La muerte nos metió otro gol de contragolpe.
No es la primera vez ni será la última, seguramente.
Todo es lamento y dolor en esta hora en que la mano escribe como puede esta tristeza de mierda que nos persigue como una sombra errante.
A veces hay que dejar que el corazón nos salga libre por la boca en el intento por entender qué pasa.
¿Por qué no estuvo allí la vida malherida para evitar la entrada de la maldita muerte? ¿Por qué no le avisaron a tiempo?
Esa sobrevida que llevamos, como una identidad disimulada y pudorosa, no está para quedarse como si nada con tanto alboroto con que esta primavera se despide.
Después del terrorismo de estado, del saqueo de la patria, de ver caer a tu lado tanto hilito de vida que se escapa por un agujerito así de chico, después de llorar sin consuelo ni abrazos, después de estar tan solo y finalmente escapar, herido pero victorioso, de algún sucio calabozo, a puro amor y coraje y con alas inventadas, después de todo eso, uno cree que, muy modestamente, tiene algo para decir a la hora de cuidar y honrar la vida.
Pero no.
En un suspiro lo perdimos a Iván Heyn, el muchachón que diez años atrás zafó de las balas represivas en la Plaza. No hay derecho.
El día que Paco Urondo, asesinado a culatazos por los genocidas, escribió aquel verso que decía: “sin jactancias puedo decir que la vida es lo mejor que conozco” y llamó a su poema con el bello y soberbio título de “La pura verdad”, el piberío de entonces supo que ese era el espíritu de la revolución y que la muerte, en cambio, estaba patentada por los enemigos del pueblo, los que torturaban, los que explotaban a los trabajadores y esclavizaban a los peones rurales y prostituían violentamente a las mujeres del pueblo.
Que lo sepan todos: no tenemos nada que ver con la muerte y la despreciamos cuando llega así, tan fugaz, tan de trampa y tan violenta. Por eso duele tanto. Por eso duele más.
Lo nuestro es la vida, para siempre. No cualquier vida, que para eso ya están otros que lo hacen mucho mejor.
Quizá por eso el calendario y los huesos a veces empujan a sentarse en la plaza del barrio, pero el corazón caliente siga afiliado a una gloriosa juventud que fue y será por los siglos de los siglos.
Si hay algo para legar, sin más pretensiones que transmitir una posta a los maravillosos pibes que hoy son las mil flores, es justamente la voluntad y la alegría de vivir.
El militante es el que se cuida a si mismo y al hacerlo, cuida a los demás; honra la vida por que así honra a su pueblo.
Esta partida contra las corporaciones, empezando por Clarín y sus patrullas perdidas, nos necesita enteros para atravesarla.
Digámoslo con Neruda: para nacer he nacido.
El Argentino, miércoles 21 de diciembre de 2011
1 comentario:
La desaparición de Iván es incomprensible y absurda además de muy dolorosa.
Sin intentar agitar conspiraciones ó tremendismos, creo que sus compañeros y amigos de La Cámpora deberían impulsan una cuidadosa investigación de esta extraña muerte.
Me resulta muy difícil aceptar la versión de un posible suicidio ó accidente.
Considero anormal que la desaparición repentina e inesperada de este pibe, después de la sorpresa inicial haya sido tratada con tan bajo perfil.
¿No debería haber sido velado en alguna dependencia oficial en lugar de una casa mortuoria?
Deseo estar equivocado.
Mi mayor respeto para todos sus deudos y amigos.
Tilo, 70 años
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