El asesinato de Candela nos destroza el corazón.
Nos rebela. Nos desgarra el alma. Es una niña a la que mataron. Una inocente.
No existe nada racional que pueda explicar semejante aberración.
Este crimen es una negación de la condición humana.
Perversos. Asesinos. Bestias.
Que injusticia: mataron a Candela en un país que volvió a privilegiar a los pibes.
A cuidarlos. A vacunarlos. A escolarizarlos. A alimentarlos.
La investigación posterior a esta desgracia dirá qué pasó.
Un ajuste de cuentas. Un asunto mafioso. Quizás.
Pero mataron a una niña.
Este crimen lastima nuestra propia circunstancia en este paso fugaz que hacemos por la tierra-vida y pone en el banquillo a la sociedad y a su dirigencia.
Es un espejo para que nos miremos.
No para sentirnos culpables, sino para encontrar la grieta por donde la vergüenza humana de pronto se fugó. Y sucedió este crimen.
Vamos a llorar a Candela hasta quedarnos sin lágrimas.
De nada valdría atravesar tanto dolor si no nos cultivamos como una comunidad más solidaria, más justa, más atenta, más participativa, más digna y humanista.
Y aquí es donde debemos reflexionar juntos.
Cuando Nilda Garré, la ministra de Seguridad, convoca una y otra vez a la participación comunitaria para cuidar el barrio, la cuadra, la escuela, nos está pidiendo que nos animemos a hacernos cargo de que esta vez no podrán con nosotros, los ciudadanos de a pie, la gente común.
Estamos edificando una nueva cultura democrática, más libre, más transparente, más inclusiva.
Un crimen como el de Candela, intenta dinamitar esa construcción colectiva.
Por eso hay que parar esa carga.
No será con más leyes penales, como promueven los caranchos de la vieja derecha.
Y para los que quieran torcer la rueda de la historia, habrá que decir con la voz bien en alto: Pena de muerte jamás, porque nadie enseña a cuidar la vida, matando.
Tampoco será con sobreactuaciones desmesuradas que terminen por ser funcionales a los criminales.
Ni será volviendo al enrejado individualista de nuestras viviendas.
El “sálvese quién pueda” corresponde a un estadio anterior de nuestra civilización, cuando la agenda social la manejaban los cultores del miedo.
Hay que ganar la calle, junto a un Estado cada vez más solidario.
Hay que cortarles el paso a los delincuentes.
Aunque éste no sería “un caso de inseguridad”, como acostumbra a llamar la prensa miserable y amarilla, ninguna bestia debería merodear por las mismas calles donde están nuestros pibes.
Ni ellos ni sus mentores políticos y mediáticos.
Una Argentina que se desarrolla económica, política e institucionalmente, merece ser una sociedad más libre y comprometida.
Y eso depende de todos nosotros.
El Argentino, 1 de septiembre de 2011
1 comentario:
Giles,le tiraron un muerto al gobierno ,son tan monstruosos que cualquier cosa les viene bien,no lo dudes,en las radios que no dependen de los medios hegemónicos ni son amarillos dan nombres de los que serían capaces de matar luego del 14 de agosto.El daño es para la democracia,ya apareció el ingeniero en los medios,ya llegarÁn el COLO o el siniestro de Lomas,y así falta que hable Patti o BuSSi..El 23 de octubre está lejos y como dijo el bañero: PUEDE PASAR CUALQUIER COSA ,NO TE QUEPA DUDAS QUE SI EL MANCO NO VA A FONDO SE HIERE DE MUERTE LA EXPERIENCIA QUE VIVIMOS.HABLEMOS CLARO,JORGE.SIN EUFEMISMOS
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