Todo ocurrió un 26 de Julio.
El abrazo de Guayaquil entre nuestros Libertadores, José de San Martín y Simón Bolívar, en 1822.
La Revolución del Parque, liderada por Leandro N. Alem, en 1890.
El nacimiento de Salvador Allende, en 1908.
La muerte de Roberto Arlt, en 1942.
El asalto de la guerrilla comandada por Fidel Castro al Cuartel Moncada, en 1953.
La historia se encarga de enhebrar sus misterios, tallar su propia mirada, abrir caminos, escribir su calendario.
Estremecen las coincidencias. Como si la historia impusiera su criterio y sentido de las cosas.
Y mañana, volveremos a perder a Evita.
Como cada 26 de Julio, es un instante que perdura en el recuerdo.
“Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20:25 hs ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”.
Evita es un dolor que canta y es un dolor amor que alumbra, que emociona, que inspira, que estimula a seguir sus huellas.
Evita es como la utopía en labios de Galeano, sirve para dar un paso hacia adelante y otro más, al infinito. Siempre está adelante. Aunque haya que estirar los brazos hacia atrás para rescatarla.
Eva Perón fue y sigue siendo la musa inspiradora de una generación que intentó cumplir como pudo, con el mandato de aquella imperativa y bella frase suya:
“Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”
La Marcha de antorchas de mañana, el homenaje de la Presidenta en la Casa de Gobierno, los homenajes en cada pueblo de la patria, darán cuenta de este sentimiento colectivo, que constituye una marca en el orillo del peronismo en rebeldía.
Así es como siempre se la recordó a esa mujer que falleció un 26 de Julio de 1952, cuyos restos desaparecieran por largos años en las tumbas de los dictadores y que renaciera en el pensamiento, el corazón y las manos de una nueva generación en los años setenta.
Es falsear la historia querer desligarla de Perón.
Evita es la acción social y revolucionaria del peronismo, al lado de Perón, no lejos de él.
Y también es ocultar la verdad sobre su vida, retratarla inerte en la eterna palidez de la muerte, sumisa, reducida a una sola expresión partidaria.
Si Cristina Fernández de Kirchner la nombró “Mujer del Bicentenario” es por su pasión, por su ejemplo, por su fuego, por su amor de abanderada de los humildes y porque representa hoy al conjunto de las mujeres y de los hombres de este pueblo.
Evita es la rebeldía de una sociedad, no de un partido político.
Es el esbozo más perfecto de un destino argentino que siempre fue posible y necesario y que por eso mismo, negado por las minorías del poder.
Pero como es el nombre de una épica nacional y popular, cae y se levanta cuantas veces sea necesario.
Por eso siempre vuelve.
Cuando éramos pequeños, allá lejos y hace tiempo, los abuelos tenían un latiguillo que caía cada vez que escuchaban una reflexión crítica sobre la realidad nacional: “A este país le falta vivir una guerra para saber lo que es sufrir”
Era una señal de la sabiduría forjada en esos queridos viejos, a costa de las persecuciones nazi-fascistas en la vieja Europa.
No acordábamos pero había que callar, como avergonzados por ser tan quejosos en un país donde todo nacía y crecía en abundancia. “Acá tiras una semilla a la vera del camino y nacerá un vergel”, decían.
De los fusilamientos en los basurales de José León Suárez y los bombardeos sobre Plaza de Mayo, apenas se hablaba por lo bajo.
Era casi un dolor oculto en la familia.
Pero luego, de 1976 al 2002, vinieron todas las plagas juntas. Con un prólogo tenebroso escrito a sangre y fuego por la “AAA” y otras bandas fascistas que actuaron antes de ese período.
Soportamos el terrorismo de estado y la guadaña neoliberal de la década del noventa, sufrimos las consecuencias de la Guerra de Malvinas y el default, cargamos con el eterno dolor de los desaparecidos, los presos, los desocupados, los exiliados, los perseguidos.
Los abuelos, aunque ya no estén, deberían saber desde algún rincón de los milagros que no tuvimos una guerra como la de ellos, pero sí 30 mil heridas, 5 millones de desocupados, desnutrición, 30 % de indigencia, 60 % de pobreza.
Por eso, no es una mala idea refrescar a los hijos y a los nietos de hoy, el muelle de donde partimos cuando se inició este modelo de desarrollo con inclusión en el año 2003. No para que se callen ni para que se apabullen con lo más triste y horroroso de nuestro pasado; si no para que aprendamos colectivamente a valorar las conquistas alcanzadas desde entonces a la fecha.
Ya no podrán decirnos que nos falta sufrir para saber amar.
De allí venimos, como venimos de Evita.
La Argentina ya no se explica solamente por los campos de la inclusión y la exclusión social.
La lucha por una más justa redistribución del ingreso siempre fue el plano dominante de la gran narración argentina y seguirá siéndolo en tanto el país siga siendo un ser vivo, con sus contradicciones, sus virtudes y sus taras.
Y con sus contracciones recurrentes. Y así seguirá en su devenir histórico.
Pero se explica también por su belleza y por su fealdad, por su talento y su mediocridad, por su dignidad y por sus miserias.
¿Cómo explicar sino lo que pasa con Mauricio Macri y su desgobierno porteño? ¿Cómo explicar la afiebrada presencia mediática y desencajada de una cada vez más solitaria Elisa Carrió?
¿Cómo explicar la indulgencia absolutoria de Eduardo Duhalde con el genocida Videla?
¿Cómo explicar las quejas de Hugo Biolcatti desde la Sociedad Rural, estando como está, forrado en vacas, soja y leche?
¿Cómo explicar la inquisición de los santos padres de la jerarquía eclesiástica? ¿Cómo explicar el crimen organizado que inventó el monopolio mediático?
Todas las preguntas conducen a la mezquindad como única afirmación.
Para elevar el alma, una buena forma de evocar a Evita mañana, será contarle que sus descamisados caminan nuevamente al “fifty-fifty”.
Jorge Giles. Miradas al Sur, 25 de julio de 2010
El abrazo de Guayaquil entre nuestros Libertadores, José de San Martín y Simón Bolívar, en 1822.
La Revolución del Parque, liderada por Leandro N. Alem, en 1890.
El nacimiento de Salvador Allende, en 1908.
La muerte de Roberto Arlt, en 1942.
El asalto de la guerrilla comandada por Fidel Castro al Cuartel Moncada, en 1953.
La historia se encarga de enhebrar sus misterios, tallar su propia mirada, abrir caminos, escribir su calendario.
Estremecen las coincidencias. Como si la historia impusiera su criterio y sentido de las cosas.
Y mañana, volveremos a perder a Evita.
Como cada 26 de Julio, es un instante que perdura en el recuerdo.
“Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación, el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20:25 hs ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación”.
Evita es un dolor que canta y es un dolor amor que alumbra, que emociona, que inspira, que estimula a seguir sus huellas.
Evita es como la utopía en labios de Galeano, sirve para dar un paso hacia adelante y otro más, al infinito. Siempre está adelante. Aunque haya que estirar los brazos hacia atrás para rescatarla.
Eva Perón fue y sigue siendo la musa inspiradora de una generación que intentó cumplir como pudo, con el mandato de aquella imperativa y bella frase suya:
“Y aunque deje en el camino jirones de mi vida, yo sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria”
La Marcha de antorchas de mañana, el homenaje de la Presidenta en la Casa de Gobierno, los homenajes en cada pueblo de la patria, darán cuenta de este sentimiento colectivo, que constituye una marca en el orillo del peronismo en rebeldía.
Así es como siempre se la recordó a esa mujer que falleció un 26 de Julio de 1952, cuyos restos desaparecieran por largos años en las tumbas de los dictadores y que renaciera en el pensamiento, el corazón y las manos de una nueva generación en los años setenta.
Es falsear la historia querer desligarla de Perón.
Evita es la acción social y revolucionaria del peronismo, al lado de Perón, no lejos de él.
Y también es ocultar la verdad sobre su vida, retratarla inerte en la eterna palidez de la muerte, sumisa, reducida a una sola expresión partidaria.
Si Cristina Fernández de Kirchner la nombró “Mujer del Bicentenario” es por su pasión, por su ejemplo, por su fuego, por su amor de abanderada de los humildes y porque representa hoy al conjunto de las mujeres y de los hombres de este pueblo.
Evita es la rebeldía de una sociedad, no de un partido político.
Es el esbozo más perfecto de un destino argentino que siempre fue posible y necesario y que por eso mismo, negado por las minorías del poder.
Pero como es el nombre de una épica nacional y popular, cae y se levanta cuantas veces sea necesario.
Por eso siempre vuelve.
Cuando éramos pequeños, allá lejos y hace tiempo, los abuelos tenían un latiguillo que caía cada vez que escuchaban una reflexión crítica sobre la realidad nacional: “A este país le falta vivir una guerra para saber lo que es sufrir”
Era una señal de la sabiduría forjada en esos queridos viejos, a costa de las persecuciones nazi-fascistas en la vieja Europa.
No acordábamos pero había que callar, como avergonzados por ser tan quejosos en un país donde todo nacía y crecía en abundancia. “Acá tiras una semilla a la vera del camino y nacerá un vergel”, decían.
De los fusilamientos en los basurales de José León Suárez y los bombardeos sobre Plaza de Mayo, apenas se hablaba por lo bajo.
Era casi un dolor oculto en la familia.
Pero luego, de 1976 al 2002, vinieron todas las plagas juntas. Con un prólogo tenebroso escrito a sangre y fuego por la “AAA” y otras bandas fascistas que actuaron antes de ese período.
Soportamos el terrorismo de estado y la guadaña neoliberal de la década del noventa, sufrimos las consecuencias de la Guerra de Malvinas y el default, cargamos con el eterno dolor de los desaparecidos, los presos, los desocupados, los exiliados, los perseguidos.
Los abuelos, aunque ya no estén, deberían saber desde algún rincón de los milagros que no tuvimos una guerra como la de ellos, pero sí 30 mil heridas, 5 millones de desocupados, desnutrición, 30 % de indigencia, 60 % de pobreza.
Por eso, no es una mala idea refrescar a los hijos y a los nietos de hoy, el muelle de donde partimos cuando se inició este modelo de desarrollo con inclusión en el año 2003. No para que se callen ni para que se apabullen con lo más triste y horroroso de nuestro pasado; si no para que aprendamos colectivamente a valorar las conquistas alcanzadas desde entonces a la fecha.
Ya no podrán decirnos que nos falta sufrir para saber amar.
De allí venimos, como venimos de Evita.
La Argentina ya no se explica solamente por los campos de la inclusión y la exclusión social.
La lucha por una más justa redistribución del ingreso siempre fue el plano dominante de la gran narración argentina y seguirá siéndolo en tanto el país siga siendo un ser vivo, con sus contradicciones, sus virtudes y sus taras.
Y con sus contracciones recurrentes. Y así seguirá en su devenir histórico.
Pero se explica también por su belleza y por su fealdad, por su talento y su mediocridad, por su dignidad y por sus miserias.
¿Cómo explicar sino lo que pasa con Mauricio Macri y su desgobierno porteño? ¿Cómo explicar la afiebrada presencia mediática y desencajada de una cada vez más solitaria Elisa Carrió?
¿Cómo explicar la indulgencia absolutoria de Eduardo Duhalde con el genocida Videla?
¿Cómo explicar las quejas de Hugo Biolcatti desde la Sociedad Rural, estando como está, forrado en vacas, soja y leche?
¿Cómo explicar la inquisición de los santos padres de la jerarquía eclesiástica? ¿Cómo explicar el crimen organizado que inventó el monopolio mediático?
Todas las preguntas conducen a la mezquindad como única afirmación.
Para elevar el alma, una buena forma de evocar a Evita mañana, será contarle que sus descamisados caminan nuevamente al “fifty-fifty”.
Jorge Giles. Miradas al Sur, 25 de julio de 2010
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