Esta vez las cacerolas tronaron contra el gobierno de Mauricio Macri.
Los vecinos saben que la pésima gestión porteña es la que provoca los daños cuando llueve y no al revés.
La sociedad, testigo y protagonista de los modelos en pugna, empieza a juzgar.
Pese al esfuerzo criminal del monopolio mediático por transmitir una falsa realidad, a nadie asistirá de aquí en más el “yo no sabía”, para poder decidir sobre las diferentes perspectivas de gobernabilidad presente y futura.
Todo está a la vista.
Los fantasmas del pasado vuelven a escena. Raúl Baglini, el del teorema posibilista, es el jefe de campaña de Cobos y el radicalismo legaliza así el asalto a la vicepresidencia.
La oposición política actúa como lo hace Macri cada vez que llueve en la ciudad, descontroladamente. Sin rumbo claro. Sin propuestas alternativas.
Cada cual atiende su propio juego. Todos contra todos.
Esa realidad explica quizá con mayor elocuencia el porqué de la desesperación del monopolio mediático de Clarín y sus socios de La Nación, mostrándose en su horrible desnudez autoritaria.
Mienten para disciplinar una tropa partidaria que luce por su crónica dispersión y mediocridad de miras. Y amplifican el discurso apocalíptico de Carrió augurando la llegada de un “monstruo” para el próximo mes de marzo.
Basta con repasar las editoriales de estos días para comprobarlo.
En las antípodas, la Presidenta viaja a México para asistir a la cumbre del Grupo Río con el propósito de unificar la solidaridad latinoamericana en torno a la defensa irrenunciable a nuestra soberanía en las Islas Malvinas.
Lo hace como parte de una política de Estado iniciada con Néstor Kirchner en el 2003 y que puesta a prueba por la intentona inglesa de sustraer nuestros recursos naturales, responde clara y contundentemente.
Cruzando Los Andes, un rápido vuelo a Chile posibilita un espejo donde mirarnos, por si en el cabotaje hubiesen dudas.
La noche que ganó Piñera y la derecha, desde cientos de lujosos automóviles se oían los gritos eufóricos de quienes proclamaban “viva el general Pinochet”, “mueran los subversivos comunistas” “los ladrones que gobernaban se van para su casa”.
Un empresario chileno, casado con una argentina, señaló: “Ahora tiene que ganar Macri en la Argentina y… ¡nos sacamos de encima a todos los comunistas!”
Un sector de los manifestantes se agolpó frente a un local de la izquierda y pintó en sus paredes: “a sus parientes los matamos por huevones” “fuera comunistas de Chile”
En el tumulto alguien levantó sobre sus hombros una imagen de Pinochet y la multitud enardeció con sus vivas.
Fue lo que pasó realmente en Chile.
Pero en Buenos Aires, eso no fue transmitido; la paquetería de los buenos modales se ocupó de cubrir varias editoriales con “el ejemplo de civismo republicano y democrático allende la cordillera”.
“Esos gestos, aquí lamentablemente no suceden”, repetían los lenguaraces del monopolio Clarín y los políticos opositores que acatan disciplinadamente su agenda.
A propósito: ¿Qué habrán hecho allá los seguidores del “candidato joven”, Enríquez-Ominami, ante este regreso del pinochetismo, a instancias del quiebre que ellos ocasionaran a la Concertación y que acaba de anunciar un severo ajuste para los chilenos?
Estamos corriendo ya en la pista que nos llevará hasta una instancia semejante en el 2011.
¿O todo se precipitará antes como azuza el monopolio mediático?
Puestos a decidir la suerte de esta sociedad para un siglo o más de historia, quienes lideran y conducen a los modelos de país en pugna, saben que la única salida es la profundización de sus respectivos y antagónicos paradigmas.
Si hacer pedagogía política implica mostrar, palpar, escuchar, gustar, reflexionar sobre los proyectos, no en la teoría, sino en el pleno ejercicio de su caudal, habrá que hacer un repaso de la transformación experimentada a nivel nacional en todos los planos, debilidades y asignaturas pendientes mediante, desde la asunción de Néstor Kirchner hasta los días de la Presidenta Cristina Fernández.
Y poner del otro lado un faro que ilumine la maqueta viviente de la derecha, que es el gobierno de Mauricio Macri. Que cada uno saque luego sus conclusiones.
Según el gobierno porteño, el sistema de salud entra en crisis por culpa de los bonaerenses que allí se atienden.
Colapsa la ciudad por las lluvias y la culpa la tienen las aguas que vienen del conurbano.
Niegan aumento a los docentes y la culpa la tiene la paritaria nacional aprobada por el gobierno de Cristina.
Allí están descarnadamente los dos proyectos de país que hoy se enfrentan. Fragmentación neoliberal versus modelo nacional.
Y aunque crispe a los cultores de la ambigüedad y el consenso hueco, los datos de la realidad indican que todas las expresiones políticas, sociales, empresarias, culturales, mediáticas, son tributarios de uno u otro proyecto.
Aún sin su consentimiento, los actores políticos terminan prisioneros de la encrucijada histórica.
La escenografía chilena recientemente vivida, nos alumbra sobre uno de los dos probables resultado final de la contienda crucial. Ello no exime de responsabilidad a quienes en lugar de profundizar el proyecto de cambio, como sí sucede en la Argentina, terminaron por parecerse a quienes justamente debían denunciar como la versión moderna del pasado pinochetista.
El mensaje de Cristina del pasado viernes 19 de febrero abarca una serie de ítems que por su profundidad conceptual debería ser leído y debatido por todos los sectores políticos, oficialistas u opositores.
A él nos remitimos para abreviar, agregando apenas que la marcha de la economía nacional y los datos de la realidad social indican claramente que hay una recomposición de doble vía, conformada por la recuperación del valor del trabajo y la producción nacional y por la recuperación de la idea que somos una Nación, un Estado, un país integrado y no fragmentado, como lo impuso el neoliberalismo dominante hasta el 2003.
Es una disputa con 200 años de historia.
Jorge Giles. Miradas al Sur. 21 de febrero de 2010.
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