El siglo XXI parece signado por la caída de algunos faraones políticos, empresariales, eclesiásticos y sindicales que dominaron la vida ciudadana en las últimas décadas.
Se acabó la fiesta neoliberal, corrupta y esclavista, donde los que ostentan algún tipo de poder hacen y deshacen a su antojo, los medios monopólicos los apadrinan y aplauden y la sociedad, asiste absorta y pasiva.
El cambio definitivo podrá tardar un tiempo más, pero lo recorrido hasta ahora no tiene retorno.
En la semana de la caída de Mubarak en Egipto y, salvando las enormes distancias y escalas entre casos tan distintos, la detención aquí del dirigente sindical Momo Venegas involucrado en la causa conocida como “mafia de los medicamentos”, que provocó la ira y la defensa corporativa de un heterogéneo arco político-sindical que se sintió afectado con la medida judicial, llegamos a la conclusión que los cambios en la estructura de la sociedad argentina son más fuertes de lo que muchos creen.
Está en marcha una revolución cultural sin precedentes, que trasciende a los propios protagonistas de esta hora histórica.
No se trata, felizmente, de una revolución violenta. Tampoco de una revolución fruto de la lucha entre corporaciones, del signo que estas sean.
Es un cambio que acontece como consecuencia de la violencia que ya sufrimos los argentinos en tiempos lejanos y que trasciende a los actores políticos para ubicar el eje de la transformación en la conciencia colectiva de los argentinos. Y que por eso mismo, requiere de toda la atención ciudadana para evitar que esos faraones vuelvan a ganar la partida infundiendo el miedo y la confusión a través de la pantalla.
Cada ciudadano debería convertirse en un pedagogo de este cambio impidiendo que la derecha nos venda nuevamente “gato por liebre”.
En este contexto, la derecha y las corporaciones han sido arrinconadas por sus propias falencias.
Repasemos.
La Mesa de enlace está en terapia intensiva por sus desavenencias internas.
La Unión Industrial Argentina sufrió la renuncia de su presidente y corre el riesgo de no poder coagular sus feroces diferencias.
El Grupo A de la oposición parlamentaria, Duhalde entre ellos, se despidió de la escena política con la cabeza gacha, tirando espuma por la boca.
Para entender el tremendo impacto que esta situación provoca en el poder económico tradicional no hay que recurrir a Gramsci; basta con leer las editoriales del diario de Bartolomé Mitre, “La Nación”.
El pasado viernes esa editorial bufaba contra sus socios del empresariado porque no cerraban filas en la lucha frontal contra el gobierno nacional y popular.
Dijeron allí: “La renuncia inesperada de Héctor Méndez a la presidencia de la Unión Industrial Argentina ha puesto en evidencia las fuertes tensiones internas y las dificultades de consenso dentro de esa institución. Circunstancias parecidas afectan a la Asociación Empresaria Argentina. Mucho hemos hablado desde estas columnas de la fragmentación que actualmente expone en general la sociedad argentina. Esto se refleja claramente en la organización política y en la dispersión de partidos que caracteriza a la oposición. Se avecinan tiempos de incertidumbre -año electoral con multiplicación de elecciones internas y provinciales- y la puja distributiva se ha exacerbado con la inflación. Las negociaciones salariales parten de reclamos incompatibles con la aspiración oficial de controlar el emergente déficit fiscal y el sostenido aumento de los precios. Frente a esto se ve con preocupación la dificultad que exponen las representaciones empresariales para lograr consensos sobre políticas serias y prudentes”.
Estamos tentados a responderles: perfecto. Hagamos, entonces, lo que sugería la Presidenta días atrás proponiendo debatir en serio la puja distributiva y que si los salarios empantanaban esa discusión, pues bien, que se discuta la rentabilidad de las ganancias o la formación de los precios o las cuantiosas fortunas multimillonarias que algunos grupos empresarios ganan, gracias a la intervención del Estado vía subsidios a los servicios públicos.
Antes habría que preguntarse: ¿Y quién se cree el diario de los Mitre para bajar línea de esta manera alevosa a empresarios y políticos que presumen de democráticos y republicanos?
Lo decimos sin medias tintas: se cree el custodio mediático e ideológico, junto a Clarín, del viejo país que hoy está en decadencia.
Por eso se alarman y salen a reclamar sin mediadores, porque los mediadores son, precisamente, los que están en crisis, llámense dirigentes políticos, sindicales o empresariales.
En otro párrafo, aquella antológica editorial afirmaba: “El Estado está tomando un papel activo y creciente de intervención sobre los actores económicos, sociales y políticos. Tiene una importante injerencia en la asignación y regulación de los beneficios por encima del mercado y actúa sobre la sociedad civil con un fuerte predominio del Poder Ejecutivo sobre los otros poderes. En este contexto, contar con instituciones empresariales sólidas y perdurables parecería ser el mejor camino para tener una interlocución constructiva y no ser meramente funcional al modelo predominante. Preocupa que no tengan la capacidad y el ejercicio interno para resolver sus disensos de una manera metódica y pautada, manteniendo la unidad y los acuerdos”. Esa es la cuestión de fondo, la recuperación de un Estado que interviene decidida y eficazmente del lado de los justos y los débiles.
Hace más de un siglo, Juan Bautista Alberdi, padre de la Constitución Nacional, decía brillantemente: “Los liberales pueden soportar y lo soportan todo; lo que no pueden soportar es la contradicción, la oposición, es decir la libertad. Esos liberales quieren en cierto modo de buena fe la libertad, pero la quieren siempre para sí, jamás para sus opositores. Aceptan toda la libertad, a condición de que no se ejerza en su contra. Son liberales al estilo de los tiranos…los liberales son un dechado perfecto de ese liberalismo sin libertad”
Miradas al Sur, domingo 13 de febrero de 2011
No hay comentarios:
Publicar un comentario