La victoria de Cristina viene cargada de futuro.
Como la poesía.
Esta primera definición nos lleva a un mensaje quizás más rudo: llegó la hora de pasar al ataque.
Si la solidaridad es la ternura de los pueblos, es ella la que pasa al ataque contra el egoísmo de los grandes grupos mediáticos que apuestan al fracaso argentino, a la subestimación colectiva, a la humillación permanente, al pesimismo generalizado.
Desde ese lugar compartido, es imprescindible organizarse para limpiar el cielo con una lluvia de ideas, un aguacero de palabras nuevas, un viento que aclare el horizonte.
La lucha por la iniciativa ha terminado.
La iniciativa política es patrimonio de la voluntad popular desde el 23 de octubre pasado.
Sin dejar de responder una por una las provocaciones que vienen por derecha, aún las que visten ropaje de progresía, es tiempo de pasar a la ofensiva general en el plano de las ideas.
La fuerza del amor y la alegría le ha ganado la batalla al odio. Y hay que defender ese patrimonio; la victoria, en definitiva, le pertenece al pueblo y no a una factoría.
El gobierno de Cristina es una usina productora de pensamiento propio, aunque no siempre lo enuncia con palabras. Habla sí, a través de los hechos que produce.
De allí que es necesario que la agenda política y mediática la ponga de aquí en más el proyecto nacional, popular y democrático.
El poder de la comunicación ha mudado de lugar definitivamente.
Antes, autoritario y monopolizado; hoy democrático y socializado.
Aquellos temas que decían saber sólo unos pocos entendidos, ahora son parte del sentido común de un pueblo. Y los discute, los cuestiona, los interpela, los debate alegremente en las calles y en las plazas.
No hay mordazas ni límites. Sólo la voluntad popular formatea y otorga contenido a la agenda real que se precisa para seguir avanzando.
Que se abran entonces mil flores en el campo del pensamiento, de la palabra y la organización popular.
Es tiempo de libertades, sin corrales ni tranqueras.
En este marco, el llamado a la unidad nacional que hace la Presidenta es una columna vital para esta ofensiva.
No llama a la trinchera cerril de nadie ni traza una línea divisoria en el campo de disputa. Los convoca a organizarse para garantizar la unidad de todos los argentinos que se decidieron a profundizar el proyecto de país en curso.
No abundan los antecedentes.
No sólo porque la historia no se repite, sino porque en este tramo se encontró el camino y la huella, se asimilaron los errores del pasado, se aprendió de la experiencia y se construye el liderazgo de Cristina con políticas de estado que le cambian la vida al pueblo; no con imposiciones de carné partidario.
Hay que discutir el presente y el futuro que construye la mirada transformadora con la que hoy cuenta el país.
Esa y no otra, es la mirada común latinoamericana.
En el respeto a la diversidad y a las minorías, esta mayoría que es el kirchnerismo, viene edificando la nueva Argentina del siglo XXI.
Es algo así como la hegemonía de la no hegemonía. Porque en este país que lidera y conduce Cristina, entramos todos.
“No empujen que hay lugar para todos”, diría el chofer del bondi.
Que en menos de una semana se hayan producido eventos de la trascendencia histórica de la condena a los genocidas de la ex ESMA, los masivos homenajes a Néstor Kirchner en el primer aniversario de su partida y la más conmovedora y abrumadora victoria electoral desde que conocemos la democracia en este lugar del mundo, habla a las claras que la historia está corriendo a la velocidad de la luz.
Entiéndase bien, la medida para dimensionar la transformación vertiginosa del país son los años transcurridos desde que Kirchner asumió diciendo “Vengo a proponerles un sueño” hasta que la Presidenta anunció a los cuatro vientos:
“Siempre voy a estar del lado del combate a la desigualdad. En la defensa de los sectores más vulnerables y la integración social, porque esta no es una lucha entre imparciales. Y yo no soy neutral”.
Una victoria así de contundente abre todos los espacios; no los cierra ni agota en un solo acto la energía vital que se desprende de las urnas.
Una victoria así es generosa por definición. Le pertenece a los 40 millones de argentinos. Viene a cambiarles la vida desde la certidumbre de un proyecto que sorprende gratamente, pero no asusta a nadie.
Más que a los injustos del privilegio y la mediocridad.
Toda gran victoria, como fue la de Cristina, entraña siempre una gran derrota.
El archivo dice que es la primera vez que el ganador no tiene segundo.
Lo inventaron, claro. Pero como todo lo que no tiene sustento real ¿cuánto durará?
De todos modos, lo importante es observar categóricamente, que el viejo bipartidismo de radicales y peronistas conservadores, ha sido borrado del mapa político por la avalancha de votos.
El conservadorismo de derecha, en general, ha sido derrotado.
En ese lote deberán barajar y dar de nuevo si optan por sobrevivir.
La soledad de Carrió es apenas el trazo grueso de esa gran derrota y el contexto de esa caída estrepitosa vale para todos los que apostaron al fin de ciclo kirchnerista proyectando su propio fin.
¿Qué surgirá de las ruinas del partido centenario después de este bochorno?
¿Resurgirá por el centro o por los laterales?
¿Y qué quedará de la derecha peronista ahora que se quedó sin el último patrón que le quedaba?: absolutamente nada. Porque la robusta representatividad de Cristina, refrendada por la gran victoria electoral, es un imán tan potente que atraerá al conjunto de las fuerzas sociales que pretendan navegar por las aguas que fueron, son y seguirán siendo peronistas.
El kirchnerismo es al siglo XXI lo que el peronismo fue al siglo XX, no porque sea una reedición mejorada de aquel. Sino por el rol transformador que cumple en la historia del pueblo y la nación.
Este movimiento complejo, participativo, abrazador, es tan joven como sus militantes, pero moja sus patas en la misma fuente de esa Plaza que fundó el peronismo.
Sabe, por comprensión histórica, que sólo con raíces es posible crecer.
Miradas al Sur, domingo 30 de octubre de 2011
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