El hombre inspira un aire hondo hasta quien sabe dónde y mira de reojo a sus antiguos verdugos, antes de empezar a declarar ante el tribunal que juzga en el Chaco a los ex militares y ex policías acusados de torturas, desapariciones, fusilamientos y genocidios como el de la masacre de Margarita Belén. El testigo piensa: ¿Aquél que se ríe es el que me torturó? ¿Y aquel otro es el que mató a mi compañero? Los familiares se acongojan al saludar a lo lejos a los testigos. Los saludan. Les tiran besos a escondidas. Les transmiten amor y coraje. Y yo que estoy aquí entre todos. Y sigo pensando sin poder concentrarme en el repaso de los viejos dolores que debo declarar. El conocimiento y la memoria son los únicos alimentos que se reproducen cuando se comparte. El conocimiento no divide, se multiplica; la memoria no achica los espacios; los agiganta, los pone al trasluz, suma, convoca, llama en medio de la noche a combatir el olvido. El olvido, ese sí que divide, que atenaza, que paraliza, que empequeñece a los pueblos. Si estuviera la decisión a nuestro alcance, dispondríamos la difusión de todos los juicios a los genocidas que hoy se están realizando en cada una de nuestras escuelas. En su medida, difundir y explicarlos en la escuela primaria. Un poco más en la escuela media. Y de uso intensivo y extensivo en las Universidades. Hacer pedagogía con la memoria histórica, es cimentar una democracia inclusiva y participativa hasta sus propios huesos. Hay que aprovecharse de los juicios para educar. Las nuevas generaciones son las que reclamarán en un futuro. Ya no es honrar el pasado de los masacrados y los torturados. Solamente. Es transformar ese dolor colectivo en un terreno de siembra, de amor, de justicia social, de libertades, en un país de iguales. Al testigo le indican que empiece a relatar su testimonio y él repasa en silencio una canción del poeta español Goytisolo, que vino sola, que aprendió en una noche a memorizar, que cantó Paco Ibáñez y se llama. “Palabras para Julia”. Busca a sus hijos con la mirada y canta. En silencio, el está cantando. “Tú no puedes volver atrás porque la vida ya te empuja como un aullido interminable. Hija mía es mejor vivir con la alegría de los hombres que llorar ante el muro ciego. Te sentirás acorralada te sentirás perdida o sola tal vez querrás no haber nacido. Yo sé muy bien que te dirán que la vida no tiene objeto que es un asunto desgraciado. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. La vida es bella, ya verás como a pesar de los pesares, tendrás amigos, tendrás amor. Un hombre solo, una mujer así tomados, de uno en uno son como polvo, no son nada. Pero yo cuando te hablo a ti, cuando te escribo estas palabras pienso también en otra gente. Tu destino está en los demás, tu futuro es tu propia vida, tu dignidad es la de todos. Otros esperan que resistas, que les ayude tu alegría tu canción entre sus canciones. Entonces siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso. Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas, no puedo más y aquí me quedo. La vida es bella, tú verás como a pesar de los pesares, tendrás amor, tendrás amigos. Por lo demás no hay elección y este mundo tal como es será todo tu patrimonio. Perdóname no sé decirte nada más pero tú comprendes que yo aún estoy en el camino. Y siempre, siempre acuérdate de lo que un día yo escribí pensando en ti como ahora pienso”. Aquellos compañeros que hoy no pueden declarar sino a través de nosotros, cantaban a Atahualpa, a Edmundo Rivero, a Goyeneche, a Leo Dan y Almendra con el Flaco Spinetta. Cantaban La Balsa y se iban a naufragar en medio del tormento. Pero esas palabras del español esperaban de la puerta para afuera al prisionero que lo vio todo y conmueven al liberado. Que cada uno cuente lo que vio y sufrió. Piensa. Esta es la hora, si es que queremos ser libres para siempre. Y ahora sí, el testigo empieza su relato.
El Argentino 11 de agosto de 2010
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