Desde la Vuelta de Obligado hasta la estancia “La Carlota”, en Tandil, median 500 kilómetros de distancia.
O dos modelos de país. O dos formas de vida. O dos Argentina distintas.
El 20 de Noviembre la historia oficial asentó en sus libros una nueva fecha de conmemoración de la patria: El Día de la Soberanía.
Aproximarse a las orillas del río Paraná era una manera de introducirse en la gesta patriota acontecida en 1845 bajo el gobierno del Brigadier Juan Manuel de Rosas.
Y era sentir la emoción y la pasión de un pueblo que recupera su verdadera identidad, definitivamente.
En cada mojón se leía bajo los carteles de señalización “Gracias” y a renglón seguido, las conquistas logradas con los gobiernos de Néstor y Cristina.
“Gracias por recuperar Aerolíneas”; “Gracias por la Asignación Universal por Hijo”; “Gracias por devolvernos la militancia”…
Eran algunos de los que daban la bienvenida al histórico lugar donde la Presidenta iría a rescatar desde el olvido, la mayor epopeya de los argentinos después de la gesta libertadora del General San Martín.
Familias enteras junto a los pibes de La Cámpora y de varias agrupaciones kirchneristas, organizaciones religiosas, sociales y culturales, mezcladas con soldados vestidos con uniformes patrios, con las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, describían el magno momento.
La historia se edifica por contrastes; por eso es necesario conocer el otro modelo que se ofrece entre nosotros como un estigma del viejo pasado.
En la estancia La Carlota se casaba Mauricio Macri a esa misma hora.
Si hubiesen estado en San Pedro, seguro se subían a los barcos que representaban la escuadra anglo-francesa.
Por vocación, por ideología o por tilingos nomás.
Pero estaban lejos.
Los vinos finos y el champagne corrían por doquier entre las copas que se disputaban por un brindis con los novios.
Francisco de Narváez estaba más rojo que nunca. Nadie hablaba sobre lo que estaría viviendo el pueblo escuchando las palabras de “la señora de acá enfrente”, como la llamó una vez Macri a Cristina.
El Grupo A estalló por el aire y de manera tan irremediable, que ni el Coti Nosiglia, uno de los invitados, acertaba a dar una receta para recomponer el desbarajuste opositor.
Y entre ellos se dice que “si no lo arregla el Coti, no lo arregla nadie”.
Las damas de aparente alta alcurnia utilizaron sus capelinas para espantarse los mosquitos, pese a que Diego Santilli y Rodríguez Larreta aseguraban que habían fumigado hasta esa misma tarde.
Todo era risa y murmullos y una alegría propia de un festejo del Centenario (ojo, no del Bicentenario, donde es gente del pueblo la que participa) hasta que un “ohhhh” de asombro llamó a silencio a los socios, parientes y amigos de los novios: Mauricio Macri se trepó al escenario disfrazado de Freddy Mercuri, con una capa de rey y un gran bigote postizo.
Mientras en La Vuelta de Obligado, Teresa Parodi cantaba con la multitud la Marcha de San Lorenzo repetidamente, Macri arrancaba con canciones del grupo inglés Queen.
Pero la desgracia mostró sus garras y en un segundo Macri estuvo a punto de morir asfixiado: se había tragado el bigote y no se lo podía sacar de la garganta. Todos gritaban aterrorizados. La novia se tapaba los ojos para no mirar tan triste y bochornoso final de fiesta. Uno de los socios gritaba “una ambulancia, un médico, auxilio, hagan algo che”.
La interna surgió rabiosa cuando un macrista preguntó a grito pelado: “¿Y dónde está el inservible de Lemus?” Todos supieron que se refería al ministro de salud porteño, que para esa hora seguía brindando no se sabe qué.
Le metió la mano hasta el codo y luego, ya exhausto, gritó: “Traigan mucha agua”. Corrieron los aguateros mientras Lemus suplicaba a Macri: “Tragá el bigote Mauri, pero tragalo todo”
Finalmente, el bigote postizo se deslizó por la faringe, luego fue al esófago y se presume que por estas horas andará navegando entre los intestinos hasta poder caer en algún retrete.
No se preocupe; cuando ello ocurra ya estarán muy lejos de aquí, en plena luna de miel.
El Argentino, martes 23 de noviembre de 2010
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