Esta semana, como pocas veces antes, rondó la sensación colectiva de que el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ya quebró el empate; que se puede resolver definitivamente en Octubre el viejo pleito entre lo viejo y lo nuevo; que ya dimos vuelta el codo de nuestras peores desgracias como sociedad; que ahora vamos por más y en el terreno que sea.
Que la sociedad va por más derechos civiles y sociales, ya no parece haber dudas.
El momento de inflexión, creemos, fue cuando la Presidenta anunció ante el Congreso, la extensión de la Asignación Universal por Hijo a las mujeres embarazadas.
“No se por qué me emocioné tanto” fue una frase escuchada adentro y afuera del recinto desde entonces. Y muchos coincidimos en la emoción colectiva.
Arriesgamos para desentrañarla, una breve reflexión.
Nos emocionamos porque la Presidenta, la mujer, la ciudadana, la compañera, la militante política de toda la vida, se muestra en toda su integridad cuando decide medidas de esa talla humana. El proyecto de país que representa y conduce, alcanzó el pico más elevado del crecimiento económico con inclusión social en 200 años de historia y ella, la Presidenta, lejos de dormirse en los laureles y festejarlo como se merece, giró su mirada para posarla en la madre embarazada más humilde, tenderle el brazo del Estado y subir con ella un nuevo peldaño en la reparación de derechos y valores.
Con ese gesto, todos alcanzamos una altura superior en calidad como sociedad.
Pero nos emocionamos también, porque la decisión atraviesa los espacios porosos de la economía, de la política, de lo social, de lo moral y fundamentalmente de lo humano. Con todos esos espacios se construye un país con igualdad de condiciones, un país inclusivo, un país decente que aprende a cuidar la vida y en particular, la vida de los pibes. De todos ellos, pero mucho más de los pibes pobres. Porque son los que más necesitan la presencia del Estado reparador y re componedor del tejido social donde van a nacer y crecer como personas.
Nos emocionamos porque estas medidas son las que construyen ideología y mística (perdón por la antigüedad) construyendo esperanzas y certezas de que ahora sí, le encontramos el agujero al mate.
Ya sabemos quién nos gobierna y ahora sabemos hacia dónde vamos con esa mujer que nos gobierna.
No es un detalle menor, en un país que naturalizó las agachadas de los políticos que tomaron o toman el te y el whisky en la embajada, pidiendo de la manera más indigna que la flota más poderosa del planeta invada bélica o mediáticamente nuestro territorio, como hace más de un siglo algunos pidieron que los colonialistas disparen sus cañones para cortar las cadenas que esos gauchos retobados le pusieron al río de la patria en la Vuelta de Obligado.
Se llamen unitarios ayer o Mauricio Macri y Ernesto Sanz hoy, los que alentaron la extranjería.
Se llamen federales ayer o peronistas kirchneristas hoy, los que defienden la soberanía.
Nacionales y populares, tenían que ser.
Ahí está para comprobar el ciclo, la última anatomía de la infamia: sale un informe de la DEA de los EE.UU. condenando a la Argentina por el asunto de las drogas, Clarín lo pone en tapa y los opositores al gobierno, como Ricardo Alfonsín, repiten el libreto, como si fueran el perro de Pavlov.
Menos mal que el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, puso las cosas en su lugar en nombre de los argentinos, reaccionando como se debe ante una intromisión extranjera tan descabellada como colonialista.
Esto hay que recordarlo y ensamblarlo históricamente, para no ser funcionales con los cultores del “viento de cola” y otras paparruchadas.
Si el desamparo se achica, es porque se agranda la inclusión social. Y si hay más inclusión es porque hay un gobierno que pone el acento y la voluntad política en lograrlo. Nada nos viene de arriba. Esa es otra certidumbre.
La otra certeza que asoma es comprobar entre todos que la alegría es una categoría política.
Como lo es el sexo y la música, la poesía y el compromiso social allí donde se expresen.
Este revoltijo lindo que nos viene pasando como país, es el responsable de pensarlo de este modo.
Que la Presidenta haya recuperado la celebración de los carnavales como fiesta de los pueblos, tiene una dimensión histórica.
Nuestros padres de la patria celebraban con música y baile antes y después de cada batalla por la Independencia.
Esta certeza sí que nos viene de muy lejos.
Por ejemplo, de cuando José Gervasio Artigas, Padre del Federalismo, escribía a su lugarteniente, Andresito Guacurarí, el 23 de setiembre de 1815: “No eche usted en olvido los músicos que le tengo pedidos, ellos deberán venir con sus instrumentos. Así podremos celebrar los triunfos de la patria”
Los criollos siempre pelearon cantando. Como si estuviese escrito en el ADN de la Patria Grande.
Como si dijeran nada de venganzas, la alegría es un bien universal y hay que saber compartirla.
También cantaron y bailaron en la Plaza los trabajadores del 17 de Octubre del ‘45:
Yo te daré, te daré Patria hermosa…
La Argentina es un territorio de incertidumbre y tristezas, sólo cuando la apartan de su destino histórico.
Porque cuando el proyecto nacional y popular es el que está en el timón del Estado, siempre por mandato de la voluntad del pueblo, la Argentina se torna un país de certidumbres y de sueños.
La mayoría de los ciudadanos tienen la certeza de que hoy vivimos en un país mas justo; con asignaturas pendientes, pero un país mejor del que encontró Kirchner el día que asumió como Presidente.
Esta es una realidad que se puede tocar, gustar, oler, mirar, oír.
Una realidad que hasta se puede viajar, recorriendo y celebrando un carnaval que por primera vez se dice federal y lleva como lema una cita de Arturo Jauretche:
“Nada grande se puede hacer con la tristeza”
Vaya con la parábola de la historia:
La generación de la utopía, es la que vino a construir certezas con el pueblo.
Quizás por eso mismo se desatan todos los sueños y se espantan los peores fantasmas del desamparo.
Que la sociedad va por más derechos civiles y sociales, ya no parece haber dudas.
El momento de inflexión, creemos, fue cuando la Presidenta anunció ante el Congreso, la extensión de la Asignación Universal por Hijo a las mujeres embarazadas.
“No se por qué me emocioné tanto” fue una frase escuchada adentro y afuera del recinto desde entonces. Y muchos coincidimos en la emoción colectiva.
Arriesgamos para desentrañarla, una breve reflexión.
Nos emocionamos porque la Presidenta, la mujer, la ciudadana, la compañera, la militante política de toda la vida, se muestra en toda su integridad cuando decide medidas de esa talla humana. El proyecto de país que representa y conduce, alcanzó el pico más elevado del crecimiento económico con inclusión social en 200 años de historia y ella, la Presidenta, lejos de dormirse en los laureles y festejarlo como se merece, giró su mirada para posarla en la madre embarazada más humilde, tenderle el brazo del Estado y subir con ella un nuevo peldaño en la reparación de derechos y valores.
Con ese gesto, todos alcanzamos una altura superior en calidad como sociedad.
Pero nos emocionamos también, porque la decisión atraviesa los espacios porosos de la economía, de la política, de lo social, de lo moral y fundamentalmente de lo humano. Con todos esos espacios se construye un país con igualdad de condiciones, un país inclusivo, un país decente que aprende a cuidar la vida y en particular, la vida de los pibes. De todos ellos, pero mucho más de los pibes pobres. Porque son los que más necesitan la presencia del Estado reparador y re componedor del tejido social donde van a nacer y crecer como personas.
Nos emocionamos porque estas medidas son las que construyen ideología y mística (perdón por la antigüedad) construyendo esperanzas y certezas de que ahora sí, le encontramos el agujero al mate.
Ya sabemos quién nos gobierna y ahora sabemos hacia dónde vamos con esa mujer que nos gobierna.
No es un detalle menor, en un país que naturalizó las agachadas de los políticos que tomaron o toman el te y el whisky en la embajada, pidiendo de la manera más indigna que la flota más poderosa del planeta invada bélica o mediáticamente nuestro territorio, como hace más de un siglo algunos pidieron que los colonialistas disparen sus cañones para cortar las cadenas que esos gauchos retobados le pusieron al río de la patria en la Vuelta de Obligado.
Se llamen unitarios ayer o Mauricio Macri y Ernesto Sanz hoy, los que alentaron la extranjería.
Se llamen federales ayer o peronistas kirchneristas hoy, los que defienden la soberanía.
Nacionales y populares, tenían que ser.
Ahí está para comprobar el ciclo, la última anatomía de la infamia: sale un informe de la DEA de los EE.UU. condenando a la Argentina por el asunto de las drogas, Clarín lo pone en tapa y los opositores al gobierno, como Ricardo Alfonsín, repiten el libreto, como si fueran el perro de Pavlov.
Menos mal que el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, puso las cosas en su lugar en nombre de los argentinos, reaccionando como se debe ante una intromisión extranjera tan descabellada como colonialista.
Esto hay que recordarlo y ensamblarlo históricamente, para no ser funcionales con los cultores del “viento de cola” y otras paparruchadas.
Si el desamparo se achica, es porque se agranda la inclusión social. Y si hay más inclusión es porque hay un gobierno que pone el acento y la voluntad política en lograrlo. Nada nos viene de arriba. Esa es otra certidumbre.
La otra certeza que asoma es comprobar entre todos que la alegría es una categoría política.
Como lo es el sexo y la música, la poesía y el compromiso social allí donde se expresen.
Este revoltijo lindo que nos viene pasando como país, es el responsable de pensarlo de este modo.
Que la Presidenta haya recuperado la celebración de los carnavales como fiesta de los pueblos, tiene una dimensión histórica.
Nuestros padres de la patria celebraban con música y baile antes y después de cada batalla por la Independencia.
Esta certeza sí que nos viene de muy lejos.
Por ejemplo, de cuando José Gervasio Artigas, Padre del Federalismo, escribía a su lugarteniente, Andresito Guacurarí, el 23 de setiembre de 1815: “No eche usted en olvido los músicos que le tengo pedidos, ellos deberán venir con sus instrumentos. Así podremos celebrar los triunfos de la patria”
Los criollos siempre pelearon cantando. Como si estuviese escrito en el ADN de la Patria Grande.
Como si dijeran nada de venganzas, la alegría es un bien universal y hay que saber compartirla.
También cantaron y bailaron en la Plaza los trabajadores del 17 de Octubre del ‘45:
Yo te daré, te daré Patria hermosa…
La Argentina es un territorio de incertidumbre y tristezas, sólo cuando la apartan de su destino histórico.
Porque cuando el proyecto nacional y popular es el que está en el timón del Estado, siempre por mandato de la voluntad del pueblo, la Argentina se torna un país de certidumbres y de sueños.
La mayoría de los ciudadanos tienen la certeza de que hoy vivimos en un país mas justo; con asignaturas pendientes, pero un país mejor del que encontró Kirchner el día que asumió como Presidente.
Esta es una realidad que se puede tocar, gustar, oler, mirar, oír.
Una realidad que hasta se puede viajar, recorriendo y celebrando un carnaval que por primera vez se dice federal y lleva como lema una cita de Arturo Jauretche:
“Nada grande se puede hacer con la tristeza”
Vaya con la parábola de la historia:
La generación de la utopía, es la que vino a construir certezas con el pueblo.
Quizás por eso mismo se desatan todos los sueños y se espantan los peores fantasmas del desamparo.
Miradas al sur, domingo 6 de marzo de 2011
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