La presidenta Cristina Fernández de Kirchner brindó ayer uno de sus mejores discursos como estadista.
Pararse ante los miles de efectivos de la Gendarmería allí presentes y hablar a todo el país como lo hizo, describiendo el andamiaje de una nueva doctrina de seguridad de la democracia, elaborada e implementada desde Néstor Kirchner hasta nuestros días, es una clara muestra de que la Argentina es otro país, más inclusivo, más humano, más integrador, más seguro.
La ministra de Seguridad, Nilda Garré, siguió en la misma senda por la tarde.
Ante la embestida planificada de aquellos que prohijaron los hechos violentos acontecidos recientemente, el convite para recurrir a la vieja doctrina de la criminalización del conflicto social, estaba a la orden del día.
Así en los diarios, radios y canales televisivos del Grupo Clarín.
Así en la xenofobia y la discriminación que bajan verticalmente desde la cima de las autoridades porteñas.
Así en los discursos de los opositores del "Grupo A" que reclaman armas de fuego contra los manifestantes.
Así en aquellos incautos vecinos que seducidos por los medios y los mafiosos para que se crean superiores ante su prójimo, propagan la teoría de un nuevo demonio que amenaza a la sociedad: "el inmigrante". En sus distintas versiones: "ocupa", "villero", "bolita", "paragua", "negro de mierda".
En este marco, la Presidenta expuso ayer los elementos fundacionales de la nueva doctrina de seguridad de la democracia: la Asignación Universal por Hijo, el pleno empleo, la defensa de los derechos humanos, la educación, la salud; en definitiva, la defensa de la vida por sobre cualquier circunstancia.
Cuando prevalecía la doctrina de seguridad de los gobiernos anteriores, la sangre derramada era apenas un renglón en la lista de los costos "inevitables".
Esa lista es larga. Fue escrita violentamente en tiempos de Menem, de De la Rúa y de Duhalde.
Esa doctrina del gatillo fácil es la que se terminó.
Toda la dureza caerá sobre el crimen organizado y las mafias alentadas por la vieja política.
El conflicto social será abordado como lo fue hasta ahora, con políticas sociales.
Ni condenado ni encajonado ni reprimido.
Deberá fluir por los anchos caminos de la democracia, sin ocupar terrenos ni siendo funcionales al discurso de sus propios verdugos.
Como esos que ayer, a horas del mensaje presidencial, reclamaron nuevamente plomo y fuego.
Es lo que saben hacer: reprimir.
Gobernar es otra cosa.
Si la Argentina se pudo recuperar en paz en estos años, no fue por un milagro divino, sino porque ejerció una política de estado llamada: Verdad, Memoria y Justicia.
Que así sea para siempre.
Pararse ante los miles de efectivos de la Gendarmería allí presentes y hablar a todo el país como lo hizo, describiendo el andamiaje de una nueva doctrina de seguridad de la democracia, elaborada e implementada desde Néstor Kirchner hasta nuestros días, es una clara muestra de que la Argentina es otro país, más inclusivo, más humano, más integrador, más seguro.
La ministra de Seguridad, Nilda Garré, siguió en la misma senda por la tarde.
Ante la embestida planificada de aquellos que prohijaron los hechos violentos acontecidos recientemente, el convite para recurrir a la vieja doctrina de la criminalización del conflicto social, estaba a la orden del día.
Así en los diarios, radios y canales televisivos del Grupo Clarín.
Así en la xenofobia y la discriminación que bajan verticalmente desde la cima de las autoridades porteñas.
Así en los discursos de los opositores del "Grupo A" que reclaman armas de fuego contra los manifestantes.
Así en aquellos incautos vecinos que seducidos por los medios y los mafiosos para que se crean superiores ante su prójimo, propagan la teoría de un nuevo demonio que amenaza a la sociedad: "el inmigrante". En sus distintas versiones: "ocupa", "villero", "bolita", "paragua", "negro de mierda".
En este marco, la Presidenta expuso ayer los elementos fundacionales de la nueva doctrina de seguridad de la democracia: la Asignación Universal por Hijo, el pleno empleo, la defensa de los derechos humanos, la educación, la salud; en definitiva, la defensa de la vida por sobre cualquier circunstancia.
Cuando prevalecía la doctrina de seguridad de los gobiernos anteriores, la sangre derramada era apenas un renglón en la lista de los costos "inevitables".
Esa lista es larga. Fue escrita violentamente en tiempos de Menem, de De la Rúa y de Duhalde.
Esa doctrina del gatillo fácil es la que se terminó.
Toda la dureza caerá sobre el crimen organizado y las mafias alentadas por la vieja política.
El conflicto social será abordado como lo fue hasta ahora, con políticas sociales.
Ni condenado ni encajonado ni reprimido.
Deberá fluir por los anchos caminos de la democracia, sin ocupar terrenos ni siendo funcionales al discurso de sus propios verdugos.
Como esos que ayer, a horas del mensaje presidencial, reclamaron nuevamente plomo y fuego.
Es lo que saben hacer: reprimir.
Gobernar es otra cosa.
Si la Argentina se pudo recuperar en paz en estos años, no fue por un milagro divino, sino porque ejerció una política de estado llamada: Verdad, Memoria y Justicia.
Que así sea para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario