Cuando el diputado Alfredo Bravo se enteró que un juez federal había prohibido la exhibición de la película de Martín Scorsese, “La última tentación de Cristo”, puso el grito en el cielo y expresó “¡Cuántos fascistas del proceso quedan aún en la justicia de la democracia!”
De inmediato se puso a redactar el pedido de juicio político para el juez censor, llamado Edmundo Carbone.
Acertó: es el mismo juez que dictó la medida cautelar en contra del artículo 161 de la ley de Servicios de Comunicación Audiovisual y a favor del Grupo Clarín.
Decía aquel digno diputado en la fundamentación de la solicitud de juzgamiento político al juez Carbone: “¿Cómo puede un juez velar el cumplimiento de la Constitución Nacional, que él mismo viola cuando incurre en censura previa? Con razón este magistrado es calificado como un troglodita que viene de la derecha católica, más apegado a la moralina que a la verdadera moral” para terminar fustigando “la actitud poco ética de declararse incompetente y dejar vigente la medida de prohibición”.
Palabras de Alfredo Bravo.
Los antecedentes de Carbone hablan por él. A punto de cumplir 80 años y a sólo seis días de jubilarse definitivamente, dictó la medida cautelar a favor del Grupo Clarín con la velocidad de una liebre.
Se dice que se desempeñó en el ministerio del interior durante las dictaduras militares de Onganía, Levingston y Lanusse, entre 1967 y 1971. En ese tramo saltó de asesor de gabinete a director general de Asuntos Jurídicos de esa cartera. En la dictadura cívico-militar del genocida Jorge Rafael Videla se incorporó como vocal secretario de la Comisión nacional de Límites y en marzo de 1980 fue nombrado titular del juzgado nacional número 1 en lo Civil y Comercial Federal. Desde allí se mantuvo hasta el presente en la justicia argentina.
Los suyos son verdaderos actos de servicio.
Esta moralina de la que hablaba Alfredo Bravo en 1996 es la misma que hoy enjuicia a una ley de la democracia.
Con semejantes personajes abroquelados en defensa de una impunidad que se les escurre entre los dedos, seguramente Cristo seguiría echando del templo, como hace 2.000 años, a una larga lista de falsos mercaderes.
En esa lista está un escriba al que Clarín y La Nación exaltaban hasta hace muy pocos días como un referente inobjetable para “predecir la economía de los argentinos”. Nicolás Salvatore es el nombre del gurú neoliberal. De la Consultora “Buenos Aires City” y profesor de Ciencias Económicas de la UBA.
Salvatore, que confesó hace unos meses que se iba a encargar de mentir datos para que “la inflación sea alta, muy alta” en su campaña de ataque contra el INDEC, hoy además está acusado ante el INADI, por solicitarle sexo oral a sus alumnas, maltratos físicos, verbales y sexistas.
Estos son los cruzados morales que atacan al gobierno nacional.
En esa misma lista están los legisladores del Grupo A que celebran las medidas cautelares a favor del Grupo Clarín como si defendieran a una PYME, un taller de trabajo, una ONG, un hogar de niños abandonados o un hospital público.
¿Sabrán que la Constitución dice que son representantes del pueblo? Se les paga el sueldo para eso. Porque si es por los intereses que defienden, pues que les pague Magnetto entonces.
¡Y qué decir de la servilleta de periodistas preferidos, escrita por Mauricio Macri!
El jefe del Pro declaró que “gracias a veinte periodistas el país vive el fin del kirchnerismo”. Lo dijo en la Fundación Mediterránea, el viejo refugio de Domingo Cavallo, anotando en su propia lista a Eduardo Van der Kooy, Jorge Lanata, Morales Solá, Magdalena Ruiz Guiñazú y Nelson Castro entre otros.
¿Acaso no eran “periodistas independientes”?
En una notable sincericidio, Macri agregó “Los Kirchner nos quisieron contar una historia sesgada y los periodistas, los que sustituyeron a la oposición política, dijeron que no”
A confesión de partes, relevo de pruebas.
Desenmascarar a los falsarios, mostrar sus verdaderos rostros, es una tarea esencial, ahora que liberamos la palabra.
El Argentino, 7 de octubre de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario