Bastaron dos discursos de la Presidenta esta semana, para poner en valor la voluntad popular expresada en las urnas el pasado 23 de octubre.
Uno fue ante los empresarios convocados por la UIA y el otro ante los trabajadores aeronáuticos.
Por si alguien lo dudaba, quedó en claro que en la Argentina manda la política.
Así, la contraofensiva del poder mediático desatada horas después del contundente triunfo de Cristina, volvió a morder el polvo de la derrota.
No es un dato para solazarse con nadie, pero sí para entender mejor el momento histórico que estamos atravesando.
¿Es posible imaginarse qué hubiese sucedido una década atrás ante semejante bombardeo de Clarín y La Nación? ¿No hubiese ocurrido la inevitable estampida de todos los actores y factores de la economía?
¿No hubiésemos encallado y naufragado como tantas otras veces?
Sin embargo, en estas circunstancias, ni el Gobierno ni la mayoría de la sociedad cayeron en la trampa.
Eso habla de las fortalezas de una democracia a punto de alumbrar definitivamente otro país.
O quizá el viejo poder no es tan poderoso como lo supo ser, ni el pueblo cae tan fácil en aquellas tramperas.
No se produjo la corrida tan deseada por cierta minoría, pese a que el capitalismo, a nivel global, está a punto de entrar en la fase más compleja y conflictiva de una crisis, indisimulablemente, estructural.
Nadie saldrá indemne del maremoto global, ni en los EE.UU. ni en el viejo mundo. Están todos contaminados de anarcocapitalismo financiero.
Alemania acaso vaya a ser la última estación de ese final de ciclo. Habrá que prestar atención, no a la suerte de Merkel, sino a la de esa Europa que se aferra a la falda del viejo gruñón alemán, sin caer en la cuenta que es el más viejo entre los viejos a la hora de esbozar un pensamiento nuevo.
Seguramente el mundo seguirá su curso por distintos carriles, pero no volverá al mismo muelle de partida antes de la crisis.
América Latina tampoco.
La UNASUR está dando muestras suficientes de que no nació para ser un remedo del mercado común europeo, sino la versión contemporánea de aquellas banderas desplegadas por nuestros padres libertadores en el trunco amanecer de la Patria Grande.
Y aquí nos acercamos al nudo de esta nota.
Se escuchó decir, en variadas hornallas argumentales, que Cristina puso en caja a los sindicatos, a los empresarios, a los especuladores, a los boicoteadores.
Ni tanto ni tan poco.
Habría que empezar por debatir qué es el kirchnerismo, cuál es el espacio social donde se referencia, cuál es su fuente en la historia, para intentar comprender dónde estamos parados en este tramo del camino.
Empecemos por recordar una definición que daba Néstor Kirchner para identificar al movimiento liderado por él y por Cristina: “Somos un espacio nacional y popular, nutrido con lo mejor de la historia del peronismo, de todos los movimientos populares argentinos y de las luchas emancipadoras de San Martín, Bolívar, Artigas y tantos otros líderes de América Latina”.
Sumemos ahora la drástica afirmación de Cristina, cuando dijo que el desarrollo desigual con los EE.UU. es que ellos, los que apostaban al progreso industrial en el país del norte, ganaron la Guerra de Secesión, mientras que nosotros perdimos aquí la Batalla de Caseros.
No es tan difícil advertir, entonces, que el kirchnerismo, como expresión del peronismo del siglo XXI, es la continuidad histórica de ese amplio y macizo movimiento nacional y popular, con la misma foja de servicio y la misma antigüedad de la patria.
Cristina, en tanto Jefa de ese movimiento y del proyecto de país que encarna, es Jefa de la Nación, una categoría que privilegia la gestión de gobierno, pero que no se agota en ella.
El kirchnerismo es un producto de la historia larga y la historia corta de este pueblo.
No es casualidad que allí donde inaugure obras, la Presidenta descubra que el último anterior peldaño haya sido colocado por el primer peronismo. Ese hiato entre las dos épocas es el período donde reinó el fracaso y la derrota del país.
Sigamos.
Los partidos políticos tradicionales suelen tener presidentes formales y caudillos reales. A veces coinciden, a veces no y otras, como ahora, están huérfanos de ambos.
Pero los movimientos populares, como el peronismo kirchnerista, tienen jefatura, liderazgos, proyectos, militancia, creatividad, mística, memoria.
Esas cualidades son categorías políticas que vienen de la historia y son insoslayables para entender la Argentina y por qué Cristina dice lo que dice.
No es necesario ni correcto encasillarla con categorías que se corresponden a la Europa del siglo XIX.
Desde la izquierda abstracta leyeron “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” escrito por Carlos Marx y descubrieron que el bonapartismo era el traje que mejor calzaba al peronismo.
Para algunos fue un bonapartismo “malo”, mientras que para otros, fue un bonapartismo “bueno”.
En ambos casos, el problema no está en utilizar un clásico de la altura intelectual de Marx. El problema está en no saber utilizarlo y seguir creyendo que nuestra experiencia nacional es tan pobretona que no es capaz de crear sus propias categorías, las que se corresponden con cada tiempo histórico y con el análisis concreto de la realidad concreta que protagonizamos.
Las lecciones de la historia sirven, en definitiva, para quienes encarnan ese movimiento nacional y popular en cada época.
Cuando se desconocieron estas leyes de la historia, sucedió Caseros en el siglo XIX.
Y cuando se desconoció la jefatura estratégica de Perón en el siglo XX, sobrevino la desgracia de la desunión, primero, la tragedia después y la defección, como desenlace.
El kirchnerismo retoma la espiral del círculo de la historia.
No la desanda, la retoma para poder avanzar.
Y vaya si avanza.
En este marco, creemos, habrá que apreciar todos los días las mil flores que han nacido, sin olvidar que la historia enseña que los movimientos populares, cuando son verdaderos instrumentos de transformación social, respetan y valoran una sola jefatura.
Ni más ni menos.
Miradas al Sur, domingo 27 de noviembre de 2011
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