Recuerdo los años donde la vida se parecía al Apocalipsis.
“Todo lo verde perecerá, dijo la escritura como siempre implacable”, escribía Mario Benedetti en un poema que leíamos y que finalizaba con un esperanzado “aunque las escrituras no lo digan, todo lo verde renacerá”.
Entonces, aún no dolían los huesos como ahora y el peligro de durar muy poco, estaba a la orden del día.
Como un signo de la época, lo nuevo y lo joven, se consumían en la hoguera del desencanto o desaparecían bajo las fauces de los dictadores. Mandaba lo viejo, el orden conservador e injusto, el autoritarismo, en un país donde el silencio era salud.
Retomada la democracia, el gobierno radical amagó con emprender los cambios necesarios para modificar la dependencia con el FMI y enjuiciar a todos los genocidas, pero a poco de andar le llovieron los mandobles del poder económico y mediático.
La renuncia del ministro de economía, Bernardo Grinspun y las leyes de la impunidad, fueron el rostro del vencido en el campo de batalla.
Descontando ese breve interregno de aire fresco, lo viejo duró desde el terrorismo de estado impuesto a sangre y fuego el 24 de marzo de 1976 hasta su caída en diciembre del 2001 con el desgobierno de De la Rua.
El breve Eduardo Duhalde y sus balazos en el Puente Avellaneda, fueron el último estertor del viejo modelo de exclusión social.
Desde el 2003 los valores y la medida del tiempo histórico empezaron a invertirse: Lo nuevo reverdece y dura, mientras lo viejo se agota rápidamente.
Mauricio Macri lleva tres años en el gobierno y parecen décadas debido al desgaste sufrido por su mal desempeño en la gestión, una posible causal de juicio político.
En todos los órdenes de la conducta pública, no dejó error por cometer.
En la educación, la salud, las viviendas, la inseguridad, la pobreza, “los trapitos”.
Es patético escucharlo a Macri y sus seguidores clamando por su inocencia y su pronta absolución “para seguir dedicándose a lo que mejor sabe hacer que es gobernar”.
¿Lo dirán en serio? ¿O nos están tomando el pelo otra vez?
En ese contexto de pésimo gobierno, hay que analizar el bochorno delincuencial y judicial en el que está envuelto Macri.
No es un procesado que oficia de jefe de un gobierno exitoso. Ese dato irrefutable hace caer toda especulación sobre presuntas campañas de desestabilización del gobierno nacional.
Macri ya demostró que se desestabiliza solo. No precisa ayuda ajena.
El otro dato irrefutable es que la legislatura no será ni su playa absolutoria ni su camposanto político. “¡Es la justicia, estúpido!”, en una causa donde está procesado por pertenecer presuntamente a una asociación ilícita que se dedicaba a espiar a los vecinos.
La maniobra desesperada de pedir su propio “juicio” es la penúltima estación antes de la caída final.
Creyendo tender una trampa a sus opositores, acaba de pisarla él mismo: para justificar la maniobra, los legisladores macristas admitieron que Macri está involucrado en delitos.
Durán Barba será un buen maquillador de imagen, pero como conductor político es un desastre.
Si se le quiebra además el frente interno y encima pierde en este simulacro, se deberá ir a su casa sin pena ni gloria.
Los opositores no pueden convalidar un “juicio” que no es tal. Como dice Juan Cabandié: “Sería hacer un pogo en medio de un velatorio”.
La comisión investigadora y un pedido de licencia le darían, aunque tardíamente, algo de recato a tanto desmadre político.
El apoyo solitario de Biolcatti y Duhalde más el tibio respaldo de De Narváez y Felipe Solá, es el acta de defunción del Pejota disidente.
Están cercados por su propia ineptitud.
No sirven ni para espiar, valga la paradoja.
Las consecuencias serán letales para la oposición de derecha.
Se quiebra el Grupo A, cae el presidenciable mayor, el macrismo entrará en una crisis donde abundarán las deserciones y la experiencia gerencial y conservadora de la vieja política perecerá, como perece todo lo viejo.
Los festejos por el Bicentenario aún no terminaron.
Jorge Giles. El Argentino, 23 de julio de 2010
http://www.elargentino.com/nota-99862-Todo-lo-viejo-perecera.html
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