La concentración convocada por la patronal rural en Leones, configura la primera puesta en escena de la oposición política, rumbo a las elecciones de octubre próximo. Resaltaremos en especial algunos datos que allí quedaron al descubierto, por entender que expresan el boceto más acabado del ensayo opositor.
En este contexto, la renuncia del senador Juan Carlos Romero al bloque oficialista y su cobertura mediática, también nos permite entrever el cierre de la ecuación en marcha.
El tono de la munición gruesa que los ruralistas dispararon desde el escenario en Leones, no se correspondió con la flacura del acto. Hablaron a una multitud que estuvo ausente. Habían pronosticado más de 10.000 almas y concurrieron menos de 3.000 personas. Algo está pasando en las napas de la sociedad y en particular, de los sectores agropecuarios que antes acompañaron la rebelión de los sojeros. Esta debilidad está expresando, quizás, la pérdida del vasto consenso social que estos mismos actores lograron durante el conflicto del año pasado y demostrando el grado de madurez cívica alcanzado por la sociedad argentina.
Habrá que estar atentos para saber leer e interpretar el derrotero de la estrella que perdieron, o para decirlo con más propiedad, la forma y la densidad que expresará en adelante, el desarrollo desigual y combinado del cuadro de situación política.
Todos los discursos abordaron sin disimulo la opción de la Mesa de Enlace por las expresiones opositoras del centro derecha. Arrancaron aplausos al citar a los referentes presentes del radicalismo, la Coalición Cívica y el pejotismo de la disidencia duhaldista. Saludaron alborozados la renuncia del ex candidato a vicepresidente de Carlos Menem, como si éste encabezara un éxodo de expresiones juveniles y rebeldes, y no de viejos fantasmas del pasado. Volvieron a hacer gala de su corporativismo agrario, pero impulsando con toda elocuencia una recién nacida vocación de participación partidaria electoral. Con la historia violenta que los precede, no a todos, esta nueva postura es para celebrar en nombre de la democracia. La liturgia comprendió payador y servicio religioso y un aplauso solidario con Julio Cobos en su pretensión de contar impúdicamente con el Cuerpo de Granaderos para un nuevo acto de campaña opositora, en Yapeyú, Corrientes. No fueron discursos que preceden a un acuerdo para la concordia; fue, o buscó ser, una demostración de fuerzas en la antesala de la reunión convocada por la ministra Débora Giorgi, como reconoció el propio Mario Llambías. Para ello, conformaron una amalgama partidaria lanzada a la arena de la disputa política. Descorrieron el telón sin precisar ningún auxilio extraño. Leones fue así, la presentación en sociedad de aquellos que buscarán por todos los medios que disponen, la derrota del gobierno, en términos electorales y en la capacidad de gestión para sostener y profundizar su modelo socio económico. Lo dijeron ellos, para que nadie dude.
Vale, de paso, recordar con cierta nostalgia aquellas viejas arengas de la política partidaria, convocando el corazón y la voluntad de las mayorías populares, trabajadores, profesionales, estudiantes y amas de casa. En Leones, en cambio, fue el sujeto social el que convocó a los dirigentes de los partidos de la oposición. Claro que este sujeto poco o nada tiene que ver con las mayorías. Son los terratenientes y los arrendatarios sojeros preocupados por impedir que el gobierno consolide la redistribución de las retenciones a la soja entre los millones de argentinos que por décadas fueron los condenados de esta tierra.
Se muestran pre-ideológicos y pre-nacionales. Hacen política, despolitizando. La apelación constante a la “defensa irrestricta de los intereses provinciales”, está basada, en verdad, en la negación de la idea de Nación.
Duele recordar que mucha sangre de indios y de criollos costó la dolorosa construcción de la Nación Argentina para que ahora pretendan que retrocedamos al punto de negar cualquier proyecto nacional que implique la integración equitativa y solidaria de los sectores populares. No hay federalismo sin Nación, como no hay Nación sin pueblo. He allí el cimiento de nuestros mejores sueños colectivos.
Los sectores del poder concentrado, en su expresión mediática, financiera y sojera, urbana y rural, están en problemas en el plano de la representación. El tratamiento dispensado tanto a los dirigentes presentes en el acto de Leones como a la renuncia de los senadores al bloque oficial, muestra a las claras la ausencia de recambio político generacional. No desfilaron los renovadores y exegetas de un tiempo superador de lo establecido sino, por el contrario, exaltaron a quienes fueron sujeto principal en la antigüedad de los peores días que acontecieron en nuestro país, menemismo y aliancismo delarruista mediante.
Desde esta perspectiva, la realidad política aparece como pocas veces al desnudo y sin máscaras. Lo viejo viene en envase viejo, posibilitando que sea más difícil equivocarse a la hora de volver a elegir.
De todos modos, reafirmamos la necesidad de no retroceder un peldaño en la disputa por un pensamiento propio que de cuenta de los desafíos que plantea un mundo que ha entrado en erupción, como el volcán Chaitén.
Para ello es preciso impedir que pongan una pica sobre la memoria colectiva, rindiendo un culto a la amnesia, como desea el reverendo Williamson, felizmente expulsado del país.
No es serio escuchar a Eduardo Buzzi, cual estudiante de la Reforma Universitaria, con un discurso por izquierda y cubierto por derecha. Ni leer al senador Romero, apóstol menemista, acusando de estalinista al gobierno, cuando fue y es un defensor a ultranza del modelo de exclusión de Menem. Ni escuchar al notero de TV de gesto adusto, anunciando el éxodo en el oficialismo y entrevistando a Chiche Duhalde, cual vocero de la “renovación política”.
Algo de frescura y sensatez se hacen imprescindibles, cuando algunos siguen pontificando que estamos en el horno, queriendo hacernos creer que no hemos aprendido nada.
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