El
kirchnerismo, a diferencia de otros espacios políticos, es hijo de su tiempo.
Habla con su tiempo en su propio lenguaje. Concibe los desafíos de su tiempo
con el reloj en hora. Sabe que es el emergente de la última crisis que partió
al país en dos, pero que estuvo a punto de partirlo en mil pedazos.
Hablamos
de la crisis del 2001 y 2002.
En
cambio, la oposición en cualquiera de sus variantes, sigue siendo el eco vago
que nos queda del país anterior a esa gran crisis. Utilizan el lenguaje y las
formas propias de la política antediluviana, es decir, previa al 2001. No
pueden ni quieren entender el país real que estalló aquella vez y que el kirchnerismo
en el gobierno se encargó de recomponer, no para volver al mismo escenario del
conflicto social provocado por los gobernantes y los poderosos que excluían,
sino para situarlo bien adentro del siglo XXI. Por eso los opositores no
entienden las claves y el vocabulario de esta Argentina donde hay otros tipos
de conflictos y que son los que se generan por la irrupción de los antiguamente
excluidos, hoy en su nuevo rol de sujetos incluidos y que por eso mismo van por
más.
No
es casual, entonces, que del lado de los sectores de la exclusión resistan agresivamente
el avance popular.
Los
titulares de Clarín y La Nación ya se parecen a los bandos de la dictadura de
la que fueron parte.
Hoy
todos nos reímos de los jingles
opositores, pero a decir verdad no debiera sorprendernos porque están
reflejando que en esas orillas del desconcierto, la política sigue siendo
concebida como una farsa.
Es
una farsa la mirada budista y de record Güines sin pestañear de un Vinar que no
dice nada.
Es
farsa la histeria actoral de Carrió.
Es
farsa la mozzarella partida al medio de Alfonsín y Stolbizer.
Es
farsa la trepada a la calesita de la gente del PRO después de reprimir salvajemente en el Hospital Borda.
Es
farsa la sonrisa perversa de Sergio Massa.
Lo
que no es farsa es la sustancia viscosa que contiene a todas estas imágenes.
Una sustancia conformada por la falta de alternativas políticas que den cuenta
de las nuevas necesidades que siembra el kirchnerismo luego de diez años en el
gobierno. Porque el kirchnerismo, como todo espacio que transforma la realidad,
no sólo repara derechos hacia atrás, sino que es una usina productora de nuevas
preguntas hacia adelante. Repara y pregunta; y en esa dinámica, ninguno de los
otros contendientes está en condiciones de alcanzarlo.
Por
eso el márquetin de campaña opositora es la burda expresión de esa falta de
política y representación social.
Aun
así el kirchnerismo no baja los brazos y avisa que no dará ni un paso atrás en
su proyecto de país inclusivo.
En
sólo dos semanas sabremos el resultado de las PASO. Las urnas convalidarán a
unos y despedirán a otros, ordenando la marcha hacia el mes de octubre con el
voto popular de este 11 de agosto. La elección de legisladores nos espera a
todos.
En
el ambiente flota la sensación de que será algo más que una elección de medio
término.
De
un lado y del otro se empieza a ser consciente que estamos en las vísperas de
una nueva década y que la llave que abre o no esa puerta, se elige ahora.
El
espacio opositor acude dividido a la batalla y por eso se disputan la patente
de que “juntos podemos” a la par.
El
kirchnerismo, en tanto proyecto de país, sigue apostando a una estrategia de
largo aliento y baja intensidad y una campaña
corta pero de alta intensidad. Eso heredó del primer peronismo. Mirar a
lo lejos y resolver lo que está más cerca.
En
este marco habrá que entender el acuerdo de YPF con Chevrón y los sucesos
desatados por el pliego de ascenso del General Milani al frente del Ejército.
En
el primer caso la soberanía sobre nuestros recursos empieza a dar sus frutos
económicos y productivos. Si uno ve toda
la película, sería más fácil darse cuenta que no vamos hacia la
extranjerización del petróleo, sino que, por el contrario, venimos de la
extranjerización de YPF-Repsol. La soberanía
ganada no es para colgarla de un afiche bonito en locales partidarios, sino
para saberla usar en defensa de los intereses de los argentinos.
De
igual modo, si uno ve la historia completa de la defensa de los derechos
humanos, se dará cuenta que hay un antes y un después del 2003, Néstor Kirchner
y Cristina mediante.
¿Desde
cuándo los escribas y los altoparlantes de los dictadores devienen en
defensores de los derechos humanos?
¿Desde
cuándo los autores del Punto Final, la Obediencia debida y los indultos se
creen con autoridad para poner en dudas al único gobierno que impulsó con hechos
la principal política de estado de Memoria, Verdad y Justicia?
Para
testimoniar esta nueva afrenta basta con observar una figura en espejo: en el
2001 la represión ordenada por el gobierno radical del ex presidente De la Rúa
dejaba un tendal de muertos en la Plaza de Mayo y a las Madres de la Plaza reprimidas
por los caballos de la policía montada como no lo fueron nunca antes en
democracia.
En
este 2013 muchos de esos mismos radicales le tiran los perros de la vetusta
justicia a uno de los Hijos de desaparecidos, el que sintetizó los fundamentos
que llevaron a los genocidas Videla y Menéndez a la cárcel y hoy es Secretario
de Derechos Humanos de la Nación, Martín Fresneda.
Hay
que ir asentando en la memoria colectiva estos ultrajes para que en el futuro
nadie tenga derecho a decir que es historia de ficción.
Sobre
estas cuestiones dirimirán las próximas elecciones.
Saber
elegir es entender previamente la hondura que separa la realidad del país que
reconstruimos en estos últimos años, con una oposición que ha quedado atrapada
en su propio pasado.
Y
si en la vida hay que elegir, como dice el kirchnerismo, habrá que volver a
elegir las banderas de la rebeldía. Hacia atrás y hacia adelante. Hacia atrás
honrando a los que ya no están. Y hacia adelante, reafirmando que en este rumbo
de inclusión social y soberanía, elegimos no rendirnos.
Miradas al Sur, domingo 28 de julio
de 2013
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