Podríamos afirmar, responsablemente, que la nueva etapa política que se inicia con la reasunción de la Presidenta Cristina Fernández de Kirchner es la resultante de una energía política colectiva.
Aunque habría que agregar, necesariamente, que la obstinada voluntad y militancia de Cristina y Néstor Kirchner son constitutivos de los pilares básicos que explican este nuevo tramo que se inició ayer.
En la articulación de estos dos conceptos, el colectivo y la conducción, encontramos el marco por donde mirar y valorar el actual proceso político.
La democracia y sus instituciones republicanas tienen fecha de vencimiento y renovación cada cuatro años, pero la construcción de la historia no. Responde a otras coordenadas más afectas a las relaciones de fuerzas que a los calendarios.
El kirchnerismo demostró durante más de ocho años saber respetar a rajatabla las leyes por las que se rigen las instituciones, pero también que sabe lidiar con los desafíos de atreverse a conducir la historia, a interpretarla y reinterpretarla.
Dicho de otro modo: antes de Kirchner, la política se negaba a sí misma al aceptar convertirse en gestora de los intereses de las minorías del privilegio. Muchos políticos se contentaban, y aún lo hacen hoy, con el rol de gerentes divulgadores de la corporación mediática encabezada por Clarín y La Nación.
El kirchnerismo, como afirmación, vino a dar vuelta esa historia al recuperar la política para los intereses de las mayorías.
Y empezó la verdadera historia. Quien quiere oír que oiga.
Es posible que tengan razón los que sostienen que el kirchnerismo tomó por sorpresa a esas minorías cuando se rebeló al poder establecido.
Después de todo ¿quiénes eran esos locos que se atrevían a decir que no?
En el primer gobierno fueron un vendaval bajando cuadros de los dictadores y enfrentando al mismísimo diablo en la Cumbre de Mar del Plata en el 2005. Pero los enemigos de la inclusión social, creyendo que era un juego pasajero, recién ordenaron rodilla en tierra, el día que Cristina rompió las tranqueras de la vieja y parasitaria oligarquía de la pampa húmeda.
“Con los yuyos no te metas”, le gritaron a coro mientras la balacera mediática iba dirigida a la línea de flotación. Es decir, al mandato popular de esta democracia que supimos construir.
¿No habrá nacido recién allí el kirchnerismo como afirmación de la afirmación?
Cuando la rebeldía ya no es pariente del factor sorpresa ni de la mera ocasión, se empieza a mostrar como lo que verdaderamente es: un proyecto político de país.
Kirchner lo adelantó y así lo confesó en su tiempo presidencial. Muchos no le creyeron. Pero Cristina lo reafirmó y así lo demostró en el suyo.
La duda sobre la vulnerabilidad o no de la pareja presidencial, entonces, estalló por el aire.
“Con estos tipos no se jode, duro con ellos”, aulló y mandó al unísono la corporación mediática.
Y es así que el kirchnerismo llegó hasta aquí, con el valor inconmensurable que le da la experiencia de haber gestionado y batallado el país durante dos mandatos.
La ventaja que tiene sobre sus adversarios, es también inmensa.
No hay una émula de Cristina en la otra orilla, no hay proyecto, no hay mística ni entusiasmo, no hay alternativas políticas opositoras que se muestren superadoras de las políticas oficiales; ni siquiera tienen la misma velocidad en el andar. Son de transito lento.
Quizá lo que resulte el dato más movilizador y refrescante en esta etapa, es que las nuevas generaciones se vuelcan masivamente al kirchnerismo.
El proyecto nacional y popular, a lo largo de sus doscientos años, siempre fue un proyecto joven, impulsado y liderado por jóvenes.
Así en la victoria como en la derrota. Así en el gobierno como en la resistencia.
Es así que Cristina inicia este tercer mandato del proyecto, con Larroque, Cabandié, Pietragalla, De Pedro y tantos jóvenes más en el Legislativo y con Juan Manuel Abal Medina y Amado Boudou en el Ejecutivo, como expresión elocuente de que el kirchnerismo no envejece, sino por el contrario, crece y se reinventa en cada encrucijada.
Podríamos decir entonces que este es un gobierno con reservas propias. En todos los sentidos.
Acumular reservas monetarias en el Banco Central fue la fortaleza de piedra que construyó este modelo. No depender de nadie, liberarse con recursos propios, avanzar con la retaguardia, que es el pueblo, antes que con alguna vanguardia iluminada, está en la esencia misma del kirchnerismo como movimiento nacional y popular en esta etapa de la historia.
Estimular, convocar y organizar la participación popular en La Cámpora, como expresión juvenil territorial de este proyecto, es también acumular reservas políticas, ideológicas y culturales.
Cada tiempo histórico tiene su propio sujeto social. El cambio de época, que ya se produjo, presupone que la transformación de este tiempo esté protagonizada por los jóvenes, con sus propios signos y lenguajes.
Deberán saber calzar con la talla de esta historia. Ojala lo entiendan mejor que ningún otro.
En este marco hay que valorar la designación de Abal Medina al frente del Gabinete de Cristina.
No sólo por su juventud, sino por ser la expresión de lo nuevo desde la memoria viva de nuestra épica nacional y popular.
Abal Medina remite a la imagen de una historia que anda.
Es futuro porque habla sin prejuicios de un pasado al que hay que abordar con gratitud y respeto.
Habla de una historia popular contradictoria, como la vida misma y que seguirá viva mientras sea capaz de preguntarse cosas sobre el porvenir, antes que responder con verdades presuntamente absolutas sobre su pasado.
Cristina inicia su segundo mandato, el tercero de la trama kirchnerista, con el caudal representativo que le dio este pueblo, con la UNASUR y la CELAC en marcha, con una luminosa Ley de Medios y con Clarín investigado por crímenes de lesa humanidad en la causa Papel Prensa.
No es poco.
Es el piso de nuestras certezas, en un mundo lleno de incertidumbres.
Para decirlo con rigor histórico: lo nuevo acaba de nacer, definitivamente.
Miradas al Sur, domingo 11 de diciembre de 2011
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