Chile es un solo dolor a lo largo de América.
Como si no alcanzara con el dolor de Haití. Es imposible no lastimarse los ojos con semejante daño. Los muertos aumentan a cada hora y no importa saber otra cosa.
Conmueve saber que la Presidenta Michelle Bachelet pasó de Mar del Plata a Santiago sin escalas intermedias.
De la alegría compartida con nuestra Presidenta en la Regata del Bicentenario y la inauguración del Anfiteatro del Agua bautizado con el nombre de Violeta Parra, a esta catástrofe natural.
El viernes Cristina despidió a su amiga Michelle con estas palabras “Juntas, instamos a seguir luchando por la utopía de una región que le devuelva a sus habitantes lo que durante tantas décadas se les ha quitado”
Nadie podría suponer que a las 3, 34 de la madrugada siguiente, todo Chile temblaría de dolor con el rugido de la tierra.
Cristina se comunicó de inmediato para reafirmar toda la solidaridad del pueblo y el gobierno argentino. Lo que precisen irá para allá, somos al fin un mismo pueblo, una misma nación americana unida desde San Martín y O’Higgins hasta la firma del Acuerdo Histórico de Maipú firmado por las Presidentas hace muy poco tiempo.
Ni las dictaduras ni el colonialismo pudieron ni podrán quebrar estos lazos de unidad.
Las noticias son más que elocuentes. Las palabras no alcanzan para describir tanto daño y dolor.
Quizás sean los poetas quienes mejor acompañen con la poesía en horas como ésta.
José Martí escribió sobre las ruinas dejadas por el terremoto de Charleston, en Carolina de Sur en 1886 un poema al que llamó “Cruje la tierra, rueda hecha pedazos”.
Decía el genial cubano:
“¿Quién es, quién es? ¿Quién puede en un minuto revolcar en su polvo a las ciudades, trocar al hombre en espantoso bruto, echar la tierra sobre el mar enjuto, aventar como arena las edades?
Ya vuelve, ya adelanta, crece, oscila el suelo como un mar, se encrespa, ruge.
Hincha el lomo, entreabre la pupila, cuanto quedaba en pie rueda o vacila:
Ya se apaga, se extingue, ronca, muge.
«La ciudad, como un árbol, se deshoja, cortados a cercén vuelan los techos,
Se abre la tierra blanda en cuenca roja y a las madres, del mundo en la congoja se les seca la leche de los pechos.
Salta una novia de la alcoba nueva donde el naranjo fresco florecía:
Muerta a su espalda el novio se la lleva: párase, ve el horror, en negra cueva
Rompe el suelo a sus pies, y a ella se fía.”
El poeta mayor de los chilenos, Pablo Neruda, conmovido por el terremoto del 22 de mayo de 1960 que partió casi todo el sur de su país, escribió el poema “Terremoto en Chile, La Barcarola”.
Es la magia de luz de los poetas la que hace que sus versos y prosas perduren siglos y siglos. Decía don Pablo en un fragmento:
“Por los muros caídos, el llanto en el triste hospital, por las calles cubiertas de escombros y miedo, por el ave que vuela sin árbol y el perro que aúlla sin ojos,
Patria de agua y de vino, hija y madre de mi alma, déjame confundirme contigo en el viento y el llanto y que el mismo iracundo destino aniquile mi cuerpo y mi tierra.”
Veinticinco años después, en 1985, un terremoto también partiría la tierra de los mexicanos. La ciudad de México fue sacudida literalmente el 19 de septiembre de 1985 Los muertos se contaron entre 35.000 y 40.000.
La tragedia fue retratada en un poema de José Emilio Pacheco, “Las ruinas de México (Elegía del retorno)”.
Decía el poeta mexicano:
“Avanzo, doy un paso más, miro de cerca el infierno. Muere el día de septiembre entre la asfixia y los gritos. Arañamos las piedras y brota sangre.
Todo el peso del mundo se ha vuelto escombro. La palabra desastre se ha hecho tangible. Se hundió la casa de papel, el cuarto de juegos de un niño inexplicable que al despertar aplastó los cubitos de hojalata. Pero no hay juego.
Sólo personas que se mueren, gente que ha muerto, seres humanos, que si salieran vivos
del tormento entre escombros habrían dejado entre el montón de ruinas, brazos y piernas. Nadie está a salvo”
Jorge Giles. El Argentino 28 de febrero de 2010
No hay comentarios:
Publicar un comentario