Dicen que la rueda de la historia funciona más o menos así:
Los pueblos construyen su propia realidad cultural, viven conforme a las mismas durante un largo ciclo, luego transforman esa realidad y vuelven a comenzar un ciclo nuevo. Si este será superador o no respecto al anterior, dependerá de quiénes lideren el cambio social y cultural.
En este marco podríamos afirmar que en nuestro país hay un choque inevitable entre una cultura del amor que se abre paso y otra cultura del odio, que niega su decrepitud y resiste el cambio.
Hemos construido hasta aquí como sociedad, un tiempo histórico signado por la construcción y la reparación de derechos, junto a la recuperación del rol del Estado en los asuntos de la vida pública.
Al kirchnerismo, expresión actualizada del movimiento nacional y popular, le cabe el logro de haber reposicionado el sentido de la política y la democracia con más inclusión social y más integración latinoamericana.
Nada le vino dado a este país desde otros confines. Nada. Todo lo que hoy tiene lo construyó con su propio esfuerzo y saber.
Acertados o equivocados, los argentinos podemos decir con propiedad y fundamento que volvimos a ser artífices de nuestro propio destino.
Si esto es así, hay que definir categóricamente que el modelo de país vigente, en términos políticos, económicos y sociales, es una construcción cultural colectiva.
Podrán arreciar las tempestades de la crisis global en los EE.UU. y la vieja Europa, pero la voluntad popular ha dicho con toda elocuencia y claridad, que los argentinos desean vivir en este proyecto de país que lidera Cristina.
Esta introducción pretende dar cuenta de la singularidad del proceso político que protagonizamos los argentinos en los últimos años y que nos convoca y estimula a valorar el hábitat cultural que nosotros mismos hemos construido.
¿Será por eso que Clarín y La Nación se oponen?
Ya peca de grotesca la furiosa y desenfrenada ofensiva mediática contra la democracia argentina.
Meten miedo todo el tiempo. Intentan cargarse el 54 % del electorado a martillazos de titulares y editoriales, escritas y habladas. Y no contentos con eso, cargan también contra algunos dirigentes de la oposición a los que ellos mismos prohijaron en tiempos del Grupo A.
El reciente episodio de pretender vanamente ensuciar la relación con el gobierno de los Estados Unidos por parte del diario de Mitre, La Nación, los ubica a la derecha del Tea Party. Esa derecha fundamentalista del país del norte, al menos, se declara fanáticamente norteamericana. Mientras que la corporación mediática cruzó hace rato la raya reservada sólo para los cipayos de peor estofa.
Lo cierto es que mientras la Argentina, Brasil, China, India y los países emergentes todos, siguen y seguirán creciendo económicamente, trastocando el viejo orden de las cosas en el mundo, la tragedia griega se extiende como una mancha venenosa.
Ya cayó Italia. Ya cayó España. Ya cayeron los pobres y las clases medias en los Estados Unidos de América. Ya cayó la educación en Chile.
Y ya cayó otro edificio en Buenos Aires y ahora amenazan con hacer caer los derechos constitucionales de los docentes porteños.
La lista sigue y amenaza con engrosarse allí donde la serpiente del neoliberalismo encuentre el terreno apto para poner sus huevos.
Después de la advertencia de la directora del FMI, Christine Lagarde, acerca de que el mundo corre peligro de ingresar a una fase de crisis terminal, de la que nos salvamos todos o no se salva nadie, según afirmó, tenemos la impresión de estar asistiendo al lanzamiento de los últimos botes que quedaban en el naufragio neoliberal y sentimos la necesidad de activar el reflejo de ponernos en guardia ante una eventual provocación de querer contagiarnos con tamaña crisis mundial.
La estrategia del poder financiero global está a la vista: resguardar a los bancos y financieras, “creyendo” que con planes de ajustes cada vez más impopulares se asegurarán el cobro de la deuda externa de los países bajo la hegemonía del anarcocapitalismo, como los denominó nuestra Presidenta en el G-20.
Hace diez años conocimos ese infierno en esta tierra nuestra. Vade retro.
Los argentinos navegamos con todas las velas al viento, creciendo, soñando, imaginando un país y un continente más justo e inclusivo.
Pero hay polizones a bordo. La necesidad de identificarlos, se ha convertido en una causa nacional.
Y lograrlo no depende sólo del gobierno, sino de la activa participación democrática de la sociedad toda.
¿Por qué debiera ser así? Porque las minorías del privilegio que provocaron la tragedia que hoy vive el viejo continente, cuentan con una infantería mediática que les abre paso a lo largo y ancho del mundo.
Ojo al piojo. Que nadie crea que nos enojamos con Clarín, TN o La Nación sólo por que mienten. La razón más profunda es porque con esas mentiras intervienen como un actor estratégico en el escenario local, intentando crear un estado de miedo, de resentimiento y de frustración colectiva que es el terreno apto para que aniden los mentores del capitalismo más salvaje que conoció la humanidad a lo largo de la historia.
El modelo argentino que lidera Cristina crea seguridad en torno a cuestiones tan elementales como el trabajo, la creciente producción industrial, la educación y la ciencia. Hacía allí van dirigidos los cañonazos mediáticos, para crear inseguridad y zozobra en la población.
Vienen de perder una gran batalla el 23 de octubre, para decirlo con términos que ellos mismos usaron. Como se mueven por senderos que están en las antípodas de la democracia, al día siguiente de aquella victoria electoral iniciaron una contraofensiva mediática para empañar el triunfo popular y avisar que ellos están allí.
Mientras la gente los identifique, no habrá nada que temer.
Además, gobiernos como el de Néstor y Cristina, no resuelven una crisis mirando para atrás, sino hacia delante, construyendo el futuro, pintando un horizonte venturoso con el pueblo.
Gobiernan pensando en el día que vendrá.
Celebremos. Ese día está llegando.
Miradas al Sur, domingo 13 de noviembre de 2011
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