Río Gallegos, la puerta de la Patagonia austral, fue el viernes pasado ese lugar que las provincias del interior profundo suelen elegir de vez en cuando para unificar fuerzas y expresar a viva voz su federalismo.
Por esos misterios de la historia, sucedió el mismo día en que se conmemoraba el natalicio de Juan Domingo Perón y recordaba la muerte de Ernesto Che Guevara, dos argentinos que marcaron a fuego la realidad americana, retornando en el tiempo una y otra vez, si de encrucijadas se trata.
Hace muy poco se supo que el asesino del Che, Mario Terán, el que relató el minuto final del comandante guerrillero, mirándolo fijo a los ojos, diciéndole: “Póngase sereno y apunte bien. Va a matar a un hombre”, fue operado por médicos cubanos que lo salvaron de la ceguera en el marco de un intercambio solidario de Cuba con Bolivia.
El diario Gramma señaló “Cuatro décadas después de que Terán intentara con su crimen destruir un sueño y una idea, el Che vuelve a ganar otro combate y continúa en campaña”.
Corregido el rumbo político, los sueños de cambio siguen vigentes.
Que las provincias son preexistentes a la nación no sólo es una parte sustancial de nuestra Constitución. Es la esencia misma de nuestra historia de nación y pueblo, como unidad conceptual.
Esta convicción es la que subyace en una convocatoria de semejante porte.
Vuelven a equivocarse los que sólo ven en este tipo de expresiones apenas una trinchera común de gobernadores provinciales en defensa propia, en el mejor de los casos o, en el peor, como un burdo ataque a un fallo de la Corte Suprema de Justicia.
Ni una cosa ni la otra.
Que se reúnan 15 gobernadores con las máximas autoridades políticas e institucionales de la Nación en la capital de Santa Cruz, para pronunciar una voz que le es propia, requiere de una lectura necesariamente más honda, que permita al mismo tiempo sacar conclusiones que ayuden a trazar algunas líneas hacia el horizonte.
Es verdad también que con manifestaciones populares de esta calidad, pareciera comprobarse aquella tesis que dice que el peronismo, como expresión cultural del pueblo, es preexistente a la misma argentinidad que nos identifica en un territorio común.
Entre los tesistas se cuentan los que afirman que Manuel Dorrego era peronista, que lo fue José de San Martín, Castelli, Mariano Moreno, Manuel Belgrano y otros jacobinos de la Revolución de Mayo, Juan Manuel de Rosas y los Caudillos federales. Están los que dicen que incluso el viejo Juan Bautista Alberdi fue peronista en sus últimos días. Y en la misma línea de pensamiento, muchos piensan que al fin y al cabo la muerte de Hipólito Yrigoyen sólo atrasó en 15 años la aparición definitiva del Movimiento nacional y popular.
Hasta que apareció Perón y apareció Evita y el país y la vida cambiaron para siempre.
Calma, es sólo una manera de pincelar el país del desarrollo inclusivo que tuvieron nuestros próceres en cada época, con otras formas, otras banderas, otras identidades.
Lo cierto es que este modelo distributivo que sigue inventando sus propios vientos de cola para seguir avanzando, se construye a sí mismo de la periferia al centro y desde el centro, irradia luego lo que deba irradiar de justo y necesario, a toda la periferia.
No hay antecedentes en estos doscientos años de un crecimiento económico y social que involucre y beneficie a las provincias de la manera con que lo viene haciendo el gobierno actual. Bastaría un sobrevuelo sobre nuestra geografía, de sur a norte y de este a oeste, para comprobar empíricamente el desarrollo de obras públicas, la construcción de viviendas, de escuelas, de caminos, de puentes, de chimeneas que vuelven a vivir tirando humo al cielo.
Pero si de ahondar un poco más se trata, habrá que apuntar lo afirmado por la ministra de Industria, Débora Giorgi, ante el Consejo Federal de la Micro, Pequeña y Mediana Empresa, dando cuenta que “este modelo nacional de desarrollo inclusivo e industrial repercutió positivamente en todo el país, tanto que hay provincias que han crecido a tasas más altas que las registradas por la Nación; algunas con tasas de crecimiento promedio anual del 10,9 %”
Los beneficios del modelo gobernante caen con la fuerza vertical de una plomada de albañil al territorio federal pero, al mismo tiempo, al batallar para que prime el sentido común de la democracia por sobre el de los monopolios, horizontaliza el dominio de la palabra.
Como señalara el propio Kirchner, estamos en ese punto de inflexión signado por el corrimiento definitivo de todos los velos que nos cubrían. Sea a los nuevos protagonistas de la historia comprometidos con el cambio, sea a los viejos actores emparentados con el atraso y la dictadura.
Las causas habrá que buscarlas en que también por primera vez empiezan a develarse con nombres y apellidos los socios y partícipes necesarios de esa tenebrosa asociación ilícita criminal que fue la última dictadura cívico-militar.
Los uniformados que asesinaron, torturaron, encarcelaron y desaparecieron personas durante el terrorismo de estado son culpables de genocidio. Pero se convertirían, mal que nos pese, en chivos expiatorios de la historia si la justicia no da cuenta debidamente de la complicidad política, religiosa, empresarial, financiera que participó junto a ellos. Ahora que la memoria llega al hueso de ese triste y horrible período en la vida de los argentinos, como una condición indispensable para construir la verdad que nos edifique nuevamente como una nación en paz, saltan escandalizados personajes como Jorge Lanata reclamando el olvido y la impunidad.
Quizás fueron larvados mercenarios durante toda la vida y no nos dimos cuenta. Pero esta situación de conflicto reparador con nuestra propia historia, el desenmascaramiento de la patronal golpista que se niega a dejar su naturaleza monopólica, estimuló los reclamos fascistas que reclaman laudar en nombre de la amnesia.
Mal que les pese, la verdad y la palabra han roto el cerco. Y cuando ello sucede, los pueblos se liberan definitivamente.
En eso estamos.
Miradas al sur, domingo 10 de octubre de 2010
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