre mientras cantamos bajito esa canción de Viglietti que enseñó a la juventud
de los años setenta que “se precisan niños para amanecer”.
Tanto
odio derramado en estos tiempos precisa
que hagamos una ronda de amor para arropar y proteger a los que vienen llegando.
Que
los poetas enciendan todas las fogatas de la memoria.
La
historia que hoy se escribe se encargará de contarla.
El Argentino, martes 16 de julio de
2013
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