La muerte de un digno luchador, como Elvio Macchia, enluta el alma de quienes lo conocieron.
La vida, que gusta de las paradojas, hizo que Elvio titulara su última columna en un diario de San Pedro: “Corazón partido”.
Quizás sean las ausencias que llevamos dentro, las que mueven con más viento o mejor brisa, los molinos de nuestro pensamiento.
Como el nombre de una vieja canción de los años setenta, cuando se conocieron Alicia y Elvio.
Honrar la vida es también y en definitiva, honrar a nuestros muertos.
Tenía que ser en octubre, Alicia. La pasión y la muerte en un solo trago.
Como si la vida de los pueblos y su militancia hubiesen elegido octubre para vivir a pleno y morir a medias. Porque, finalmente, ninguno de los que dejan huella sobre el camino, se termina yendo del todo. Algo de ellos anda por acá y por allá.
En las multitudes y en los rincones de la casa. Por eso no es locura cuando los vemos una tarde de lluvia o una mañana soleada. O vienen por la noche a despedirnos con un tibio beso.
“El verdadero cementerio es la memoria”, decía Rodolfo Walsh. Allí nos encontraremos todos en algún momento, cuando la luz que habita nuestras almas, decida cambiarse de lugar para ver mejor el horizonte.
Es octubre dijimos y los siete mares que ya atravesamos, preparan una nueva carta de navegación para seguirla después que levantemos ancla el próximo domingo.
El Bicentenario, con su bullicio pueblerino y aluvional, fue el primero que avisó que empezaba la hora de los pueblos. Y quien quiera oír que oiga.
La multitud que despidió a Néstor y dio fuerza a Cristina, reafirmó luego esa hora, desde el sentimiento y la condición humana.
El masivo triunfo de Cristina el 14 de Agosto pasado, fue el tercer momento de esta gesta, signado por el compromiso y la identidad política.
Y la cuarta estación, es la que está por venir.
Será la hora de institucionalizar el grito de rebeldía de este pueblo, inaugurando de veras un nuevo ciclo en la historia.
La profundidad de los cambios producidos y la velocidad que adquieren los sucesos, ayudan a reconocer que una nueva etapa ha comenzado.
Si algo quedó claro en este tiempo de cambios estructurales, es que la residencia del poder no estaba en la Casa Rosada sino en el entramado compuesto por la corporación económica mediática, hegemonizada por el Grupo Clarín.
Fue así, hasta que asumió Néstor Kirchner.
La lección aprendida por la generación que hoy gobierna la Argentina es de vieja data: una cosa es el gobierno y otra cosa es el poder.
Por eso, en el oficialismo, nadie se enamora de los fuegos fatuos del palacio ni hay triunfalismos que vuelquen el carro en la primera banquina. Pese al deseo de los opositores que buscan que alguno, por descuido o precocidad, pise el palito de la banalidad.
Entramos de lleno a una etapa donde la construcción de un nuevo sentido común será la más firme retaguardia y la mejor vanguardia del nuevo país de los argentinos.
No habrá logística destituyente que valga, por poderosa que fuese, que tuerza el destino de un pueblo decidido a cambiar la historia.
Ni habrá aparato “orgánico” que garantice por sí solo la defensa irrestricta del camino construido.
Este es un pueblo que lucha por sus propios intereses económicos, sociales y culturales, aunque nunca lo entienda el socialista Hermes Binner.
Y el espacio político que mejor represente esos intereses, será el espacio que gobierne.
Así de sencillo y así de profundo.
Las publicidades electorales del kirchnerismo son más que elocuentes en ese sentido. Son demostrativas de una convicción: la fuerza de un gobierno nacional y popular reside en el pueblo, no en los publicistas ni en los estudios de la TV del Grupo ni en los titulares de su “gran diario”.
Eso forma parte del pasado.
Para que este camino sea irreversible, falta un largo trecho: los cuatro años de un nuevo mandato de Cristina, por ejemplo. En ese lapso de tiempo habrá que organizar la esperanza, dotándola de una multiplicidad de voces que puedan y sepan expresar de la manera más bella los cambios producidos y los cambios por venir.
Enfrentado a este rumbo, estará la nave insignia del monopolio mediático.
“A falta de cuarteles, buenos son los papeles”, diría Magnetto, mientras dispara desde la azotea, a cubierta de alguno de sus titulares.
Construir poder popular es antes que nada, construir cultura, ciudadanía política, inclusión social, desarrollo económico, soberanía, unidad nacional y latinoamericana. Es construir una nueva institucionalidad que exprese un nuevo sentido común en la sociedad.
Recién cuando eso suceda, el rumbo del proyecto de país que hoy nos gobierna, será irreversible.
De todo esto trata la gran asamblea democrática que sesionará en el cuarto oscuro el próximo domingo 23 de octubre.
Algunos, disputarán el lote del segundo puesto a cuarenta puntos de la ganadora. Y de lograrlo, serán felices y comerán perdices sin ningún pudor. Buen provecho, entonces.
Otros en cambio, velarán el sueño de tender cadenas en la Vuelta de Obligado y mojarse una y mil veces las patas en la fuente de otro 17.
O simple y maravillosamente, lograr el pleno empleo, como quería Néstor Kirchner.
Faltan apenas siete días.
La política asumida como el ejercicio de una gesta colectiva que busca transformar la realidad de una sociedad, requiere siempre una actitud épica.
Sería imposible comprender la naturaleza de este proceso político que arrancó con Néstor Kirchner en el 2003, sin entenderlo así.
Estamos a escasos días de abrir las puertas de la historia, definitivamente, para construir una nueva Argentina, alumbrando por primera vez un tercer gobierno consecutivo del proyecto nacional y popular en toda su historia.
Por eso es necesario ver el tranco largo de esas huellas para apreciar los cambios.
Y saber que los debates se dan en una mesa democrática, pero no en las madrigueras de Magneto ni en las emboscadas de TN.
En las escuelas y Universidades, en las fábricas, en las calles y las plazas, pensemos desde nosotros.
Ahora que fabricamos molinos y sopla un lindo viento.
Miradas al Sur, domingo 16 de octubre de 2011
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