La operación no ha terminado.
El lanzamiento de las precandidaturas de Eduardo Duhalde, alias “El Padrino” y de Julio Cobos, alias “El Judas”, son apenas un nuevo hilvanado escénico a punto de caer en el más grotesco ridículo de la historia política argentina.
En su desesperación, siguen adelante con una operación que no encuentra sustento en la realidad social. Pueden inventar titulares, pero no pueden inventar un país que no existe más que en su fiebre por el poder.
No habrá que cometer el desatino de subestimarlos, pero tampoco es conveniente sobreestimar su capacidad real.
Tienen poder de daño, pero no de construcción política. Y es ese el terreno donde las fuerzas democráticas deberán dirimir sus asuntos y proyectos, sin caer en el juego de la provocación violenta donde los únicos que ganan, son los violentos.
La disputa es por el territorio y por la agenda política.
Entre esas dos coordenadas se libra la batalla por la hegemonía en el siglo XXI en el mundo entero.
Se puede batallar con el uniforme y la cabeza de los colonizados o enarbolando los dignos trapos de los descolonizados. En eso andamos en la Argentina y en la región. No perder de vista el campo de la disputa se hace imprescindible a la hora de alistar las fuerzas para el gran momento de la decisión colectiva que, en democracia, será siempre la hora de las urnas.
Ese momento es antecedido por infinidad de momentos que en lo cotidiano marcan rumbos y acumulan fuerzas, o en el peor de los casos, provocan la fuga de espacios de poder y representatividad, vitales para la toma de decisiones.
En definitiva, de eso se trata gobernar un país.
El proyecto nacional y popular gobernante tuvo su momento de fuga durante la llamada batalla con “el campo” que en realidad, fue la primera gran batalla por la redistribución del ingreso y la riqueza. Sacar renta a los que más ganan para distribuirla entre los que menos tienen es la revolución en países como el nuestro, con clases dominantes tan anquilosadas, feudales y colonizadas.
Las ondas expansivas de esa fuga de poder se expresaron en las elecciones de junio del 2009 permitiendo, meses después, la orgía descomunal de los opositores del Grupo A asaltando las comisiones del Parlamento y la ocupación del Banco Central.
Eso sí: venían de quedarse sin el tesoro fraudulento de las AFJP que era una parte sustancial de su vivac logístico.
Fue la voluntad política de Néstor Kirchner y de la Presidenta la que clausuró esa fuga y la inmediata recuperación de la energía perdida momentáneamente.
La sanción de la ley de Medios significó la recuperación de la agenda política democrática, pero mucho más, significó la recuperación de la porción de energía social que se había fugado temporalmente. Desde ese momento, el panorama tendió paulatinamente a consolidar el orden devenido de un modelo de país más justo, más inclusivo, más democrático, más igualitario, más latinoamericanista.
Y claro, el crecimiento cuantitativo y cualitativo del espacio kirchnerista implicó, dialécticamente, la disminución y la fuga de las fuerzas opositoras.
Con un drama peor: no tienen un tapón a la vista.
Este hiato aumenta progresivamente en razón que el crecimiento del modelo gobernante implica el crecimiento de todos los sectores socio-económicos, más allá de banderías partidarias.
O sea: el proyecto nacional crece porque hace crecer al país; desde esa plataforma de “efectividades conducentes”, se afincan y crecen las ideas, los sueños y las utopías de las mayorías.
Siempre fue así.
¿Y entonces? Entonces aparece la necesidad de escupir sobre la mesa familiar de los argentinos. Esto es, incendiar la casa primero, para tocar el timbre después ofreciendo la mejor marca de matafuegos que hay en el mercado.
Esta operación se libra en varios terrenos, siendo el mediático nuevamente el principal de ellos. Ejemplo: se enciende una fogata diminuta en la Avenida 9 de Julio y allá corren las cámaras del monopolio a transmitir el “Urgente: manifestantes incendian el Ministerio de Desarrollo Social”.
Todo verso. Todo operativo de desgaste.
Está demostrado que “las coincidencias” están de vacaciones desde hace varios años.
Paolo Rocca de Techint y Hector Magnetto del Grupo Clarín lideran la embestida desde el poder económico, con sus diagnósticos griegos sobre la Argentina. Todo está mal para ellos, no hay inversión ni crecimiento, no hay futuro, etc.
Son la exégesis, por derecha, obvio, de Pino Solanas.
Mucho más que eso: son los verdaderos comandantes ideológicos de una nueva faz en la operación de desgaste y desorden caótico que procura desembarcar.
No se trata, para ellos, de una cuestión lucrativa en lo económico. Ganan muy bien para preocuparse en ese terreno. Les preocupa sí, haber perdido desde el 2003 la agenda política de la gobernabilidad.
La agenda que hoy manejan les sirve apenas para soplarle el libreto a Julio Cobos, a Mauricio Macri, a Eduardo Duhalde, a Sanz, a Carrió, a la progresía placeba que le es funcional. Con todos ellos juntos, saben que no les alcanza para hacer combustión en el entusiasmo popular.
¿Y entonces? Entonces intentan prender fuego, real o virtual, sobre el escenario político.
Decía Nicolás Casullo que el poder baja línea no en las conferencias magistrales, sino en el trabajo sucio y colonizante de los movileros.
La militancia de la democracia deberá seguir con su labor pedagógica para enfrentar esta verdadera infantería canalla, desnudando las mentiras a fuerza de verdad.
Si los enemigos de la paz golpearon por los flancos, el gobierno de la democracia avanzó al galope por el centro del dispositivo nombrando a Nilda Garré al frente del nuevo Ministerio de Seguridad, desbaratando con más derechos humanos y transparencia la provocación apadrinada desde los sótanos oscuros del poder. Y si quisieron desmembrar la política de unidad sudamericana, la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner junto a sus pares del Mercosur, avanzó un siglo con más unidad y nada de espacio para la xenofobia y el racismo.
Miradas al Sur, domingo 19 de diciembre de 2010
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