domingo, 27 de marzo de 2011

Kirchner y el hilo de Ariadna



La figura del “Néstornauta” emergiendo por sobre los rostros de ese Néstor Kirchner que portaban miles de jóvenes en la marcha de este 24 de marzo, conmueve por su significado histórico, más que por su estética artística. Es la primera resultante masiva y elocuente de aquel dolor colectivo cuando su muerte en octubre pasado. Nunca antes, una sola figura, un solo nombre y apellido, una sola historia de vida, resumía y potenciaba, como lo hace Kirchner, aquellas luchas y este presente. Kirchner está expresando para la cultura y la conciencia política de nuestro pueblo, algo mucho más profundo que su solo recuerdo. Es el hilo de Ariadna de la mitología en tanto nos llevó a enfrentar, desde nuestras propias debilidades, a los viejos monstruos del pasado, para guiarnos después hasta la salida, evitando perdernos en ese laberinto que el genocidio sembró en los pasajes más oscuros de la sociedad, resurgiendo finalmente a cielo abierto, airosos y con la memoria intacta. Kirchner es quien culmina el ciclo trunco de su generación, el que lo hace cierto, el que demuestra que se puede gobernar y tocar el horizonte al mismo tiempo, el que cierra victorioso y digno la partida con su propia muerte. El que completa la obra colectiva porque se abrazó a los sueños y a las convicciones de aquellos que fueron sus compañeros: los militantes que ofrendaron sus vidas resistiendo a los dictadores, como se debía o como se podía. Nada ocurre porque sí. Si esa militancia que combatió, que cayó, que se levantó, que peleó, que murió, que fue presa y torturada, que probó la melancolía agria del exilio, hoy es reivindicada como bandera de lucha, es porque del otro lado, se pone luz sobre los civiles de la dictadura. Los que pergeñaron el genocidio, los que lucraron con la muerte. Este salto en la conciencia colectiva está indicando la necesidad de organizar el enorme potencial humano que se ha despertado en el vientre de esta nueva sociedad, expresado hoy con rasgo singular, en la irrupción de una nueva generación de jóvenes. Es justamente lo que Cristina afirmó en su discurso del 11 de marzo, cuando llamó a institucionalizar desde el pie, el amplio espacio nacional, popular y democrático que ella representa y conduce. Todo lleva a suponer, definitivamente, que hay una gesta en marcha, una épica en movimiento, una causa popular en época de retoño. Es algo más que una cuestión partidaria, o un mero dato de la coyuntura. Y por eso mismo, obliga a renovar esfuerzos, a no caer en ninguna trampa divisionista, a organizar con un brazo las fuerzas políticas allí donde uno esté y con el otro, sostener la memoria y el proyecto de país como se viene haciendo. Si es este el andarivel por donde camina la militancia kirchnerista, no habrá que tentarse en caer al barro que propone una oposición en estado de pánico. Que sean ellos los que gritan “¡a los botes!”, no significa que es esa la realidad del conjunto; sino su contrario. Son ellos y sus incertidumbres. Sus mezquindades. Su degradación. Son ellos y su descomposición. Es eso lo que muestra la elección en Chubut. El gobernador, Mario Das Neves, piloteó un resultado amañado a sus necesidades personales, casi escrito de antemano y en la caída, arrastró a los socios del pejotismo disidente que lo acompañaban: Francisco De Narváez, Felipe Solá, Graciela Caamaño, entre otros. Desde ese día, Das Neves se parece mucho a la diputada golpeadora; la diferencia es que ella agredió a un militante curtido en las mazmorras de la dictadura, Carlos Kunkel, mientras Das Neves tiró trompadas contra la esencia de la democracia: el voto popular. El Frente para la Victoria de Chubut viene dando una lección de civismo a propios y ajenos. Por su prudencia, su temperamento y por sobre todo, por su firmeza en defender el sufragio de la gente. Se escuchó decir que el kirchnerismo no debía cacarear tanto con el posible fraude, que esa actitud podría convertirse a futuro en un gol en contra, que había que celebrar el resultado magnífico del candidato Carlos Eliceche. Punto y aparte. Si así hubiese resultado la acción a seguir por la dirigencia política e institucional del kirchnerismo, a nivel nacional y provincial, se hubiese firmado un plazo de vencimiento para la fuerza política que hoy gobierna el país. Pero no ocurrió tal cosa. La actitud elegida fue la misma, en otra variante, en otra circunstancia, que aquella que enseñó con su ejemplo Néstor Kirchner cuando reconoció la derrota electoral en junio de 2009 en la provincia de Buenos Aires. Si entonces no esperó los resultados del escrutinio definitivo para admitir públicamente la suerte electoral de ese día, fue porque leyó correctamente el mensaje de las urnas. Y no sólo lo admitió, que era su obligación de demócrata, sino que además corrigió y profundizó el rumbo cuando otros leyeron lo contrario. Fue una conducta que estará para siempre como un faro, en las antípodas de la vieja política a la que él combatió. A veces perdiendo, a veces ganando. Hacer la vista gorda ante la trampa ajena supone aceptar que uno es de la misma calaña. “No condeno porque no quiero que me condenen cuando yo haga lo mismo”. Eso se llama “liberalismo” de la peor especie. Pero lo que es más grave de la actitud comprensiva o cómplice con el posible fraude, es entregar atada de pies y manos la voluntad popular. ¿Quién dijo que los votos del pueblo son una ficha a jugar a gusto y placer por los dirigentes votados? El resultado final podrá revertir o no lo proclamado en esa noche de borrachera en el Titanic de Das Neves. Lo que importa es saber que cuando se advierte fraude, no es fraude contra tal o cual candidato. Es fraude contra la voluntad popular. Y cuando ocurre, no se negocia nada. Es la conducta genuina que siempre tuvo el campo nacional y popular. La conducta contraria la tuvieron y siguen teniendo, lamentablemente, los opositores que se identifica más con el “fraude patriótico”, que con una democracia de todos y para todos.


Miradas al Sur, domingo 27 de marzo de 2011

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