Todos los días se libran batallas y batallitas de Caseros.
Como un guión perenne al paso de los tiempos, la historia
ubica sus personajes sobre el escenario y les asigna un rol.
De un lado están los que componen la fuerza que, con errores
y aciertos, defiende lo nacional, lo popular y lo democrático.
Es la que sostiene y profundiza la defensa del desarrollo
industrial, del consumo interno, del crecimiento y del empleo.
La que no pone límites al desarrollo libre de las fuerzas
productivas en un marco de inclusión social, de cultura, de soberanía y de
integración latinoamericana.
Es la que celebra la Asamblea del Año XIII porque se
reconoce en esa voluntad constructora de derechos.
La que milita en el territorio, ama y sueña en el
territorio, ríe y llora en el territorio.
Del otro lado están aquellos que no dudan en su opción por
lo extranjero contra lo nacional, su gusto por la comarca primaria de trigo,
soja y vacas, del país para pocos, con monopolio mediático excluyente y salones
espejados de la Sociedad Rural.
Son los que siguen, por derecha o por izquierda, con la
agenda de Clarín y compañía. Los que en el reclamo por nuestra soberanía en
Malvinas, apoyan sin pudor alguno la estrategia británica.
Los que en la disputa de Argentina contra los fondos
buitres, apoyan a los buitres.
La consigna “Patria sí, colonia, no”, expresa y abrevia
desde la cátedra callejera esa maldita distancia binaria entre el amor y el
odio.
El 3 de febrero de 1852 el Ejército de Operaciones al mando
de Urquiza, junto a tropas del Imperio brasilero y unitarios argentinos, venció
en la Batalla de Caseros a la Confederación Argentina presidida por Don Juan
Manuel de Rosas.
Terminaba así el país federal y soberano que soñaron San
Martín y Belgrano y se iniciaba la larga historia del país centralista y
dependiente proclamado desde tiempos de Bernardino Rivadavia y que se
consagraría diez años después con la presidencia de Bartolomé Mitre.
He allí parte del ADN de nuestra conformación como nación y
pueblo.
La historia no se repite, dicen, pero es innegable que hay rasgos
constitutivos de orden patriótico y rasgos constitutivos de orden
antipatriótico que se manifiestan desde el fondo de la historia.
Previo a Caseros, Urquiza negoció con el imperio de Brasil
para aunar esfuerzos y derrocar a Rosas. Los unitarios porteños hicieron de puente para concretar la alta traición a la
patria que ya estaba en marcha.
La excusa de Urquiza para oponerse a Rosas era la imposibilidad
de comerciar directamente, como él quería, con buques extranjeros.
La bandera del “libre comercio” siempre fue una bandera de
guerra.
Planteada la batalla, nada pudo hacer Rosas ante semejante
poderío.
“Ejército Grande” se llamó a la suma de los ejércitos de
Urquiza, de unitarios porteños y orientales y del Imperio brasilero.
Caído el proyecto de Rosas, empieza la constitución de un
país oligarca que no tenía otro norte que sus propios intereses de clase.
Decía el ministro de Mitre, Rufino de Elizalde, ante la
insistencia de varios países americanos por reconstruir el proyecto bolivariano
de la Patria Grande:
“La América independiente es una entidad política que no
existe ni es posible constituir por combinaciones diplomáticas. La América,
conteniendo naciones independientes, con necesidades y medios de gobiernos
propios, no puede nunca formar una sola entidad política”.
Luego de negar cualquier posibilidad de incordio con Europa,
resalta: “…puede asegurarse que más vínculos, más interés, más armonía hay
entre las repúblicas americanas con algunas naciones europeas, que entre ellas
mismas”.
Cipayos también hubo siempre.
Y llegamos al punto al que queríamos llegar.
El país federal se rompió primero desde adentro y se
aniquiló luego desde afuera. El proyecto político de una América Latina fuerte
y unida, corrió la misma suerte.
De allí que insistamos en seguir dando la batalla cultural
que atravesamos sabiendo que hoy como ayer confrontan intereses antagónicos,
más que románticas ideas sobre el impacto del aleteo de las mariposas en el
calentamiento global.
Este es un año donde se define nuevamente la solidez del
proyecto de país nacional, popular y democrático.
Que no es para flojos la encrucijada lo demostró Macri apaleando
a vecinos en Parque Centenario, De la Sota volteando la antena de Paka-Paka y
el unitarismo bonaerense cargando contra el Tesoro del país federal.
Vale repasar un fragmento del testamento político de Rosas
escrito en la chacra de su destierro final:
“Las circunstancias durante los años de mi administración
fueron siempre extraordinarias, y no es justo que durante ellas se me juzgue
como en tiempos tranquilos y serenos. Si he podido gobernar 30 años aquel país
turbulento, a cuyo frente me puse en plena anarquía y al que dejé en orden
perfecto, fue porque observé invariablemente esta regla de conducta: proteger a
todo trance a mis amigos, hundir por cualquier medio a mis enemigos”.
Es otro tiempo este y la defensa de la paz es inherente al
proyecto de país que hoy nos gobierna.
Pero vale el esfuerzo entender, objetivamente, que los que
se oponen al proyecto liderado por Cristina en este siglo XXI tienen la misma
carga genética de odio y antipatriotismo de los unitarios del siglo XIX.
Además, ni el insulto de Del Sel ni la represión de Macri ni
el antenazo de De la Sota son hechos aislados entre sí.
Por eso la defensa de la democracia inclusiva y
participativa requiere de hombres y mujeres con convicciones patrióticas.
El falso “neutralismo”, “el pacifismo bobo”, las “buenas
costumbres” del “consensualismo”, son las formas encubiertas que promocionan las
filas conservadoras en la “Batalla de Caseros” que siguen librando por otros
medios.
Y algunas almas inocentes caen en la trampa.
Los conservadores llevan las de perder.
Porque Brasil ya no es un imperio sino un país hermano.
Y porque las fuerzas nacionales y populares no están
dispuestas a dejar sus convicciones en la puerta de entrada de la
historia.
Miradas al Sur, domingo 3 de febrero de 2013
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