El poder mediático quedó en orsay nuevamente, junto a la dirigencia política opositora que le responde dócil y vergonzosamente.
Buscaban que el espacio nacional y popular y su conducción, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, empiecen a discutir hacia adentro, agrietándose, debilitándose, mordiéndose la cola, olvidándose de su mandato principal que es la defensa y la profundización del modelo gobernante.
Y fallaron.
Desde que nacimos como nación, en 1810, todos los procesos populares que fueron derrotados, enseñan y advierten que el primer logro de sus enemigos fue hacer caer en la trampa a la dirigencia popular, agudizando, falsamente, sus contradicciones internas.
Algo aprendimos.
En este marco histórico hay que ubicar lo sucedido en torno a la figura de Hugo Moyano.
La tapa de Clarín con la supuesta presión cegetista para colocar el próximo vicepresidente; la enésima declaración de Carrió contra Moyano; el exhorto suizo que no fue tal, fueron capítulos de la última operación del monopolio mediático.
Es probable que de acá en más estas operaciones desestabilizadoras estén a la orden del día.
Para hacerlas frente, habrá que evitar jugar con cartas ajenas, manteniendo contra viento y marea, la unidad política del campo popular.
La suspensión de la medida sindical de la CGT, el viernes pasado, es una decisión correcta, tomada al calor del enfrentamiento con una operación política de magnitud extraterritorial.
El mismo día, en Concordia, Entre Ríos, la Presidenta elogió el nombre del libro que le había obsequiado la Comisión de la Memoria local: La risa no se rinde.
En sus páginas un puñado de ex presos políticos durante la última dictadura cívico-militar, relatan de qué manera enfrentaban el acoso de los verdugos.
Sabían que ejecutaban un plan científicamente elaborado que tenía como fin principal, quebrar la moral de los prisioneros y reducirlos a un mero despojo de carne, sin alma y sobre todo, sin ideología ni identidad política.
Dolía más la soledad de la celda en aislamiento, que la patada artera y cobarde de un guardia sobre las costillas. Dolía más saber del compañero prisionero que firmaba su arrepentimiento como militante popular, que estar a oscuras en un calabozo. Dolía más desmontar la artimaña del divisionismo entre los presos, provocado por los dictadores, que resistir varios años de cárcel y mantenerse entero.
La estrategia que se oponía desde los militantes presos para enfrentar esa circunstancia, fue evitar las provocaciones, enarbolando la alegría como arma de combate
No una alegría boba, vacía, edulcorada. Sino la alegría de las convicciones, de una forma de vida, de un destino colectivo, de pelear por la justicia.
De eso habla el libro que elogió la Presidenta. De la alegría como una categoría política superior.
Si no se hubiese entendido esto, a lo largo de 200 años de historia de luchas, con sus victorias y sus derrotas, este país hubiese sucumbido hace ya tiempo.
Es de vieja data la estrategia. Los enemigos del progreso y la justicia social ya montaban campañas de desprestigio y desmoralización contra Manuel Belgrano y Mariano Moreno.
Es preciso en esta etapa, más que nunca, releer la historia y comprobar cómo se repite la fórmula de la crispación para someter al pueblo y sus dirigentes.
¿Qué hicieron los patriotas en todo tiempo y lugar?
No pisaron el palito que tiraba el enemigo.
Andaban con el morral dispuesto para la pelea, pero nunca faltaba un musiquero que alegraba los fogones cuando se podía. Peleaban a destajo por la patria y por su pueblo, pero eso sí, mientras cantaban tenían en claro que el campo de batalla y el momento indicado, no lo ponía el enemigo, sino los mismos patriotas.
Cuando así no lo hicieron, fueron, fuimos, derrotados.
En una mirada panorámica sobre la realidad que hoy vive la Argentina es posible advertir que el triunfo kirchnerista en Catamarca, la buena elección de hoy en Chubut, las movilizaciones populares de permanente apoyo a la Presidenta, la irrupción política de una nueva generación de jóvenes, las medidas transformadoras del gobierno nacional, la recomposición de la unidad política del movimiento nacional, popular y democrático, son indicativos del histórico avance que viene dando la sociedad desde el mismo día que asumió Néstor Kirchner y afirmó:
“Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política, esta es la oportunidad de la transformación, del cambio cultural y moral que demanda la hora. Cambio es el nombre del futuro”.
El giro copernicano en la Argentina pasa porque un grueso de la sociedad, la que aspira a seguir protagonizando socialmente el cambio cultural, asocia este sentimiento colectivo con la figura de la Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
Es el drama de los opositores, identificados cada vez más, con lo viejo, con lo crispado, con la mentira, con el país que dejamos atrás en el 2003.
Comprender y compartir este razonamiento nos podría ayudar a entender el porqué de la desesperación del Grupo Clarín y sus “políticos cama adentro” por embarrar la cancha, llenar de humo el escenario político, tirar cizañas permanentemente sobre el amplio frente que acompaña al gobierno, tratar de dividir las fuerzas del movimiento popular, desempolvar fantasmas del pasado para plantarlos en la coyuntura, escupir groseramente sobre el triunfo catamarqueño, tensar la cuerda para que caigamos en su provocación y de buenas a primera, hacerles el juego para que el eterno adversario del progreso social parezca “a la ofensiva” y las fuerzas del cambio, parezcan estar como hace diez años, en plena resistencia.
Si esto sucede, la estrategia del país virtual se anotaría un tanto a su favor.
Como dijo la Presidenta: claridad en los objetivos, templanza para aguantar el embate y firmeza en la conducta, son las claves para seguir avanzando.
Y ella es la persona que más sabe de operaciones mediáticas. ¿O no?
Por eso en su mensaje en Avellaneda, se condensa la sabiduría de todo un pueblo: la unidad es un camino de ida. Siempre.
Buscaban que el espacio nacional y popular y su conducción, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner, empiecen a discutir hacia adentro, agrietándose, debilitándose, mordiéndose la cola, olvidándose de su mandato principal que es la defensa y la profundización del modelo gobernante.
Y fallaron.
Desde que nacimos como nación, en 1810, todos los procesos populares que fueron derrotados, enseñan y advierten que el primer logro de sus enemigos fue hacer caer en la trampa a la dirigencia popular, agudizando, falsamente, sus contradicciones internas.
Algo aprendimos.
En este marco histórico hay que ubicar lo sucedido en torno a la figura de Hugo Moyano.
La tapa de Clarín con la supuesta presión cegetista para colocar el próximo vicepresidente; la enésima declaración de Carrió contra Moyano; el exhorto suizo que no fue tal, fueron capítulos de la última operación del monopolio mediático.
Es probable que de acá en más estas operaciones desestabilizadoras estén a la orden del día.
Para hacerlas frente, habrá que evitar jugar con cartas ajenas, manteniendo contra viento y marea, la unidad política del campo popular.
La suspensión de la medida sindical de la CGT, el viernes pasado, es una decisión correcta, tomada al calor del enfrentamiento con una operación política de magnitud extraterritorial.
El mismo día, en Concordia, Entre Ríos, la Presidenta elogió el nombre del libro que le había obsequiado la Comisión de la Memoria local: La risa no se rinde.
En sus páginas un puñado de ex presos políticos durante la última dictadura cívico-militar, relatan de qué manera enfrentaban el acoso de los verdugos.
Sabían que ejecutaban un plan científicamente elaborado que tenía como fin principal, quebrar la moral de los prisioneros y reducirlos a un mero despojo de carne, sin alma y sobre todo, sin ideología ni identidad política.
Dolía más la soledad de la celda en aislamiento, que la patada artera y cobarde de un guardia sobre las costillas. Dolía más saber del compañero prisionero que firmaba su arrepentimiento como militante popular, que estar a oscuras en un calabozo. Dolía más desmontar la artimaña del divisionismo entre los presos, provocado por los dictadores, que resistir varios años de cárcel y mantenerse entero.
La estrategia que se oponía desde los militantes presos para enfrentar esa circunstancia, fue evitar las provocaciones, enarbolando la alegría como arma de combate
No una alegría boba, vacía, edulcorada. Sino la alegría de las convicciones, de una forma de vida, de un destino colectivo, de pelear por la justicia.
De eso habla el libro que elogió la Presidenta. De la alegría como una categoría política superior.
Si no se hubiese entendido esto, a lo largo de 200 años de historia de luchas, con sus victorias y sus derrotas, este país hubiese sucumbido hace ya tiempo.
Es de vieja data la estrategia. Los enemigos del progreso y la justicia social ya montaban campañas de desprestigio y desmoralización contra Manuel Belgrano y Mariano Moreno.
Es preciso en esta etapa, más que nunca, releer la historia y comprobar cómo se repite la fórmula de la crispación para someter al pueblo y sus dirigentes.
¿Qué hicieron los patriotas en todo tiempo y lugar?
No pisaron el palito que tiraba el enemigo.
Andaban con el morral dispuesto para la pelea, pero nunca faltaba un musiquero que alegraba los fogones cuando se podía. Peleaban a destajo por la patria y por su pueblo, pero eso sí, mientras cantaban tenían en claro que el campo de batalla y el momento indicado, no lo ponía el enemigo, sino los mismos patriotas.
Cuando así no lo hicieron, fueron, fuimos, derrotados.
En una mirada panorámica sobre la realidad que hoy vive la Argentina es posible advertir que el triunfo kirchnerista en Catamarca, la buena elección de hoy en Chubut, las movilizaciones populares de permanente apoyo a la Presidenta, la irrupción política de una nueva generación de jóvenes, las medidas transformadoras del gobierno nacional, la recomposición de la unidad política del movimiento nacional, popular y democrático, son indicativos del histórico avance que viene dando la sociedad desde el mismo día que asumió Néstor Kirchner y afirmó:
“Por mandato popular, por comprensión histórica y por decisión política, esta es la oportunidad de la transformación, del cambio cultural y moral que demanda la hora. Cambio es el nombre del futuro”.
El giro copernicano en la Argentina pasa porque un grueso de la sociedad, la que aspira a seguir protagonizando socialmente el cambio cultural, asocia este sentimiento colectivo con la figura de la Presidenta, Cristina Fernández de Kirchner.
Es el drama de los opositores, identificados cada vez más, con lo viejo, con lo crispado, con la mentira, con el país que dejamos atrás en el 2003.
Comprender y compartir este razonamiento nos podría ayudar a entender el porqué de la desesperación del Grupo Clarín y sus “políticos cama adentro” por embarrar la cancha, llenar de humo el escenario político, tirar cizañas permanentemente sobre el amplio frente que acompaña al gobierno, tratar de dividir las fuerzas del movimiento popular, desempolvar fantasmas del pasado para plantarlos en la coyuntura, escupir groseramente sobre el triunfo catamarqueño, tensar la cuerda para que caigamos en su provocación y de buenas a primera, hacerles el juego para que el eterno adversario del progreso social parezca “a la ofensiva” y las fuerzas del cambio, parezcan estar como hace diez años, en plena resistencia.
Si esto sucede, la estrategia del país virtual se anotaría un tanto a su favor.
Como dijo la Presidenta: claridad en los objetivos, templanza para aguantar el embate y firmeza en la conducta, son las claves para seguir avanzando.
Y ella es la persona que más sabe de operaciones mediáticas. ¿O no?
Por eso en su mensaje en Avellaneda, se condensa la sabiduría de todo un pueblo: la unidad es un camino de ida. Siempre.
Miradas al Sur, domingo 20 de marzo de 2011
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