martes, 7 de julio de 2009

LA DICTADURA NO TIENE QUIEN LE ESCRIBA

La dictadura hondureña se ha quedado sola ante el mundo.
Nadie la recibe, nadie le escribe, nadie la reconoce. Como si fuese un personaje plural de García Márquez, estos “coroneles” golpistas, travestidos de juristas y legisladores indecentes, se han quedado solos de toda soledad, sin siquiera un gallo para subsistir.
El repudio tiene voces diferentes, de variados colores y matices, pero es unánime. Esta vez ningún gobierno sacó los pies del plato de la defensa de la democracia.
Como si el estigma de la peste del terrorismo de estado sufrido en el pasado, ahuyentara incluso a sus nostálgicos. Como si se entendiera por fin, que ante el primer quiebre del sistema constitucional, toda gestualidad democrática es necesaria y vital.
Nada sobra cuando se pone en riesgo la forma de vida que la sociedad civilizada eligió y hay que poner el cuerpo para defenderla.
Pasada la larga noche de las dictaduras, jamás el continente logró una unidad tan férrea, como ahora. Una actitud de compromiso que no llovió del cielo, sino que brotó de la voluntad política de sus gobernantes democráticos, cruzados por el dolor de su propia generación.
Sólo la historia llamaba a la unidad, enseñando que Latinoamérica se reescribe a sí misma todo el tiempo. Y que su joven democracia no pasará el umbral de la inestabilidad mientras haya inequidad social y haya poderosos que defiendan sus intereses económicos y sus privilegios sociales al costo que fuese necesario.
Con sangre o sin ella.
El golpe de estado en Honduras es un doloroso ensayo en ese sentido. Las metrallas y los discursos desenterrados de la etapa de la “guerra fría”, responden a una realidad de atraso y miseria que choca frontalmente con un mundo que precisa cambiar aceleradamente en dirección a sistemas democráticos inclusivos y participativos y donde la modernidad se refleje en el profundo contenido de justicia social de sus sociedades.
A esos cambios vertiginosos, resisten los viejos clanes oligárquicos que no quieren perder un ápice de sus parcelas de poder. Para ellos hablar de redistribución del ingreso, de salarios justos y dignos, de empleo para todos, de participación popular, son nada más que consignas de rebeldía y ofensa al status quo imperante.
Apelaron a los viejos manuales del golpismo tradicional, con algún pincelazo de contemporaneidad para no quedar tan anticuados. Pero no pudieron. Son lo que son. Criminales. Asaltantes de la voluntad popular. Violadores de una democracia que con sus errores y limitaciones, tiene un don soberanamente precioso y vital: se corrige a sí misma, a través de sus propias instituciones constitucionales.
Hay quienes dicen que este golpe, condenado al fracaso, huele a poder tras la sombra. Se tejen y destejen conjeturas acerca de los poderes ocultos que en Honduras o más al norte, alentaron a los golpistas para infringir una emboscada contra las nuevas democracias progresistas continentales.
Si fuese así, no será un exceso de voluntad sostener que a diferencia del pasado, esta vez ningún gobierno intentó siquiera legalizar o legitimar el golpe cívico-militar.
Que se escondan, ya es un avance histórico. Aunque en los matices ya referidos, haya una gama de voces que pusieron el acento en las cualidades democráticas del Presidente Manuel Zelaya. Una versión remozada del “por algo será”, recordó con tristeza la Presidenta.
El drama hondureño puso a prueba el nuevo mundo que amanece entre rezongos y festejos, entre los que siguen anclados en el pasado de hegemonía unilateral y esa mayoría de pueblos que empuja hacia adelante. Y en esta prueba inicial, el multilateralismo, vistiendo los colores de la democracia y la justicia, triunfó por amplio margen.
Enorgullece que el protagonismo de esta hora latinoamericana lo tenga nuestro país, representado por la Presidenta y el Canciller Taiana, pero no logra ocultar la vergüenza que provocan las impúdicas críticas de los escribas y opositores de cabotaje, que confundiendo el último resultado de las urnas con un ataúd político, se ubicaron más cerca de los blindados del pasado que de los nuevos tiempos de la democracia.
Se lo recordaremos luego, con nombres y apellidos, para que sepan responder cuando alguien les pregunte en el futuro “¿y vos qué hiciste cuando reprimieron al pueblo en Honduras?”


(Jorge Giles. El Argentino. 04.07.09)
http://www.elargentino.com/nota-48450-La-dictadura-no-tiene-quien-le-escriba.html

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